Observaciones sobre la novela contemporánea en España (III)

III Pero la clase media, la más olvidada por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser la expresión de cuanto bueno y malo existe en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban las familias. La grande aspiración del arte literario es dar forma a todo esto. Hay quien dice que la clase media en España no tiene los caracteres y el distintivo necesarios para determinar la aparición de la novela de costumbres. Dicen que nuestra sociedad no tiene hoy la vitalidad necesaria para servir de modelo a un gran teatro como el del siglo XVII, ni es suficientemente original para engendrar un período literario como el de la moderna novela inglesa. Esto no es exacto. La sociedad actual, representada en la clase media, aparte de los elementos artísticos que necesariamente ofrece siempre los inmutable del corazón humano y los ordinarios sucesos de la vida, tiene también en el momento actual, y según la especial manera de ser con que la conocemos, grandes condiciones de originalidad, de colorido, de forma. Basta mirar con alguna atención el mundo que nos rodea para comprender esta verdad. Esa clase es la que determina el movimiento político, la que administra, la que enseña, la que discute, la que da al mundo los grande innovadores y los grandes libertinos, los ambiciosos de genio y las ridículas vanidades: ella determina el movimiento comercial, una de las grandes manifestaciones de nuestro siglo, y la que posee la clave de los intereses, elemento poderoso de la vida actual, que da origen en las relaciones humanas a tantos dramas y tan raras peripecias, En la vida exterior se muestra con estos caracteres marcadísimos, por ser ella el alma de la política y del comercio, elementos de progreso, que no por serlo en sumo grado han dejado de fomentar dos grandes vicios en la sociedad, la ambición desmedida y el positivismo. El mismo tiempo, en la vida doméstica, ¡qué vasto cuadro ofrece esta clase, constantemente preocupada por la organización de la familia! Descuella en primer lugar el problema religioso, que perturba los hogares y ofrece contradicciones que asustan; porque mientras en una parte la falta de creencias afloja o rompe los lazos morales y civiles que forman la familia, en otros produce los mismos efectos el fanatismo y las costumbres devotas. Al mismo tiempo se observa con pavor los estragos del vicio esencialmente desorganizador de la familia, el adulterio, y se duda si esto ha de ser remediado por la solución religiosa, la moral pura, o simplemente por una reforma civil. Sabemos que no es el novelista el que ha de decidir directamente estas graves cuestiones, pero sí tiene la misión de reflejar esta turbación honda, esta lucha incesante de principios y hechos que constituye el maravilloso drama de la vida actual. No ha aparecido en España la gran novela de costumbres, la obra vasta y compleja que ha de venir necesariamente como expresión artística de aquella vida. Sin duda, las circunstancias de estos días no le son favorables, como antes hemos dicho, por ser un producto natural y espontáneo de los tiempos serenos; pero es inevitable su aparición, y hoy tenemos síntomas y datos infalibles para presumir que sea en un plazo no muy lejano. La aspiración de la sociedad actual a exteriorizarse, se manifiesta ya con alguna energía en el sin número de cuadros de costumbres que han visto la luz en los últimos años. De este modo se inician los grandes períodos de la literatura novelesca, que no llega a producir sus grandes y más preciados frutos sino después de una lenta y laboriosa prueba. De estos cuadros de costumbres que apenas tienen acción, siendo únicamente ligeros bosquejos de una figura, nace paulatinamente el cuento, que es aquel mismo cuadro con un poco de movimiento, formando un organismo dramático pequeño, pero completo en su brevedad. Los cuentos breves y compendiosos, frecuentemente cómicos, patéticos alguna vez, representan el primer albor de la gran novela, que se forma de aquéllos, apropiándose sus elementos y fundiéndolos todos para formar un cuerpo multiforme y vario, pero completo, organizado y uno, como la misma sociedad. Es España, la producción de esas pequeñas obras es inmensa. La prensa literaria se alimenta de eso, y menudean las colecciones de cuentos, de artículos y de cuadros sociales. Hay mucho de vulgar y mediano en estas composiciones; pero el que siga con interés el movimiento literario habrá tenido ocasión de observar lo que hay de bueno entre la muchedumbre de obritas de este género. Las que más boga han alcanzado son los Proverbios Ejemplares, de D. Ventura Ruiz Aguilera, colección de pequeñas novelas, muy apreciables y bellas particularmente, además del mérito y la importancia que tienen en su conjunto como pintura general de nuestra sociedad. Estos cuentos, en que se desarrolla el sentido moral de un adagio popular, son tan breves y conceptuosos, que jamás cansa su lectura: son cuadros hechos a cuatro rasgos, y ocupando sólo el espacio necesario para sus escasas figuras; no hay en ellos digresiones ni superfluidades, porque su índole exige la forma más concreta, pudiendo decirse, por la intención que encierran y lo sencillo de su organismo, que son verdaderos apólogos. Algunos, sobre todo los cómicos, no son otra cosa que epigramas en grande escala. Mas no por ser breves los cuentos que la forman deja de ser muy vasto el mundo que vive y se agita en esta colección de proverbios. Allí estamos todos nosotros con nuestras flaquezas y nuestras virtudes retratados con fidelidad, y puestos en movimiento en una serie de sucesos que no son ni más ni menos que estos que nos están pasando ordinariamente uno y otro día en el curso de nuestra agitada vida. La índole de la obra no permitía utilizar demasiado el elemento patético, siendo casi siempre lo cómico el principal recurso que el autor emplea para su fin. El Castigat ridendo, es el principio que se ha tenido en cuenta, aunque suele haber mucha seriedad en todas las soluciones. Por lo general, domina en todo ellos una calma de espíritu imperturbable, y su lectura produce el efecto de una conversación discreta y sana con personas de extremada bondad, porque la filosofía que encierran no tiene la severidad agresiva del moralista dogmático, ni ese pesimismo doloroso de nuestros escépticos de hoy, que no saben enseñar verdad alguna que no sea muy amarga y nos quitan una esperanza y un consuelo en cada lección que nos dan. A una gran viveza de color en los retratos se une un tacto especial para escoger sólo las figuras necesarias, la más característica, sin usar segundos términos ni cosa alguna que esté de más; así es que los personajes se graban en la memoria del lector con gran viveza. Los hechos son los más naturales de la vida, verificándose siempre con la más estricta lógica, cualidad que, unida al interés, constituye el secreto de la buena novela. Ya estamos cansados de las situaciones difíciles, penosas y violentas, que suelen hacer efecto en el teatro, pero que son intolerables en el libre, donde el campo es más vasto, la ficción más fácil, y por consiguiente menos llevaderas las licencias de esa naturaleza. Ya hemos dicho cuán serena y dulce es la filosofía que inspiran estos sencillos cuentos; pues esta serenidad, esta apacible calma del justo se refleja en la naturalidad del relato, en la sencillez de la invención, en el fácil artificio del diálogo. En cuanto al estilo, Los Proverbios encierran preciosísimo tesoro de locuciones populares que vemos con disgusto desaparecer poco de nuestro lenguaje literario. Conviene que el movimiento y las transformaciones de una lengua, indicados por el movimiento de la vida de los pueblos, no sea tal que haga poner en olvido ciertos modos de decir que constituyen uno de los principales tesoros de nuestra lengua. En esto el Sr. Aguilera ha sabido sacar partido del inmenso caudal de frases, dichos, refranes y modismos que posee, poniéndolos en boca del pueblo con mucho donaire y oportunidad; y si estas novelitas no tuvieran el encanto de su sencillo e ingenioso artificio, la exactitud y gracia de las pinturas, sería suficiente motivo para darles valor la circunstancia de ser un archivo de curiosidades lingüísticas que nos interesan y seducen, no sólo por ser bellas y pintorescas, sino por ser raras y estar exhumadas con una solicitud digna de imitación. Parte I Parte II Parte III Parte IV

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