[Artículo] El conflicto anglo-ruso, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 30 de abril de 1881.

I

Desde hace algunos días la guerra entre Inglaterra y Rusia se cree inevitable, y aunque suelen venir telegramas que indican tendencias pacíficas, ello es que la cosa no se arregla. Diríase que ambos guerreros temen las consecuencias graves de la lucha en que se van a empeñar, y se miran mucho antes de pronunciar la última palabra de pez. Los ingleses, comprometidos en la enojosa campaña del Sudan, con estorbos y complicaciones en Irlanda no obstante llevan la ventaja de sus inmensos recursos financieros, y si es cierto, como dice un adagio militar, que el dinero es el que gana las batallas, la Gran Bretaña tiene la victoria decisiva, aunque tardía, en sus siempre bien provistas arcas. La desventaja de esta nación consiste en )a distancia en que se encuentra del teatro de la guerra, en la falta de sobriedad de las tropas inglesas, en el clima horrible del Afghanistan y en las complicaciones que cualquier descalabro podría promover en los inseguros y mal sujetos Estados del Indostán. También es desventaja para Inglaterra que el problema militar no se plantee exclusivamente en los mares, de los cuales es señora casi absoluta. Dígase lo que se quiera, Inglaterra no ha sido nunca potencia militar continental, y para serlo en circunstancias difíciles ha necesitado hacer colosales esfuerzos y procurarse aliados poderosos.

Las ventajas de Rusia consisten en el entusiasmo del partido militar, que quiere la guerra a todo trance y la considera como una cosa santa y providencial, en lo numeroso de sus huestes y en la asombrosa fuerza que le dan para un caso como éste, en los territorios asiáticos, esas incomparables tropas irregulares del Cáucaso y Tartaria, sobrias, feroces, incansables y conocedoras palmo a palmo del suelo en que operan. Las desventajas del coloso moscovita son, en primer término, su hacienda, que está según dicen, bastante desquiciada, y como no es de creer que en esta ocasión vayan a pedir dinero a los prestamistas de la City tropezarán, sin género de duda, con grandes dificultades. Luego el cáncer interior que la corroe, ese endiablado nihilismo, ha de

entorpecer grandemente su acción. Cierto que uno de los objetivos que impulsan al partido militar a la guerra es desorientar a la revolución y apartar de ella valiosos elementos. Es indudable que una serie de victorias ruidosas serían de gran precio para Alejandro III; pero, ¿qué efectos causaría lo contrario, es decir, una serie de descalabros y reveses? Espanta el considerar la suerte del Zar derrotado, cuando, sin serlo, su vida es un tormento horrible, y es, sin duda, el hombre más infeliz de su inmenso imperio. La imaginación más pesimista no alcanza a concebir lo que sería la revolución desatada en Rusia y el desbordamiento del nihilismo.

II

Cualquiera que sea el resultado de la guerra, creo que estamos llamados a ver cosas muy graves y cataclismos estupendos. La grandeza de los dos gigantes que van a medir sus armas, y además el territorio ingente y salvaje de la contienda, anuncian horrorosa tragedia, quizá la más grave que ha presenciado nuestro siglo. Inglaterra se dispone, por lo visto, a sacar todo el partido posible de su inmensa fuerza naval, bloqueando los puertos del Báltico y del Mar Negro. El comercio ruso sufrirá grandísimo quebranto, y aunque le quedan las vías terrestres para comunicarse con Alemania, sus grandes depósitos de cereales de Odesa y Tagauroff, quedarán cerrados, produciéndose indefectiblemente dificultades en el interior, carestía, miseria, paralización y descontento de las clases numerosas, que, apartadas de los entusiasmos militares, ven siempre en la guerra una calamidad.

Y el solo anuncio de que van a cerrarse los abundantes graneros del Mar Negro, que surten a media

Europa, ha hecho elevar la cotización de cereales en los principales mercados del Mediterráneo. Hay quien cree que la guerra ha de ser favorable a nuestro comercio exterior. En el tiempo aquel de la guerra de Crimea entre la alianza franco-anglo-turca y los rusos, se hizo popular entre nuestros labradores el siguiente aforismo: «Agua, sol y guerra en Sebastopol.» El ejército aliado hizo grandes compras en España para su abastecimiento, y los trigos, especialmente, alcanzaron en Castilla un precio subido que no han vuelto a tener después. De España se exportaron, además, para el teatro de la campaña, gran cantidad de artículos alimenticios y, además, muías y caballos. ¿Sucedería hoy lo mismo? Es muy dudoso, porque las condiciones del comercio del mundo han variado mucho.

En aquel tiempo aun no enviaba a Europa el Oeste de los Estados Unidos sus inmensas remesas de trigo, ni existían en el Mediterráneo las bien abastecidas plazas de Argel, Orán y Alejandría. No Se había abierto aún el istmo de Suez, ni existían, Por ende, fáciles comunicaciones con la India y toda el Asia fecundísima.

Además, aunque la guerra produjera la elevación de precio en algunos artículos de exportación, si la industria inglesa entrara en un período de crisis y se paralizaran algunas fábricas, este simple fenómeno nos acarrearía pérdidas no compensadas con el beneficio de su alza en los cereales. La exportación de minerales de hierro, cobre y plomo, que son, después de los vinos, nuestra principal riqueza, sufriría una baja considerable y quizá una paralización absoluta. Bilbao, Huelva y Linares quedarían arruinados, y perderíamos por tal concepto más de lo que ganaríamos por otro.

Pero, ofrézcanos o no ventajas la guerra anglo-, rusa, no la deseamos. Esta contienda se ve venir, sí, y aunque todos sabemos poco más o menos cómo ha de principiar, no es posible calcular las complicaciones que puede traer en su temido desenlace. Si la guerra se generaliza, si el frágil castillo de naipes del equilibrio europeo se quebranta y deshace, ¿quién dice que no nos tocará alguna chinita? Aseguran que poderosas influencias trabajan por que la anunciada guerra no estalle. Dios ponga tiento en las. manos del venerable Guillermo y de su sabio canciller para que logren evitar, pues tal parece ser su propósito, esta inhumana, bárbara y calamitosa tragedia.

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