[Artículo] Alrededor de una encíclica, de Benito Pérez Galdós

ALREDEDOR DE UNA ENCÍCLICA

Madrid, 20 de noviembre de 1885.

I

Lo más reciente y lo más notable de que puedo hablar hoy, es la Encíclica de Su Santidad, de la cual ha publicado un extracto el Journal de Bruxelles. Este documento se distingue por lo templado y conciliador de su tono, que contrasta con el violentísimo y antievangélico de la Prensa ultramontana de todos los países. La misma cátedra de San Pedro no ha hablado siempre un lenguaje tan moderado como el presente, lo cual hace creer a muchos que se acercan tiempos de reconciliación. León XIII es hombre de grande entendimiento y no puede llevar a la Iglesia a un divorcio absoluto de la sociedad moderna.

Divídese la Encíclica Inmortale Dei en dos partes: En la primera expone los sistemas de gobierno según los principios del catolicismo. En la segunda combate el sistema democrático, derivado de los principios revolucionarios. Poca o ninguna diferencia hay entre la doctrina de esta alocución y la de otras, emanadas del mismo origen en tiempos no muy lejanos. Pero es innegable que ya no privan en el Vaticano los temperamentos airados y que se espera más de la persuasión y de la dulzura que de las conminaciones. Prueba de esto es que la Encíclica protesta contra los que creen que la Iglesia ve con malos ojos las formas más modernas de los sistemas políticos, cuando lo que rechaza es la insensatez de ciertas opiniones y la perniciosa tendencia a la revolución. «Si hasta aquí—dice—han surgido disensiones, es menester relegarlas al olvido. Si hubo lugar a temeridades e injusticias, cualesquiera que sean los culpables, es preciso borrarlas y reparar esas faltas por una mayor sumisión a la Silla Apostólica.»

También es muy notable el siguiente párrafo:

«La Iglesia es amiga de todos los progresos, y se la calumnia cuando se la considera hostil a las constituciones modernas y a todos los descubrimientos del ingenio moderno.»

Digna es asimismo de tomarse en cuenta la afirmación de que ninguna forma de gobierno es opuesta a los principios de la religión, católica, y que todas pueden, si son justamente empleadas, hacer prósperos los Estados.

Pero, a nuestro juicio, lo más significativo de este notable documento es la admonición que León XIII dirige a la Prensa furibundamente clerical de los países católicos. Sabido es que los carlistas aquí y los legitimistas en Francia excomulgan sin piedad a los que no piensan como ellos. La audacia de los obispos de levita no tiene ya límites. Arrojan de la sociedad católica a todo el que no pertenece a la cofradía, y se arrogan una infalibilidad ridícula. Pues bien; véase el varapalo (que bien merece tal nombre) que León XIII endereza a estos Papas laicos:

«Recriminar a los católicos cuya piedad y disposición a obedecer filialmente las resoluciones de la Santa Sede son notoriamente conocidas, porque profesan sobre diversos puntos sentimientos diferentes de los nuestros, constituiría una verdadera iniquidad. Más culpabilidad habría todavía en que se sospechara de su fe o se les acusara de haberle hecho traición. Los escritores, y particularmente los periodistas, no deberán perder de vista jamás ésto.»

He aquí, pues, que la Santa Sede sale a la defensa de los católicos ultrajados por la Prensa clerical y los escuda y toma bajo su amparo. Los aludidos no contrariarán ostensiblemente las opiniones del jefe del catolicismo; fingirán acatarlas; pero ya sabrán encontrar las sofisterías de costumbre para seguir haciendo lo mismo que han hecho hasta aquí, y en el fondo de su alma pondrán al mismo León XIII en el número de los mestizos, que tal nombre dan aquí los carlistas a toda la gran masa del partido católico que no piensa como ellos.

II

En la parte puramente doctrinal, la Encíclica, como no podía ser menos, combate la soberanía del pueblo como fundamento de Gobierno. En esto no puede haber novedad, porque no cabe ésta en los principios inmutables que la Iglesia ha proclamado siempre.

La idea de que el Estado no es más que la muchedumbre gobernándose a sí misma, no puede nunca ser admitida por la Santa Sede. Tampoco admite ni admitirá jamás que, dimanando del pueblo todo poder, el Estado no se considere obligado para con Dios ni profese positivamente religión alguna.

Viniendo de Dios todo poder, según la doctrina cristiana, es un error, según la Santa Sede, excluir a la Iglesia de la vida pública, de las leyes, de la educación de la juventud, del gobierno y de la familia.

En las siguientes líneas se condensa todo el pensamiento de León XIII sobre estas graves materias de derecho político:

«Pero lo que se deduce de las enseñanzas de los Pontífices es que necesariamente debemos admitir que el poder público tiene su origen en Dios y no en la multitud, y que el derecho de insurrección repugna a la razón, de la propia suerte que la libertad ilimitada de pensar y escribir no forma parte de los derechos esenciales de los ciudadanos.»

Para concluir citaremos el párrafo que nos parece más elocuente en toda la Encíclica, y en el cual se traslucen, como en ninguna otra parte de ella, los sentimientos de tolerancia y la vía de paz en que parece querer entrar la Sede Pontificia:

«No condena la Iglesia a los jefes de los Estados que para procurar un gran bien o evitar un mal toleren la práctica de diversos cultos, y además no es costumbre en ella obligar a nadie a abrazar, contra propia convicción, la fe católica, porque no olvida la máxima de San Agustín:

«Con la lucha puede obtenerse del hombre todo menos la fe.»

La opinión de toda la Prensa es unánime en juzgar la Encíclica Inmortale Dei como una definición de inmensa importancia, y en apreciar la templanza de su sentido y la dulzura de su tono como un signo de tendencias contrarias a ciertos rigorismos tradicionales.

No podía la Santa Sede romper con las doctrinas de muy antiguo sostenidas por la Iglesia, porque

todo lo dogmático es inmutable; pero bien claro se ve que hay propósitos de abreviar distancias entre el Papado y las sociedades modernas.

Algunos, demasiado optimistas, van más lejos en sus apreciaciones, y creen que la Encíclica es como un primer paso para modificar poco a poco la situación del Vaticano con respecto al Gobierno de Italia.

Pero ya los órganos papales han protestado enérgicamente contra esta suposición.

El actual orden de relaciones entre San Pedro y el Quirinal no variará ni poco ni mucho por consecuencia de la última definición Pontificia.

Pero fiemos la aclaración de punto tan oscuro al tiempo que es maestro de verdades.

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