Carta de Galdós al director de «El Liberal» sobre el estreno de «Mariucha» [1903]
Sr. Director de El Liberal.
Mi querido amigo: Me pide usted que le comunique algunas ideas y noticias acerca del porqué, del cómo y cuándo de esta comedia que voy a estrenar. La amable invitación de usted despierta en mí tormentosas dudas y un poquito de vergüenza. ¡Hablar de su obra el propio autor de ella días, horas, momentos antes de alzarse el telón para mostrarla tal como es a los ojos, a los oídos y al corazón de la muchedumbre! Esto no puede ser. La rutina, señora muy acartonada y de gran respeto, lo prohíbe. No obstante, hemos de reconocer que en las ansias precursoras del alumbramiento del ser dramático, el silencio, lejos de calmarnos, nos agobia más y da mayor intensidad a. nuestro padecer. He podido observar que, en la grave desazón del estreno, hasta los enfermos más taciturnos sacuden, o creen sacudir, el mal hablando de él y de las circunstancias y ocasión en que han venido a padecerlo. Pues rompamos la costumbre, volvamos la espalda con muchísimo respeto a ese vejestorio del «precedente» y quitemos el freno a la palabra escrita, pues nada pierde en ello la dignidad, nada la compostura y modestia a que estamos obligados.
Pues verá usted: la primera razón de Mariucha hay que buscarla en ese afán o comezón que a todos los españoles nos acomete de ponernos la máscara griega para engrosar la voz y hablar alto a la familia nacional. El teatro ha sido siempre el vehículo más eficaz para transmitir una idea cualquiera a mucha y diversa gente. ¡Y hay tanto qué decir al pueblo; es tan grato decirlo, es tan halagüeño saber que a veces oye y que nos devuelve con sonoros ecos el pensamiento transmitido! Del propio pueblo y de sus ondulantes opiniones adquirimos ideas; las encarnamos en sentimiento y allá vuelven ahuecadas, por la trompeta del teatro, despertando regocijo unas veces, otras emoción, entusismo, La figuración escénica seduce a todos los españoles: adóranla unos oyendo, otros hablando. De mí sé decir que teniéndome más que por autor dramático, por aficionado, siento muy a menudo la necesidad de comunicar con la muchedumbre, aun cuando sepa o presuma que no he de ser escuchado.
Los que armamos estos artificios del teatro, hacérnoslo sin darnos cuenta de ello, por monomanía de contarle a la muchedumbre algo que creemos bello y eficaz. Si algo le cuento yo con la máscara de Mariucha, no se crea que he querido abordar en esta obra leberínticas tesis, que más fácilmente se exponen que se resuelven. Se puede hablar con el pueblo sin instruirle hondamente ni calentarle la cabeza con graves problemas morales, encarnados en intensos afectos; se habla muchas veces con él sin otro fin que entretenerle, refiriéndole algo que ya sabe o recordándole las más elementales cosas del humano vivir, de puro sabidas, quizás olvidadas. Este es el fin y procederes de la pura comedia, la cual no por su condición apacible carece de poder sugestivo sobre el público. La comedia se hace depositaría y conductora de mil ideas secundarias que andan de cerebro en cerebro por el espacio social; recoge sentimientos y quejas individuales, domésticas, que salen de las bocas del vulgo, sin que se vea su relación con el conjunto de las grandes quejas nacionales. Con tales elementos, el cultivador de esta literatura benigna y amable puede muy bien, sin presumir de filósofo ni meterse a redentor, realizar la trascendentalidad artística, virtud que, si bien se mira, puede resplandecer en toda obra escénica, desde la entonada tragedia hasta el sainete de apariencia más frívola.
No busque, pues, en Mariucha más que ideas comunes, algunas de orden económico, que es el más vulgar de los órdenes; Sentimientos elementales, caracteres conocidos, familiares, sin complejidad ni depravaciones tenebrosas; encontrarán en ella más alegría que tristeza, más esperanza que desesperación y las vulgarísimas enseñanzas de que ninguna empresa regeneradora puede ser eficaz si no se cambian radicalmente los procederes que trajeron la desgracia, si el tiempo y la actividad perdidos en decorar las ruinas no se emplean en desmontarlas para dar a la construcción nuevo fundamento.
Es, pues, Mariucha una obra modesta y familiar, y su sentido, tan claro como cualquier tema de instrucción infantil. Y si me pregunta usted por los moldes en que he vaciado el asunto, no sabré decirle concretamente si son los viejos o los nuevos, pues aún no he podido hacerme cargo de la diferencia entre unos y otros aparatos de vaciado y modelaje. Creo que, más que los moldes, son nuevas o pasadas las ideas que en ellos se introducen; sospecho, además, que las ideas dan, o pueden dar, configuración al mecanismo que las contiene, antes de recibir de él una forma dura, semejante a la petrificación. Dejando a un lado esto de los moldes, que darían materia de conversación para uq rato, diré a usted que la buena de Mariucha no se mete, que yo sepa, por estos callejones o trochas del pesimismo, a los cuales hay que buscar salida con el pico o con el hacha. En ella las violencias fugaces de acción o de lenguaje dan pronto paso a la placidez v al sereno sentido de las cosas.
Disparado ya por la pendiente de la sinceridad, diré a usted, amigo mío, que deseando ejercitarme en el procedimiento teatral, he intentado en esta obra emplear los medios más sencillos y elementales para producir la emoción. Ignoro aún, pueden creérmelo, si me ha sido provechoso este difícil ejercicio. Mientras armaba la comedia y la iba vistiendo del tejido dialogal, la misma excitación del espíritu laborioso me hizo creer que lograba mi objeto; hoy no pienso lo mismo; creo que muy poco, quizás nada, he podido realizar de aquel propósito. En la enojosa tramitación de los trabajos escénicos, el manosear continuo de la obra, dejándola en nuestras manos como reducida a papilla, da la impresión de que Mariucha se deshace en fragmentos de papel y de que éstos van impelidos hacia el foro por una escoba compasiva, la cual nos barre a todos, a la obra y a mí, con miramiento y formas corteses.
Movido de mi admiración a María Guerrero y Fernando Mendoza, y deseando participar en el esplendor de sus campañas teatrales, escribí Mariucha el verano último, y al ponerla en manos de los que hablan de ser sus intérpretes, convinimos en que sería estrenada en la temporada de 1903 a 1904. No me pasó por las mientes estrenarla fuera del teatro Español; tan aferrados estamos a la rutina de que sólo en aquel templo teatral deben decirse estas misas, Pero algunos amigos de Barcelona, y otros a quienes por tales tengo desde aquella ocasión, expresaron el deseo de que se estrenase en esta dudad, y me lo manifestaron en forma tan halagüeña que no vacilé en acoger la idea y en aceptar la invitación. Una y otra me llegaron al alma, avivando mi afecto a tan cariñosos amigos y la atracción que siempre ha ejercido sobre mí esta ciudad por su magna belleza y por el culto que en ella tienen todas las artes. Esta es la razón de estrenar en Barcelona antes que en Madrid. Debo decir también que al recibir el expresivo mensaje caí en la cuenta de que el asunto de la obra y el temperamento de su protagonista habían de ser más comprensibles y asimilables para este público que para otro alguno, y, la verdad, me alegré infinito de que un requerimiento de amigos generosos trajese acá lo que resultaba tan apropiado al alma de este país.
Aquí estoy, pues, esperando a que Barcelona me diga si me equivoqué por entero o a medias, o si algo lleva en sí Mariucha que merezca ser dicho a un público para que éste se lo cuente a la soberana multitud. Hallándome en el período agudo del morbo teatral, o sea proceso febril ascendente del estreno, no puedo evitar el pesimismo, como antes dije; no se aparta de mí el temor de que el público barcelonés me diga, en una u otra forma, que no había para qué traer acá, de tan lejos, a esta señorita aristocrática y madrileña que no divierte a nadie y que pretende enseñar lo que todos los hijos de esta tierra saben a macha martillo. Esto me figuro y otras cosas peores, viendo mi obra en pedacitos de papel, no ya barridos, sino volando por los aires, sin que lleguen en ningún caso a juntarse para que lo escrito en ellos pueda tener sentido. Y sólo me falta decir ahora que si en esta presunción del desastre me equivoco y Mariucha obtiene un sufragio benévolo, lo deberé principalmente a lo mucho que espero de María y Fernando en la interpretación, secundados por todos los suyos, y al arte supremo que ambos despliegan para obtener el decoro y la propiedad de la figuración escénica.
Y concluyo notando que al responder a la cariñosa interrogación de El Liberal se me ha quitado la vergüenza o falsa delicadeza impuesta, en cuestiones literarias, por las venerables rutinas que aquí nos agobian. Mirándolo bien, no sé por qué hemos de estar los autores tan compungidos en vísperas de estreno, calladitos como cartujos y teniendo por cosa fea la emisión de una sola palabra sobre lo que tanto nos interesa. Ello es un poco tonto; es una tontería más entre las infinitas heredadas de nuestros antecesores y que guardamos como reliquia sobada y mugrienta, ensuciada por los fanáticos besos de tantas generaciones. No veo la razón de que nos aflijamos y anulemos excesivamente en días de estreno, como reos en capilla preparados para que nos aprieten el pescuezo, o para oír un grave y condolido indulto, que eso viene a ser el éxito, algo como «perdonado estás, hijo, por esta vez y no reincidas».
Vivamos a la moderna, o acerquémonos un poco al vivir moderno; seamos sinceros y oportunos, considerando que para las ocasiones interesantes de la vida no se ha inventado el silencio. Por huir de vanas arrogancias no caigamos en humildades que revelan flaqueza del ánimo. Antes de un estreno, que somete a juicios las hechuras del pensamiento, digamos con honrada franqueza la razón, móviles y fines de nuestra obra, sin ocultar lo que tememos y lo que esperamos, y así se irá acostumbrando la gente a que los autores digan después del estreno lo que les regocija y lo que les duele. Eso de que todos hablen, menos el autor, no es justo. Hablando cada cual lo suyo, en tiempo y sazón, lograremos formar en literatura lo que no han podido crear los políticos en la esfera del nacional interés: una opinión clara, robusta, expansiva.
Dispense usted, señor director, que haya ocupado en su periódico mayor espacio del que merecen estos desordenados informes. Es cuanto puede decir a usted por hoy su buen amigo.
B. Pérez Galdós
Barcelona, 15 de julio de 1903.