[Artículo] Casas de Galdos en Madrid II, de Manuel Martínez Bargueño

La tercera vivienda de Galdós en Madrid no fue ya una modesta pensión sino una casa burguesa enclavada en el flamante y lujoso barrio de Salamanca, adonde por esta época se trasladaban aquellas familias de la aristocracia y de la pujante burguesía deseosas de disfrutar en sus moradas familiares de las comodidades modernas. A diferencia de los anteriores alojamientos propios de estudiante, el joven escritor se vio rodeado en su nueva vivienda, de numerosa familia: la viuda de su hermano mayor Domingo muerto repentinamente, la cubana Magdalena Hurtado, llamada en el argot familiar “la madrina”, vino a Madrid desde la casa familiar de Las Palmas, y se trajo con ella a sus cuñadas, María del Carmen y sus cuatro hijos, de nombres Ambrosio, José, Magdalena y José Hermenegildo y Concha, la hermana soltera, a las que se uniría Benito, también soltero.

Por elección, seguramente, de Galdós eligieron un tercer piso de una casa en la acera de los pares de la calle de Serrano, entre las calles Jorge Juan y Villanueva. a la que se mudaron a mediados de 1870. Era una casona amplia, pero ya algo antigua, una de las primeras construidas por el marqués de Salamanca casi un cuarto de siglo antes. Esta casa ya no existe y en su lugar se levanta hoy una espléndida “casa montañesa” que ostenta el número 22, construida en 1922 por el arquitecto Cayo Redón Tapiz (véase nota nueva 1) cuya obra más famosa en Madrid es la Casa Palacio de Ricardo Angustias en la Plaza de Ramales, construido más o menos por las mismas fechas.

Escribe Ortiz Armengol, a propósito de esta vivienda, que “desde sus balcones podrían verse las obras de construcción de la Biblioteca Nacional y del Museo Arqueológico, iniciadas en 1866 y que no concluirán hasta 1892”. Muy cerca también se hallaba la antigua Plaza de Toros de la calle de Alcalá.

El nuevo ambiente familiar, con hermanas, cuñada y sobrinería sería grato a Galdós, pues a la par que le solucionaba los problemas materiales, le proporcionaba los vínculos afectivos propios de un hogar burgués. Ello le permitía disponer de la tranquilidad necesaria para dedicarse por completo a proyectos periodísticos y literarios de mayor empeño como la dirección del diario gubernamental “El Debate” (1) o la publicación exitosa de su novela “La Fontana de oro”.

Por delante de su nueva casa pasaba el recién puesto en servicio tranvía de mulas (2) que le acercaba a Sol, a Mayor, a los Consejos, al Palacio Real y que tras pasar por el nuevo barrio de Arguelles finalizaba su trayecto en el barrio de Pozas.

Que Galdós hacía uso de este medio de transporte no cabe ninguna duda, pues lo describe de forma detallada en una novelita corta “La novela en el tranvía” escrita en 1871, novela “psicológica” entre la realidad y el sueño, en el que, con el pretexto de completar un relato oral inacabado sobre un supuesto crimen, el viajero escudriña el aspecto y caracteres “frenológicos” de sus compañeros de viaje.

entre las cosas fastidiosas -escribe- ninguna aventaja al que consiste en estar una docena de personas mirándose las caras son decirse palabra y contándose, recíprocamente sus arrugas, sus lunares y este o el otro accidente observado en el rostro o en la ropa”.

Aguda observación cuya multiplicación personal permiten hoy los modernos medios de transporte urbanos, aunque la observación de los demás, no nos resulte “fastidiosa”, sino, a ratos y a veces, entretenida.

En esta época es más que probable que Galdós hiciera uso del tranvía de mulas para dirigirse a la redacción del periódico “El Debate” del que fuera director entre enero y octubre de 1871 y que tenía su sede en el entonces número 15 de la calle de Fomento, en una casilla de dos plantas construida en el siglo XVIII. En la planta baja estaba la imprenta y en la superior -que en su día fue vivienda habitada por Nicolás Fernandez de Moratín y familia- se ubicaba la redacción y administración del diario. Es probable que en este lugar pudiera escribir parte de su novela “El audaz” e incluso algunas páginas de su Trafalgar. Esta casa fue derribada en 1989 y en el edificio construido posteriormente que lleva el número 17, el Ayuntamiento de Madrid colocó en 1991 una placa conmemorativa con esta dedicatoria: «En este lugar se alzaba hasta 1989 la vieja casa donde Benito Pérez Galdós dirigió el diario “El Debate” por los años 1871-1873. Ayuntamiento de Madrid 1971”.

Durante los años siguientes, a partir del verano de 1872, primero de los que pasará en Santander, donde conocerá a quien será de por vida su amigo entrañable, el escritor Jose María de Pereda, fracasada en España la monarquía saboyana y proclamada la convulsa República, Galdós se enfrascará en la redacción de los Episodios Nacionales -título sugerido por su amigo y patrón Albareda-, aprovechando el sosiego y el respeto del que le proveía con creces el clan femenino instalado en su casa familiar de Serrano, 8. Según su biógrafo Ortiz Armengol el escritor se convertirá durante estos años en un fábrica de cuartillas, recompensado por la feliz acogida que el público presta sus ediciones.

La familia Galdós vivirá en la calle de Serrano hasta finales de 1876 cuando se traslada a un nuevo domicilio, no muy alejado del anterior, en la plaza de Colón número 2. Por entonces Galdós es ya un escritor famoso que ha comenzado a publicar los primeros títulos de la segunda serie de los Episodios Nacionales simultáneamente a la aparición de otras novelas de tesis, como Doña Perfecta, Gloria, Marianela y La familia de León Roch.

 

Las casas donde habitó Galdós son las que se ven a la derecha de la estatua de Colón

Galdós y familia ocuparan un piso, el tercero, en una de las dos casas construidas por el arquitecto Lorenzo Álvarez Capra (1848-1901), arquitecto neomudéjar autor del proyecto y construcción de la plaza de toros de Goya y de la iglesia de la Paloma en Madrid, entre otras obras. La casa hacía esquina con el Paseo de la Fuente Castellana y la Ronda de Santa Bárbara (actual calle de Génova) y fue derribada en los años 70.

La nueva vivienda representará una notable mejora con respecto a la precedente debido a su luminosidad, su ancha escalera (en aquella época no había ascensor) y sobre todo por sus vistas a la oval plaza de Colón donde entonces se estaba construyendo la gran mole del Palacio de Bibliotecas y Museos Nacionales. Su interior nos es conocido por una fotografía de Laurent que, presumiblemente, se encuentre en el Museo Municipal (Archivo Ruiz Vernacci) y sobre todo por la personal y precisa representación que del mismo hace su amiga la Condesa de Pardo Bazán en el artículo “El estudio de Galdós en Madrid”, resultado de una visita a su piso de la Plaza de Colón, publicado en el número 8 de la “Crónica Literaria” de su revista “Nuevo Teatro Crítico”, año I, núm. 8, agosto de 1891. Su transcripción, casi íntegra, merece la pena pues nos sitúa en la atmósfera de estudio, trabajo y descanso -el nido- que cobija al “Dickens español”.

 

“Ocupa Galdós con su familia un piso llamado tercero, y efectivamente cuarto, en la plaza de Colón, lugar muy urbano, ventilado y alegre, con sombra de árboles y claros horizontes. En verano, al apearse ante la puerta de casa, se experimenta una sensación de frescura y de elegante reposo. La escalera, bonita y cómoda, recibe luz de ventaniles con cristalería de colores gayos, que lanzan sobre la limpia madera del descansillo una viva lluvia de reflejos amatista, verdes y carmesíes. Cuando se abre la puerta del piso de Galdós, vese un pasillo desahogado, que habitan, sobre barras de metal dos periquitos graves y meditabundos, y un loro descarado y procaz, el cual repite con bufonesco redoble de erres: “¡Que rrrico!”

Dejemos al pajarraco charlotear, y entremos en las dos piezas que, unidas, componen el estudio. La mayor tendrá de largo unos seis metros, tres y medio probablemente la chica; el techo es bajo. Dentro de tan modestas proporciones, no carece de cierta importancia el departamento constituido por el saloncito y gabinete, gracias a la inteligente coquetería que presidió la decoración de las paredes y colocación de muebles y cachivaches, y a notarse en todos ellos la personalidad del dueño, y no la ideación, siempre amanerada, del tapicero decorador. No hay lujo, pero si gracia, interés, distinción; se comprende que allí esta el nido, la residencia amada del trabajador sedentario y solitario.

No hay puerta que divida las dos piezas: y el marco, privado de hojas, lo viste suntuosa guarnición de terciopelo, imitación de bordado antiguo, de tonos rojos e intensos, color que predomina en el resto de las colgaduras. Sobre el dintel, una franja haciendo cabecera, con remates de pasamanería, y en ella, a ambos lados, el clásico letrero Tanto Monta, mientras bajo un escudo en que campea el león nacional, corre la divisa que adorna la portada de los libros de Galdós: Ars-Natura-Veritas.

El techo del saloncito es blanco con cenefa roja, y en el centro se abre como flor de disforme y pintarrajeada corola bermeja, turquí y esmeralda, una sombrilla japonesa. La mesa escritorio es de las que sostiene una cruz de hierro y descansan patas salomónicas. El sillón-que revela bien la asiduidad del escritor incansable-es de forma romana, y está destrozado, usadísimo, pidiendo a gritos que lo vistan de nuevo. Sobre la mesa, un lozano palmito, pocos libros, y un haz de pruebas del tercer tomo de Ángel Guerra, pruebas corregidas, vueltas a corregir, cruzadas, listadas, franjeadas, con dibujos de barquitos o de flores, dibujos ingenuos, como los que traza la mano del colegial que se distrae un punto de la fatigosa lección. A los pies de la maltratada poltrona, una manta de Lucena para envolver las rodillas:- Galdós es muy friolero, a fuer de africano.- A la izquierda de la puerta de entrada, un estante cargado de libros, y en cuya repisa se confunden cacharros traídos de los viajes, porcelanas y lozas de Stratford-on-Avon y Delft, con fotografiaras que son recuerdo de amistad. A la derecha de la puerta, otro mueble, de original forma y gótico estilo: un casillero, mezcla de archivo y librería, que corona bonito florero de Sajonia. Por las paredes hormiguean dibujos originales de Sala, Mélida, Pellicer, Lizcano y Apeles Mestres: son los que enriquecen la hermosa edición ilustrada de los Episodios Nacionales.

Platos artísticos de Caldas da Rainha, y cuadros modernos, firmados por Sala, Fenolleras, Beruete y Lhardy, alegran con notitas de vivo colorido y reflejos de esmalte el fondo de la habitación, que inundan de claridad dos balcones. Detrás del sillón, viste la pared rico pedazo de tela antigua, de armonioso fondo verde con dibujos y realces de oro viejo fileteados con cordoncillo; y mas arriba, descansando en un cuadro de felpa roja, domina el conjunto el gran plato de hierro forjado, esmaltado, repujado y niquelado con que obsequiaron al novelistas sus paisanos, los canarios residentes en Madrid. Quien se asome a los balcones que alumbren la estancia, verá que no caen a la Plaza de Colón, sino que registran detalladamente las caballerizas del nuevo palacio que construye la duquesa Ángela de Medinaceli.

No hay muchos libros en el despacho, sino los justos, los que bastan a un observador tan prendado de la vida callejera como Galdós: obras clásicas en su mayor parte, bien encuadernadas, con señales de haber sido hojeadas y aun releídas, pero formadas correctamente, y abandonadas casi siempre por una enciclopedia que se llama la sociedad. Delante de los libros, como para relegarlos a segundo término, fotografías, no de amigos, sino de chiquillos de amigos; una colección de rapaces de tres a doce, entre los cuales descuella (por el tamaño, digo) el mas apasionado admirador y lector asiduo y constante de Galdós: mi hijo Jaime. Nadie ignora que Galdós es aficionadísimo a la gente menuda; que ha sorprendido la ingenua gestación del pensamiento en los niños, y ha creado una galería de encantadoras figuras, como el pequeño Miau y el doctor Centeno, que son lo más encantador que su pluma produjo. Los retratos demuestran que el Dickens español quiere que vengan a él los niños.

Si en el despacho o estudio propiamente dicho todo delata la batalla con las cuartillas, en el gabinetito contiguo, que confina con el dormitorio y abre sobre él una puerta de escape, todo indica los momentos de descanso y vago ensueño que se imponen como intervalos de la labor del condenado oficio, según Galdós suele decir entre broma y veras.

Amplio diván convida a la perezosa siesta, ó a la lectura, no menos desmayada y regalona, de algún dulce librejo familiar, de esos que gustan siempre, y ya, por conocidos, no nos despabilan lo bastante para evitar que al cuarto de hora se entornen los párpados. El piano, discretamente recatado en una esquina, promete otro género de sedación intelectual, el opio suave de unas cuantas páginas de Beethoven, interpretadas sin pretensiones de brillantez (¡Dios nos libre!). La luz de la ventana la intercepta y filtra un trasparente raro, especie de cortina rumorosa, formada por cinturas o taparrabos de moros de Joló; unos como toneletes de flecos de paja ligera. Armas también joloanas adornan las paredes, y a la derecha de la puerta, un estantillo contiene la colección minúscula de Walter Scott, que regalaron a Galdós sus admiradores en la memorable fecha del gran banquete que demostró la popularidad del autor del Amigo Manso.

No encierra otras riquezas ni otras preciosidades el estudio de Galdós. Salvo un retazo de tela, no veréis allí el menor detalle que trascienda a prendería. Muchas veces oí de boca del maestro que no le seducen los trastos apolillados y los santos viejos sumidos en un mar de asfalto y tierra de Siena; que prefiere cualquier bocetito moderno…”

Tal cual se encuentra el estudio de nuestro gran novelista, deja adivinar bien las condiciones de su carácter y de su ingenio. Cultura sin pedantería, mas bien con empeño de parecer sencilla, burguesa y llana; amor entrañable a la vida real, con un lugar retirado en que se cobijan, sin alardear ni meter bulla, el ensueño y la poesía; la decoración y el mobiliario, no como artículo de lujo, sino como elemento de honesto regalo interior, de pacífica ventura familiar; lectura ligera, nutritiva y sana, paladeada a sus horas, no indigestada nunca; y sobre todo, recio trabajo, copiosa producción, asiduidad regularizada, inspiración sujeta la voluntad, por decirlo así”.

 

NOTAS
Nota nueva 1. Según me advierte un amable comunicante, Eric Sjbohr, el edificio en cuestión es anterior a 1922, fecha en que fue reformado por el arquitecto Cayo Redón Tapiz, quien añadió dos plantas mas al inmueble. El arquitecto Redón falleció poco después, el 20 de agosto de 1923.

(1) El diario “El Debate” fue fundado por D. José Luis Albareda y Sezde (1825-1897), “hombre sugestivo y mundano, dotado de extraordinaria sagacidad política,” afiliado al partido liberal, quien sería dos veces ministro, de Fomento en 1881 y de Gobernación en 1887, a la vez que distinguido publicista y fundador en 1888 de la Revista de España de la que Galdós seria director entre febrero y noviembre de 1873. Galdós nos dejó una excelente pintura del personaje, incluso de sus hábitos higiénicos y modales hiperbólicos de caballero andaluz en el Episodio Nacional Amadeo I donde refiere la entrada en el periódico El Debate al que califica de “modernista” y “de buen tono” de su contrafigura, el doble-mitad, de nombre Tito, “hombre chiquitín de cuerpo, grande de espíritu y dotado de amplia percepción para ver y apreciar las cosas del mundo”. Tito Liviano “el miniatura” ingresa como redactor, escritor para todo, teatro vida social y política, llevado de la mano de un paisano canario compañero de pensión (figuradamente el propio escritor).
(2) Leo en Internet que la iniciativa de los tranvías de mulas en Madrid, inaugurada en mayo de 1871, con gran solemnidad, se debe a los concesionarios de los tranvías de La Habana, Daniel O´Ryan y José Domingo Trigo. El conde de Romanones (Amadeo de Saboya. El rey efímero) cuenta, sin embargo, que la empresa corrió a cargo de la sociedad Inglesa de Asherrs Morris and C.º y que las gentes estuvieron dudando durante algún tiempo si debía decirse “el tranvía” o “la tranvía,” como proclamaba el presidente del Congreso y académico Salustiano Olózaga.

Deja un comentario