[Artículo] Ferreras, de Benito Pérez Galdós

Nuestra aflicción no nos permite hoy tributar al maestro, al amigo incomparable, los honores que su nombre y su memoria merecen. Nos limitamos, en este día triste, á transmitir nuestro inmenso duelo á toda la prensa española, á los partidos liberales, á las innumerables personas de diversas jerarquías que profesaban á Ferreras entrañable amistad, que le querían y respetaban; á los que le pedían su opinión, siempre ajustada á la realidad; á los que continuamente solicitaban su mediación ó influencia para favores relacionados con la vida oficial; á los que por distintos modos iban hacia él en busca del claro sentido de las cosas públicas ó de la inagotable bondad, prodigada siempre sin tasa en pro de los que necesitaban de ella.

Nadie gozó de mayor influjo que Ferreras en determinados períodos políticos; nadie le ha igualado en la abnegación para rehuir el beneficio propio de ésta que podremos llamar privanza, derrochándola siempre en provecho de los demás. Ha sido el mayor altruista de los tiempos presentes, y ejemplo, único tal vez, de una modestia con visos de austeridad huraña. Si la única felicidad positiva de este mundo consiste en hacer la felicidad de los demás, Ferreras ha gozado en vida de una dicha inefable.

El desfile de los que han recibido por su mano las mercedes que la política distribuye entre los españoles, sería un interminable cortejo de agradecidos, desde los más altos á los más humildes. ¡Gloria obscura de un hombre honrado y modesto!

Jamás quiso para sí pompas ni honores de relumbrón. No tenía cruces, ni títulos, ni cintajos, ni cosa alguna de vanas apariencias. Su orgullo era la posesión del sentido justo de las cosas políticas; su cruz, la pesada obligación de dar diariamente al país un juicio personal, siempre sereno, expresión de un espíritu sincero, que en los asuntos públicos busca la verdad y desoye los peligrosos consejos de la ira.

La llaneza de su trato á todos cautivaba. Nobles y plebeyos; políticos altos, medios y bajos; periodistas, literatos, artistas, cuanto hay en Madrid de notable ó en camino de serlo, buscaban y obtenían fácilmente la amistad del maestro Ferreras, conservándola como un indispensable signo de representación social.

La adhesión inquebrantable de Ferreras á Sagasta, no interrumpida ni turbada en ningún tiempo, desde la fundación del partido constitucional hasta los últimos días de aquel estadista inolvidable, es realmente una gran virtud política, ejemplo admirable de constancia y consecuencia, aquí donde la indisciplina y la disgregación han entorpecido la obra de los jefes de partido, obligados á poner mayor atención en el gobierno de las personas que en el gobierno del país.

Esta virtud de Perreras representa, forzoso es decirlo, una consoladora excepción en los tiempos que corren. Observándola y admirándola, hemos dicho más de una vez: «Con muchos hombres así, tenaces en sus afectos, tercos y obstinados en sus ideales políticos, España habría podido contar con el firme bloque de voluntad que necesita para su progreso moral y material.» Desgraciadamente era él solo el irreductible; solo él mantenía su impávida consecuencia junto al jefe, acatándole siempre con incondicional adhesión.

Sagasta le distinguía con extraordinario afecto. Dijérase que en su amigo veía las cualidades que quizás á él le faltaban, ó que no quería cultivar, sintiéndose, con la palabra y las opiniones de Perreras, completo y acabado en su total personalidad de hombre- de gobierno. Si el cansancio le llevaba á la indolencia, Perreras le infundía su actividad pasmosa, y si alguna idea ó conocimiento- peculiar de personas y cosas faltaba en el prodigioso entendimiento del je£e, por la diversidad de asuntos en que había de poner su atención, Perreras le aportaba cuanto era menester para completar el juicio. Y no era sólo el amplificador, sino también el sim- pliñcador de la voluntad de Sagasta, sugi­riéndole mas de una vez la idea de aminorar la acción cuando así era necesario, 6 de reforzarla en ocasiones de verdadera gravedad y desconcierto.

Como periodista, Forreras no fué nunca tribuno de las multitudes; era el atenuador de las pasiones, el pregonero de la verdad y de la razón. Con igual interés le leían los de corazón frío y los de temperamento arrebatado. A sus dictámenes daba fuerza la misma moderación con que los escribía, y la sencillez persuasiva de su estilo, no exento de donaire en ocasiones, siempre conciso, veraz, y despojado de flores retóricas.

Por la exactitud de sus informaciones, por la claridad de su criterio y la recta intención de sus juicios, todos los periodistas de Madrid le llamaban el maestro Ferreras. Maestro fué en verdad: no lo olviden los que en la generación presente consagran su existencia á la información y comentario de las cosas políticas; aprendan de aquel modelo la verdad, la mesura, la claridad del juicio, la consecuencia. Por estas virtudes fué y es don José Ferreras una de las glorias más puras de la prensa española.

Madrid, Mayo de 1904.

Artículo en memoria del insigne periodista, fundador de El Correo.

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