[Artículo] Fenómenos sismológicos, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 17 de enero de 1885.

I

Al dar cuenta en las páginas anteriores de los terremotos de Andalucía, ignoraba toda la extensión de la desgracia que nos aflige. El desastre reviste caracteres espantosos. Desde el 25 del pasado diciembre, el telégrafo y el correo nos traen diariamente noticias nuevas y nuevos detalles de la catástrofe. Para que ésta sea más horrible, los movimientos del suelo han continuado y continúan en aquella región infeliz. El pánico es ya como habitud en los habitantes de las provincias de Málaga y Granada, y aún no sabemos cuando terminará esta situación.

Las relaciones de lo ocurrido en algunos pueblos no pueden leerse sin espanto. Las explicaciones del fenómeno, fantaseadas por la imaginación andaluza, parecen cosas de leyenda o cuentos maravillosos. Hay quien asegura que el sol sale, para estos pueblos de Granada, media hora después de lo que debiera según el almanaque; de donde se deduce que Sierra Nevada se ha elevado algunos centenares de metros sobre su antiguo nivel. Lo maravilloso está a la orden del día en aquel país morisco. Hay pueblos que no están ahora donde antes estaban, ríos que han variado de curso, montañas que se han hendido, cavernas y grietas profundas que se han abierto en diferentes partes; vapores irrespirables invaden la atmósfera, aparecen manantiales de agua caliente, las ciudades se caen casa por casa, y la solidez del planeta parece broma en aquella importante parte de él.

Es verdaderamente extraordinario lo que allí pasa. En los memorables terremotos que nos ha referido la historia y explicado la ciencia, los movimientos del suelo eran instantáneos, y los desastres enormes y repentinos. Una vez verificado el espantable fenómeno, la tierra volvía a su quietud solemne, y los supervivientes podían llorar sus desdichas sin miedo a nuevos cataclismos. Pero en este caso, no pasa del mismo modo. Hace tres semanas que se sintió la primera trepidación y en todo este tiempo el suelo no ha cesado de moverse, en una u otra parte ni un solo día. El temor de los que han quedado con vida es inmenso; no saben, como vulgarmente se dice, a qué santo encomendarse, y es natural que crean en el próximo fin del mundo. Es natural también que las exaltadas imaginaciones de aquellos campesinos sin instrucción forjen absurdas quimeras. ¿Qué poder misterioso obra en las profundidades de la tierra, haciéndola bailar incesantemente? ¿Es un poder infernal o un poder celestial? En ambos casos la causa de todo sería lo mucho que pecamos. Pero como no es prudente suponer que los granadinos y malagueños hagan más picardías que el resto de los españoles, no se comprende que el duro castigo recaiga sobre una región sola, dejando inmune las demás.

Ello es que la superficie de aquel abrupto suelo se ha alterado considerablemente. Hay quien asegura que por el picacho de Veleta o por el grandioso o ingente Mulhacen salen humos y lavas, lo cual indicaría que el terremoto ha sido o es el trabajo subterráneo de los vapores telúricos que quieren abrirse un respiradero en Sierra Nevada.

Si esto se confirma, tendremos un volcán que anienizará de aquí en adelante los tratados de geografía y será un nuevo aliciente para los extranjeros que vienen a visitar la Alhambra. También se ha dicho que en la costa mediterránea, no sé si frente a Motril o a Vélez-Málaga, habían aparecido islas. Este aumento de posesiones, que equivaldría para nuestra nacionalidad al nacimiento de un hijo, es un extraño aumento de territorio; tan extraño, que Bismarck, que hoy quiere meter la mano en las colonias ajenas, diría: «No está permitido que las naciones paran.» Y sabe Dios la que nos armaría por el alumbramiento geológico y ese inaudito parto de los montes. Hablando en puridad, creo que a las tales islas en mantillas no las ha visto nadie todavía.

II

Pero como quiera que sea, y dejando a un lado las bromas, que no son propias del caso, es indudable que en la región granadina se verifica un fenómeno geológico de inmensa transcendencia. La elevación del suelo se viene observando hace muchos años en toda la costa. Las trepidaciones no son nuevas allí, aunque nunca han sido tan desastrosas. Es, pues, indudable que un agente físico trabaja en las profundidades de aquella parte del mundo y que concluirá por darle una forma nueva. Nada hay definitivamente constituido en la corteza de nuestro pobre planeta, y esos inmensos repliegues que llamamos cordilleras están pendientes de reforma según la misteriosa ley física moral que nos rige. ¿En dónde estaremos seguros? En ninguna parte. Esas inmensas moles, que parecen el emblema de la estabilidad, se sacuden y oscilan movidas por profunda fuerza. La ciencia no ha explicado de un modo inconcuso estos fenómenos que tan hondamente perturban la vida vegetal y animal. Las explicaciones son varias, sin que ninguna prevalezca incontrovertiblemente. Según unos, la tierra, rodando en el vacío, pierde lentamente su calor, y, al enfriarse, la corteza se arruga, se contrae. Estas arrugas determinan las montañas, que de siglo en siglo se elevan más. Según otros, al abrirse volcanes submarinos, penetran, en el seno inflamado del planeta, grandes masas de agua, cuya instantánea ebullición produce vapores que corren de un lado para otro buscando salida y conmoviendo esta mísera corteza, que no tiene más que doce leguas de espesor, cual luto y consternación que hacen dudar de la Providencia. Los vivos se guarecen en improvisados campamentos; pero los temporales de agua y nieve que se desatan sobre aquella zona hacen muy terrible su situación. Interrumpidas las labores del campo, la miseria se apodera del país, y la abundante cosecha de aceituna que ostentan los olivares, es una irrisión del Destino. Los molinos de aceite están reducidos a escombros, los almacenes y bodegas no son más que ruinas.

Pero donde el fenómeno ha presentado caracteres más extraordinarios ha sido en Guevejar, pueblo situado en la vertiente S. O. de la sierra de Cogollos, junto al río del mismo nombre, cuyo cauce está en aquella parte a 4.809 pies sobre el nivel del mar.

Guevejar se ha corrido, se ha deslizado todo entero y en masa, resbalando por la ladera en que está construido hasta la margen del río, el cual ha variado de curso.

Hase abierto una profunda y larga grieta que arranca del lecho del río y se subdivide en otras más pequeñas, prolongándose en una extensión de 190 metros hasta la prominencia del cerro, a cuya falda está el pueblo.

En dicha prominencia se han desprendido materiales que se calculan en 1.500 metros cúbicos de roca.

La grieta presenta en la punta más elevada 15 metros de anchura y 7,20 de profundidad. En cierto sitio, una fábrica de pólvora se partió en dos mitades, quedando cada porción del edificio a uno y otro borde de la hendidura. Junto al río, la abertura del terreno partió en dos uh secular olivo, dividiendo troncos y raíces, y se ve medio árbol a cada lado.

Hay además otras grietas más pequeñas, paralelas al círculo de la anterior, las cuales al cortar los edificios y levantar los pisos, dan al infeliz pueblo el más extraño y fatídico aspecto. Todas las corrientes de agua que había en la zona han desaparecido y los cauces están completamente secos.

A 15 metros del río ha surgido un lago de nueve metros de profundidad en su centro, y cuya área se calcula en unos 120 metros cuadrados. Los bordes de las grietas se ensanchan cada día, y el pueblo en masa va resbalando por la ladera. No ha concluido aún el movimiento de traslación, el cual es tan considerable que algunas casas están hoy a 27 metros de distancia del punto donde estaban antes del terremoto.

Estas observaciones han sido hechas por el ingeniero americano señor Caicedo, que recorre aquellos sitios, agregado al corresponsal que tiene en España el Herald de Nueva York. Toda la Prensa europea ha enviado representantes a estudiar los singulares fenómenos que ocurren en Granada. Nuestro Gobierno ha nombrado con el mismo objeto una Comisión compuesta de ingenieros de minas, a cuyo frente figura el sabio y estudioso profesor don Manuel Fernández de Castro, director de las Obras del Mapa Geológico de España.

Dicha Comisión está ya en el teatro de estos sucesos, tan tristes para la humanidad como interesantes para la ciencia.

III

Tantas desgracias no podían menos de impresionar vivamente a la nación española, despertando los sentimientos de caridad en pro de nuestros hermanos.

El espectáculo que ahora presenciamos no es menos hermoso que el de 1880, cuando las inundaciones de Murcia. Hace quince días que en Madrid y en toda España no se habla más que de socorros, de suscripciones y de aliviar por todos los medios la aflictiva situación de los granadinos y malagueños. En esto nos secundan, gallardamente, las naciones vecinas, Portugal y Francia, y aun las más apartados de nosotros, Inglaterra y Alemania, nos dan muestras de fraternidad y simpatía. El Gobierno inició una suscripción, que asciende ya a 700.000 pesetas; pero esta suscripción, alimentada con los donativos de carácter oficial, no es la más importante. Los periódicos de más circulación, como El Imparcial y El Liberal, han abierto en sus columnas una generosa y simpática colecta, que se ve diariamente aumentada por modestas cantidades. Es la caridad popular la más espontánea, la más meritoria y la que al fin da mejores resultados. Dichos periódicos han enviado al terreno una Comisión de sus redactores para repartir directa y rápidamente socorros en dinero y especies, y atender a las grandes necesidades, casi desde el momento en que se manifiestan. De este modo el objeto se cumple mejor y más pronto que con los auxilios oficiales, pues éstos, por las tramitaciones con que han de verificarse, son siempre tardíos, y sometidos, hasta cierto punto, a la influencia política; no ofrecen completa equidad en su distribución.

El Círculo de la Unión Mercantil, Sociedad formada por los comerciantes de esta Corte, también ha recaudado gruesas sumas. El Ateneo Científico y Literario, además de la colecta que hizo entre sus socios, organiza una rifa de objetos de arte y publicaciones valiosas, y otras Corporaciones de Madrid y provincias hacen lo mismo. Se anuncia la aparición de periódicos especiales, por el estilo del famoso París-Murcia, con autógrafos, dibujos de grandes artistas, y entretanto, todos los teatros de la Corte dedican una función extraordinaria y brillante al objeto benéfico; y en algunas aristocráticas casas se preparan tómbolas, que aumentarán considerablemente el ya pingüe capital destinado a las víctimas.

Respecto a estas fiestas santuarias, no creo que el puro nombre de caridad deba aplicarse a ellas. Con-vendría buscar una palabra nueva para expresar esta costumbre moderna de hacer el bien divirtiéndose y de socorrer al pobre bailando. Los que de este modo vacían sus bolsillos tienen una virtud relativa, cuya importancia no me propongo escatimar; pero no pueden aspirar a la canonización alegando los beneficios que han hecho al prójimo, ni son caritativos en el concepto evangélico. Nuestra edad tiende a dar forma colectiva a todas las cosas, incluso las virtudes. Lo que el individuo pierde con esto gánalo la sociedad, y si nos atenemos al resultado, no podemos mostrarnos enemigos de un sistema por el cual las grandes desdichas de nuestros semejantes tienen pronto y eficaz remedio.

Desde que se conoció la extensión del desastre, el Rey quiso repartir por sí mismo los socorros oficiales, y con tal objeto partió de Madrid el 10, con poco séquito, en medio de los rigores de uno de los inviernos más crudos que se han visto aquí en muchos años. Esta resolución de don Alfonso ha sido muy aplaudida, y ha venido a favorecerle por otro concepto. No es ya posible dudar de su buena salud viéndole arrostrar las más bajas temperaturas y recorrer a caballo, sin fatiga, una región donde los malos caminos están intransitables a causa de la nieve y las lluvias. Ello es que, si realmente su salud era buena, ahora se ha confirmado de un modo que no deja lugar a dudas, y si era en realidad mala, la vida activa y los puros aires de El Pardo le han producido un restablecimiento que deseamos dure muchos años. En los pueblos de Granada recíbenle con amor y entusiasmo, y su presencia ha sido gran consuelo para aquellos infelices, a quienes ha repartido socorros de todas clases.

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