[Documento] La fe nacional: discurso, de Benito Pérez Galdós

En la fiesta con que me honráis, quiero y debo ver, más que el aplauso de mis lectores, el cariño de mis paisanos, y así lo declaro sin pararme a indagar el motivo de tan grandes honores, ni a discernir si me los tributáis con justicia o sin ella. Me basta ver y sentir este cariño; a él correspondo con mi gratitud, y quisiera que vuestros sentimientos y los míos, unidos en un solo haz, recayesen sobre nuestra tierra, para que a ella vuelva todo lo que de ella ha salido, y sea suyo todo lo que de derecho le pertenece.

Al propio tiempo, no puedo menos de creer que vuestras miradas pasan por encima del compatriota a quién tributáis homenaje tan desmedido, y se dirigen en busca de más altos ideales, abarcando extensiones más amplias que las de nuestro querido Archipiélago. Habéis visto que ha llegado la hora de avivar en nuestras almas el amor a la patria chica para encender con él, en llamarada inextinguible, el amor de la grande; habéis advertido que la preferencia del terruño natal debe ahora ensanchar sus horizontes, llevándonos a querer y venerar con mayor entusiasmo el conjunto de tradiciones, hechos y caracteres, de glorias y desventuras, de alegrías y tristezas que constituyen el hogar nacional, tan grande que sus muros ahumados no caben en la Historia.

Pues bien: aquí, en la intimidad del patriotismo regional, familiar, casi doméstico, me permito asegurar, en nombre de todos los que me escuchan, que en nosotros vive y vivirá siempre el alma española, y hoy más que nunca es necesario que así se diga, como remedio reconfortante del pesimismo y las tristezas enfermizas de la España de hoy.

Ensanchemos acá y allá nuestros corazones, tengamos fe en nuestros destinos, y digamos y declaremos que no se nos arrancará por la fuerza, como rama frágil y quebradiza, del tronco robusto a que pertenecemos. No creamos en la posibilidad de que pueda haber una mano extranjera con poder bastante para cortarnos o desgajarnos, y halócer de nuestro Archipiélago una lanza que no sea española.

Imprudente y peligroso es hablar tanto de embestidas de extranjeros codiciosos. España sufre pesadillas, en las cuales sueña que la despojan, que la mutilan y amputan horrorosamente. Esto es absurdo, es pueril, y revela un decaimiento de ánimo y una pobreza de vitalidad que, sin correctivo enérgico, nos llevarían a la muerte.

Contra este pesimismo, que viene a ser, si en ello nos fijamos, una forma de la pereza, debemos protestar confirmando nuestra fe en el derecho y en la justicia, negando que sea la violencia la única ley de los tiempos presentes y próximos, y declarando accidentales y pasajeros los ejemplos que el mundo nos ofrece del imperio de la fuerza bruta.

Ahora que la fe nacional parece enfriada y obscurecida, ahora que en nosotros ven algunos la rama del árbol patrio más expuesta a ser arrancada, demos el ejemplo de confianza en el porvenir. No seamos jactanciosos, pero tampoco agoreros, siniestros y fatídicos.

Nosotros los más chicos, seamos los más grandes en la firmeza y vigor de las resoluciones; nosotros, los últimos en fuerza y abolengo histórico, seamos los primeros en la confianza, como somos los primeros en el peligro; nosotros, los más distantes, seamos los más próximos en el corazón de la patria.

De este modo contribuiremos a formar lo que hace tanta falta: la fe nacional. Cada cual en su esfera, grande o chica, debe ayudar a formarla y robustecerla, pues sin esa gran virtud, no hay salvación posible para las naciones. Seamos, pues, los primeros y más fervorosos creyentes, y declaremos que el Archipiélago canario, centinela avanzado de España en medio del Océano, conoce bien las responsabilidades de su puesto, y en él permanece y permanecerá siempre firme, vigilante, sin jactancia ni miedo, confiado en sí mismo y en su derecho, sintiendo en su alma todo el fuego del alma española, que siempre fue el alma de las grandes virtudes, de aquellas que superan al heroísmo o en su forma más espiritual: la paciencia y el cumplimiento del deber—digo-y el cumplimiento más estricto del deber.

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Fuente original del archivo: https://mdc.ulpgc.es/utils/getfile/collection/MDC/id/1336/filename/1342.pdf

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