Centenario del Dos de Mayo. Al pueblo de Madrid [1908]

Al celebrarse el primer Centenario de la guerra de independencia, no puede olvidar Madrid que fue iniciadora del temerario alzamiento contra la invasión extranjera. No debe olvidarlo, porque Madrid es ca­pital europea, ligada con vínculos espirituales y de interés a las esplén­didas metrópolis de naciones próximas, y si de alguna recibió y recibe enseñanzas del orden artístico, político y suntuario, también aprendió de ellas a conservar vivo el recuerdo de las glorias patrias, y a conme­morarlo fervorosa y dignamente.

No con ligereza jactanciosa, sino con la conciencia de encamar el sentir nacional, como lo encamó en 1808, consagrará esta villa días triunfales a celebrar la festividad de la Santa Independencia, perdida y recobrada por el pueblo español en los trágicos años de lucha con el imperio. Madrid fue la primera hija que alzándose del regazo de la ma­dre ultrajada, se abalanzó al usurpador, y con gesto iracundo, el grito aterrador, las manos armadas o inermes, manos de hombre, manos de mujeres, cólera de grandes y pequeños, de plebeyos y nobles, demos­tró al mundo que aquel fundamental principio no podía ser hollado y destruido sino por la fuerza bruta. Contra la del usurpador, fuerza or­ganizada, poderosa, desarrolló este vecindario, la suya libérrima, ins­tintiva, esporádica, sin jefes, sin plan, sin premeditación estratégica, y supo ser heroica y mártir, mereciendo por ambos conceptos la gratitud de España y de la humanidad. Madrid fue tan grande por su martirio como por su patriótica pereza, porque si no pudo ganar toda la batalla en el terreno material, la ganó espiritualmente con el sacrificio de su sangre, a torrentes derramada en la espantosa noche del 2 al 3 de Mayo.

Los que en esta ocasión representamos a esta Villa ilustre, unos porque en ella nacieron, todos porque en ella tuvimos nuestra cuna in­telectual, creemos que pondrá en la conmemoración de los fastos del año 8, el españolismo más expansivo y sintético. Siempre se distinguió Madrid por la amplitud del concepto de patria, y en la epopeya de la Independencia, concede igual veneración a toda página histórica, llá­mese Gerona o el Bruch, llámese Zaragoza o Bailón. El Dos de Mayo, fue prólogo y norma de la dura protesta contra el imperio y de los tre­mendos golpes que sucesivamente quebrantaron un poder inmenso y deslumbrador. Sean también hoy las fiestas de nuestra capital intro­ducción a las que ha de celebrar, con mayor concurso de gentes y con esplendores industriales, una ciudad de inmortal renombre y a cuantas manifestaciones de igual carácter haga la familia española en ciudades, villas y campos memorables. En el próximo Mayo, Madrid quiere ser España, y en días sucesivos, su anhelo es que toda España la tenga por suya.

Al propio tiempo, proponemos y deseamos que esa hidalga Villa no circunscriba la festividad a las demostraciones y visualidades pom­posas que embelesan a las muchedumbres. Bueno es que hablemos a los sentidos y a la imaginación de ésta, ofreciéndole plásticamente las grandezas de la virtud, del arte y del valor; pero conviene que asimis­mo hablemos a su pensamiento, para que los ciudadanos comprendan que en los méritos del pasado debemos asentar todo lo hermoso y útil que deseamos legar al porvenir. Perpetuemos la memoria del Dos de Mayo en un monumento que exprese la lucha formidable y el cruento suplicio del pueblo matritense, con el carácter de espontaneidad y de bravura indisciplinada que tuvo aquel movimiento. Obra fue de todas las clases sociales fundidas con maravillosa mezcla de jerarquías en el común tipo popular, ejército y pueblo, con doble y mancomunada ini­ciativa, realizaron el acto prodigioso, que la historia nos ha transmiti­do sintetizando a todos los héroes de aquel día en las figuras inmorta­les de Velarde y Daoiz.

Y no debemos contentamos con esta demostración de cultura sino buscar otra en esfera más perdurable que los bronces y mármoles, en la educación, en la crianza y guía de generaciones que han de conti­nuar la vida hispánica. Hagamos que las solemnidades de este Cente­nario y los hechos gloriosos y los nombres ilustres que representan, queden para siempre asociados a un centro de enseñanza, el cual servi­ría de ejemplo, para que en ocasiones análogas otros acontecimientos y otras entidades repitieran esta iniciativa fecunda. Así veríamos mul­tiplicarse los criadores de generaciones cultas, único modo de apresu­rar el paso lento y perezoso con que vamos hacia la civilización.

Para conseguir estos fines, la Comisión del Centenario, vuelve los ojos, en primer término al pueblo mismo cuyo abolengo histórico trata de enaltecer. Madrid, castillo famoso de hospitalidad, centro y resumen de la vida nacional y abierta cátedra de todas las ideas, aspi­raciones y fantasías de los españoles, archivo del donaire, índice de la Historia Contemporánea en su variada serie de períodos normales y revoluciones, posee además la virtud más preciada en el orden políti­co, la tolerancia, dulce amiga del progreso y la libertad, Madrid es nuestra metrópolis intelectual, geográfica y política; mas, no es bas­tante rica por sí, dentro del organismo municipal, para llevar a efecto las grandiosas solemnidades que proyectamos.

Harto se ha dicho que Madrid, con ostentar coronas y títulos de Capital y Corte, no ha podido alcanzar la esplendidez arquitectónica y la perfecta ordenación higiénica de otras capitales europeas. Y esta es ocasión de repetir que si nuestra Villa no ostenta ante nacionales y ex­tranjeros mejor vestidura urbana, la culpa ha sido de los altos organis­mos dd Estado, que no han cuidado de robustecer la vida y la hacien­da municipal.

Aquí tiene la política sus talleres centrales; aquí la administración sus innumerables falansterios y covachas; aquí se alojan las cabezas de los Institutos armados; aquí reside la superior Enseñanza, la suprema Justicia y toda la primacía patricial del Estado. Pero éste, no pone la debida atención en los derechos del casero o aposentador, ni suminis­tra los elementos de la vida indispensable para atender al decoro, am­plitud y comodidad de este viejo caserón de los Poderes Públicos. Re­sulta, pues, que el Municipio de Madrid, que debiera ser rico no lo es, y se ve obligado a solicitar de un poderoso inquilino que le ayude a realizar dignamente las fiestas del Centenario, evocación de un pasado glorioso.

Y no sólo acudimos al gobierno de su majestad sino a los poten­tes organismos que en esta villa tienen su fastuoso albergue; al alto co­mercio, a la industria grande, a los próferes de vivir opulento y dicho­sos, a las familias ricas que son savia y ornamento de la vida de Ma­drid. De estas personalidades directoras que en diversas ocasiones han acudido a todo llamamiento patriótico con liberalidad y largueza, pro­pia de su alta función social, esperamos hoy eficaz auxilio.

A las clases inferiores, a la medianía burocrática y pobre, que apenas disfruta un vivir precario, a la muchedumbre obrera, que tra­bajosamente nivela un jornal mísero con las necesidades más elemen­tales, sólo pedimos que con su fervorosa adhesión y cultura, den es­plendor a la patriótica fiesta, y que perseveren en su amor ardiente a la Independencia Nacional.

Madrid 15 de Marzo de 1908

Alocución dirigida a la Comisión organi­zadora del Centenario del 2 de Mayo de 1908 al pueblo de Madrid y escrita por Galdós. EL País, 15 de marzo de 1908.

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