[Cuento] Una historia que parece cuento, de Benito Pérez Galdós

o un cuento que parece historia

LA ESCENA PASA EN EL CAFÉ UNIVERSAL DE MADRID

ESCENA I

EL MOZO (Limpiando una de las mesas. Aparte).— Ya es hora de que lleguen los canarios. Voy a arreglarles la jaula.

BENITO (Entrando y dirigiéndose al mozo).— Buenas noches, Pepe.

EL MOZO.— Buenas las tenga el señorito.

BENITO.— ¿No han llegado los amigos?

EL MOZO.— Aún no señorito, pero no tardarán. El señorito Adán pasó por aquí esta tarde en compañía de aquel señorito que no es de su tierra y que fue diputado a Cortes el año pasado en tiempo de los radicales, y me dijo que le aguardaran ustedes, porque tenía que leerles un papel que se publica en Canaria y dice cosas muy buenas.

BENITO.— Pues bien, le esperaré un poco.

FERNANDO (Desde la puerta).— Buenas noches querido compañero.

BENITO.— Adelante querido Fernando. Te esperaba, y a los demás compañeros, porque según me ha dicho Pepe, esta noche pasaremos un buen rato leyendo cosas de nuestro país. ¿Tienes tú noticias de que allí se publique un nuevo periódico?

FERNANDO.— Extraño que me preguntes eso, cuando debes saber tan bien como yo lo que pasa en Canaria; o no; no me extraña porque estás embebido en tus novelas, de nada más te ocupas. Pues qué, ¿no sabes que hace meses se publica La Opinión? Chico, ¡qué periódico!, ¡qué claridades y qué verdades dice! Yo creo que en Las Palmas no haya salido otro periódico hasta la fecha, que tan a fondo haya tratado los asuntos del país y que tantas verdades haya dicho.

BENITO.— Pues hombre, no sabía semejante cosa, y extraño que no me hayan enviado ese periódico, porque siempre lo han hecho con los que se publican allí. Has despertado mi curiosidad y no me he de marchar antes de que venga Adán.

ADÁN (Entrando con D. Emilio).— Salud señores, ¿no han llegado los dos Pepes, Tomás, Eduardo y los otros paisanos?

BENITO.— Ya vendrán: lo que interesa es que nos enseñes el periódico que has recibido de Canaria.

ADÁN (Mostrando el periódico).— Aquí está, pero es necesario que esperemos a que lleguen los otros para leerlo juntos.

FERNANDO.— Leámoslo ahora nosotros, que ellos lo harán luego. (Entran los dos Pepes, Tomás y Eduardo).

EL MOZO (Aparte).— Ya están todos. Me da gusto de ver a estos canarios. Ellos serán unos republicanos y otros monárquicos, pero lo cierto es que nunca pelean y son buenos amigos.

FERNANDO.— Tomad asiento, señores, que vamos a leer un periódico que tiene este (señalando a Adán) que acaba de recibir de Canaria. Yo lo leeré, pero que nadie me interrumpa, y cuando haya concluido entonces haréis las observaciones que tengáis por conveniente. Entre tanto, escuchad.

TODOS.— Eso es, Fernando que lea.

FERNANDO (Toma el periódico, lo desdobla, le da una hojeada general y dice).— Señores, es fresquecito, del 10 de marzo, y empieza publicando los acontecimientos de esta Villa en el día 23. Esto no lo leeremos, porque nosotros lo sabemos antes que él. Viene ahora la Crónica municipal de la sesión del 5. «Presidencia de don José H. H. de Mendoza»…

UNA VOZ.— ¿Quién presidía?

FERNANDO.— Silencio, señores, si se me interrumpe, guardo el periódico y concluye la función.

Lee…………………..

FERNANDO (Después de haber terminado la lectura).— ¿Qué os parece, compañeros? O somos republicanos o no somos. ¿No os divertís?

EL MOZO.— ¡Cáspita, señorito, qué gente!

UN PEPE.— Calla tú; yo no sé, señores, como puede haber canario que eche a la calle los despropósitos y barbaridades de sus conciudadanos. Conozco que obran mal, pero por amor a su país debieran ocultar estos defectos para que con ello no gocen los adversarios.

TOMÁS.— No chico, esos no son defectos, no son despropósitos ni barbaridades. Si es cierto lo que dice el periódico, en mi concepto son delitos.

FERNANDO.— Te respondo que este periódico no dice una cosa por otra, porque yo, dudando como tú, he preguntado a mis amigos de Canaria y me dicen que todo es la verdad, y que en realidad pasa más de lo que se publica; y no por voluntad suya, sino porque muchas de las cosas se olvidan como es natural.

D. EMILIO.— ¿Pero será posible que eso suceda según se halla escrito?

FERNANDO.— Ya he dicho que según cartas autorizadas, La Opinión, en la redacción de las crónicas, se queda muy atrás de lo que pasa en las sesiones.

OTRO PEPE.— Pero yo pregunto, ¿hay taquígrafos en Canaria?

EDUARDO.— Hombre, lo que es taquígrafos no tengo entendido que haya ninguno, pero los que tales sesiones redactan, parece que lo son realmente.

DON EMILIO.— ¿Pero quién es ese concejal que tira tan a fondo esas estocadas mortales?

TOMÁS.— Es un monárquico…

UN PEPE.— Sin monarca, se dice.

TOMÁS.— Bueno…, el caso es que cumple con su deber.

D. EMILIO.— ¡Ya lo creo!; bien se desprende por las banderillas que le pone al alcalde y a ese otro que llaman Calderín. ¿Han visto ustedes qué castellano habla?

OTRO PEPE.— Sí, pero también deben ustedes convenir conmigo en que eso no está bien hecho.

FERNANDO.— ¿Qué llama usted eso?

PEPE.— Lo que hace La Opinión, es decir, publicar esas cosas. Yo conozco al alcalde, es un pobre hombre que se deja llevar por los consejos de lo que le dicen sus amigos y que por lo visto, no han hecho más que comprometerle. Conozco a D. Donato, es algo bilioso y testarudo como un aragonés, que tiene la manía de querer que la isla vuelva a los tiempos de los corregidores, y cuidado que es republicano neto; pero de todos modos, como señor anciano y por lo mismo respetable, no debiera sacarle a relucir esos defectos. Yo no estoy conforme con que se obre así, porque además redunda en desdoro de nuestra querida ciudad de Las Palmas. Si conociera a los redactores de La Opinión les escribiría por este correo para que abandonasen un asunto que, mirado cuando menos bajo el punto de vista nuestro, no nos pone en muy buen lugar, ni en nada nos favorece, por el contrario perjudica nuestro buen nombre como hijos de aquel país.

ADÁN.— Te ha faltado el «he dicho». ¿Sabes que no harías mal Diputado a Cortes?

EL MOZO.— Señoritos, yo soy gallego de nacimiento pero canario de corazón, porque he simpatizado con todos los señoritos canarios; y si no ya veis si tengo confianza con Vds. que me atrevo a hablar como uno de tantos; pero no puedo menos de decir mi opinión. Si esos señores del Ayuntamiento de su tierra no sabían para eso, que hubieran soltado las riendas; pero si por figurar están allí, el periódico hace bien en decir todo y clarito, así me gusta. Ya saben los señoritos el refrán de mi tierra: «En Jalicia, el que la jace la paja…». He dicho.

FERNANDO.— Vamos Pepe, te has hecho todo un orador. A fe que merecías te hicieran diputado por…

UNA VOZ (Al fondo del café).— ¡¡Mozo!!

EL MOZO.— Voy señorito. Gracias señor don Fernando. (Aparte, mientras iba a servir a otra mesa). Estos canarios valen mucho.

FERNANDO.— Este Pepe es una perla. Pero volviendo a nuestro Ayuntamiento, y lo llamo nuestro por ser de nuestra ciudad, ¿qué te parece Benito?… ¿Qué haces, hombre?

BENITO (Que está entretenido pintando una caricatura sobre el mármol de la mesa).— Hombre, por Dios, no me hables de eso; cuidado que es atroz lo que pasa en Las Palmas. La Opinión hace mal en publicar esas barbaridades.

FERNANDO.— Pero chico, si La Opinión no dice nada, habla, como suele decirse, «por boca de ganso»: todo eso lo dicen los individuos del municipio. En mi concepto, este periódico cumple con la misión que le impone la prensa; es hasta si se quiere, humanitario, pues se trata de que aquellos ciudadanos sepan quiénes les representan popularmente, y procuren para lo sucesivo evitarse los perjuicios que ahora pesan sobre ellos. Además, ¿qué hombre público se escapa de las garras de la prensa periódica? Me extraña que habléis así vosotros cuando tenéis aquí todos los días y a todas horas idénticas escenas; y aquí sí que es peor porque se censura con espada en mano. ¿Qué les hacen a los ministros los periódicos de la oposición?, ¿y a todos los demás hombres públicos? ¿Puede compararse a los hombres públicos de Madrid con los concejales de Las Palmas? Y sin embargo, ya veis. ¿Se rebajarán por eso los madrileños a los ojos de las demás provincias?, ja, ja, ja. Vaya, si el problema está resuelto; ¿quiénes han tomado la palabra en contra?, los dos Pepes que son republicanos y Benito que es… Señores. He dicho.

EL MOZO.— He estado oyendo todo, señorito; ahora sí que digo yo que debían nombrarle a usted diputado por esta coronada villa…

UN PEPE.— Calla, bruto.

EL MOZO.— Me equivoqué, señorito; quería decir por esta villa sin corona; lo mismo da para lo que yo quiero decir al señor don Fernando.

EDUARDO.— A pesar de todo no debía publicarse semejante cosa.

TOMÁS.— Yo soy del parecer de Fernando. Esos señores antes de ocupar las poltronas municipales debieron aprender los deberes que les impone el puesto que se les ha confiado; deben discutir con mesura y con dignidad. De este modo aun cuando La Opinión copiase las sesiones, de seguro no nos avergonzaríamos de lo que allí sucede. Miren Vds. que los insultos de D. Donato a Santana, aquello de los trancazos, las palabras dirigidas al pobre secretario, la acción de no dejarle escribir, y qué sé yo cuántas cosas más, tiene tres bemoles, es un escándalo.

EDUARDO.— Si al frente de la municipalidad hubiera una persona de carácter y energía todo se hubiera evitado, pero…

D. EMILIO.— Pero señores, Vds. como los conocen pueden hacer apreciaciones, pero yo me fijo en la población de cuya importancia oí hablar varias veces.

BENITO.— Veremos si eso tiene remedio; voy a escribir a mi pariente para ver de arreglar el cotarro.

EDUARDO.— Sí, hombre, sí, escríbale usted a fin de que no se ponga tan en evidencia, que lo mejor en mi concepto sería que mandase la poltrona y las borlas a paseo.

ESCENA II

© Cabildo de Gran Canaria, 2013. ISBN: 978-84-8193-663-3

(Entran D. Manuel y Ramón).

D. MANUEL (Sonriendo).— Buenas noches, señores. ¡Hola Fernando! ¿Qué tal D. Benito? ¿Y tú Pepillo? Abur, D. Emilio.

FERNANDO.— ¿Qué es esto por aquí? ¿Ha venido usted con licencia? ¿Cómo anda ese Valladolid?

RAMÓN.— Sí, con licencia absoluta.

TODOS.— ¿Le han dejado a usted cesante?

D. MANUEL.— Hombre, sí; me había la oposición el gremio de obra prima, y me tienen Vds. en Madrid dispuesto a acompañarles a cenar unas perdices escabechadas. (Viendo «La Opinión»). ¡Hombre, qué coincidencia! Hoy he andado buscando este periódico y cuando menos lo pensaba tropiezo con él. (Lee).

BENITO.— Pero a D. Manuel no le afectan las cesantías; siempre tan robusto y tan…

RAMÓN (Leyendo).— Todo es la costumbre.

D. MANUEL (Leyendo).— «Que de los fondos de las carnes se ha extraído cantidades por más de ochenta pesos, sin embargo de que yo no lo creo ni remotamente». (Aparte) Este hombre es el demonio. (Continua leyendo), «que se han hecho varias compras con ese dinero y que lo demás se ha perdido en la Gallera» ¡¡Canastos!!, esto es grave, señores, ¿pero qué pasa por allí?

FERNANDO y ADÁN (A la vez).— Siga usted leyendo.

D. MANUEL (Lee).— «Que se han pagado mil reales por un informe…; otros mil reales por otro informe….; y quinientos reales que se han pagado o se pagarán por la redacción de unos oficios…». Pero señores, si yo no puedo creerlo, esto es malversar los fondos públicos…

EL MOZO.— Siga leyendo el señorito, que todavía hay más.

D. MANUEL.— ¡Hola!…… (Lee): «Haberse gastado catorce o dieciséis mil reales en las cloacas también por administración…». ¡¡Zape!!… ¿Cómo se hubieran gastado dos mil reales en coger una cuántas gotas en los techos de este edificio?…

EL MOZO.— ¡¡Canario, señorito!!, ¡¡qué gotas serían esas!!

DON MANUEL (Aparte).— Vaya con este mozo, qué civilizado lo tienen los canarios. (Dirigiéndose a Fernando). Pero chico, ¿será todo esto cierto?

TOMÁS.— Lea, hombre, lea, que aún le queda lo mejor.

DON MANUEL (Continúa leyendo).— «…a no consentir que se hagan barbaridades»… Bien dicho… «son más que fielateros…». Oiga usted Eduardo, ¿qué significa esto de fielatero?

EDUARDO.— Pues es muy claro; fielatero de fielato. Mire usted D. Manuel, allí hay unos cuantos que son partidarios de esa contribución onerosa que grava a los pueblos, especialmente al nuestro de Las Palmas, que tan vejado y esquilmado ha sido por administraciones anteriores; y esos cuantos son los que se han propuesto poner en evidencia a ese pobre Ayuntamiento porque no ha sabido manejarse con esto de las contribuciones.

FERNANDO.— Y diga usted D. Eduardo, ¿no pretende el Ayuntamiento de Canaria imponer nuevamente esa contribución administrándola él mismo, según hemos leído en otros números de La Opinión? ¿Qué significa esto, amigo mío? ¿Estará mejor administrada de este modo?

EDUARDO.— Se pretende hacerlo así, pero eso no es posible dada la situación en que se ha colocado el Ayuntamiento con el rematador… Y además, el pueblo canario, que tan vejado y esquilmado ha sido, no permitirá que se le siga vejando y esquilmando con contratos leoninos y onerosísimos como el celebrado por un ayuntamiento de allí (calamar).

EL MOZO.— El señorito Eduardo quiere mucho a su pueblo.

RAMÓN.— Calla, Pepe; eso no es más que política pura, es decir, pasioncillas de la política. Si tú estuvieras un par de meses en Canaria, te convencerías de lo que son las cosas.

FERNANDO.— Aún le queda a usted lo mejor, D. Manuel.

D. MANUEL (Leyendo).— «Son todos unos farsantes…, unos enredadores…; yo no soy achacoso, yo no soy viejo…». Ja, ja, ja. Esto es una comedia… «Vd. es un pérfido…». Oigan Vds., ¿qué serían las palabras omitidas? Debieron haberlas publicado porque habrían de ser magníficas…

TOMÁS.— Hay ciertas cosas que la pluma se resiste a escribir y esas palabras habrían sido una de tantas.

D. MANUEL.— Sea lo que fuere el cronista debe ser exacto, y escribir cuanto pasa; sea bueno o malo…

FERNANDO.— Aún le queda a usted el final.

D. MANUEL (Continúa leyendo).— «¡Ojalá me hubiera muerto antes de venir aquí!… ¡Qué vergüenza, señores, qué vergüenza!…». (Ríe a mandíbula batiente y exclama:) ¡Sublime, arrebatador; qué final! Señores, ¿qué pasa por Canaria?

FERNANDO.— Nada, hombre, nada; lo que usted ve; y si usted leyera las sesiones de la asamblea municipal provocadas por ese mismo Ayuntamiento queriendo obligarla a que todos los días esté arbitrando recursos, acabará de conocer el estado de nuestro pobre país. Con decirle a usted que hasta hubo un individuo que sin tocar pito ni flauta se ha mezclado en las decisiones de la Junta, solo por ciertas influencias en aquella masa…

D. MANUEL.— Pero diga usted, ¿no rigen allí las leyes nuestras?

FERNANDO.— Es claro; anomalías de la situación y nada más.

UN EMBOZADO (Aparte).— Tengo que escribir a mi tío sobre todo esto; y ya que a él le atribuyen el cotarro, debe de salir de allí lo más pronto posible, porque de lo contrario tiene en ese periódico un mal precursor. FERNANDO.— Señores, ¿qué? ¿No vais a la ópera?

ADÁN.— Sí, vamos al momento.

TOMÁS.— Iremos juntos.

UN PEPE.— Yo tengo que estudiar.

OTRO PEPE.— Pues yo voy esta noche a Variedades.

EDUARDO.— Te acompañaré.

FERNANDO.— ¿Viene usted D. Manuel?

D. MANUEL.— No, gracias; necesito descansar.

BENITO.— Yo voy a concluir unas cosillas que estoy escribiendo y me marcho a casa.

RAMÓN.— Yo también me despido.

Buenas noches (exclaman entre sí).

EL MOZO.— Hasta otra vista, señoritos.

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