[Artículo] Petardo en la casa de Galdós, publicado en el diario «Heraldo de Madrid» el 10 de febrero de 1901
Petardo en casa de Galdós.
Los temores que muchos amigos de Galdós tenían, se confirmaron anoche, al conocer el atentado contra la casa donde tiene establecida la Administración de sus obras el eminente escritor (Hortaleza, 132). Próximamente á las nueve y cuarenta y cinco minutos de la noche, un formidable estampido se oyó en la calle do Hortaleza y adyacentes, poniendo en conmoción á todos los vecinos y transeúntes.
El dependiente principal de la Administración de Gaidós, Gerardo Peñarrubia, que cenaba tranquilamente, sospechando lo que pudiera ser, salió en seguida á la calle, donde todavía no se había disipado el humo producido por la explosión, y acompañado del sereno de la calle de Pelayo, Pablo G. Amodía, observaron al pie de una de las ventanas del entresuelo, donde se halla instalada la Administración, unos papeles que ardían, y que luego se vía eran restos de un petardo que, al estallar, había roto los cristales del sótano, apagando al mismo tiempo el farol de gas que se encuentra frente á la casa.
Después de un rato más largo de lo que hubiera sido menester, y como ese retraso no se explica muy bien, dado lo extraordinario de la detonación, acudieron algunos guardias de Orden público é individuos de la Policía, reuniéndose una multitud enorme, que comentaba el suceso y profería durísimas frases contra los autores del hecho.
Casi inmediatamente acudieron á casa de Galdós D. Bernardo Sagasta, que vive en la calle de San Mateo, 22, y salieron apresuradamente los ingenieros agrónomos D. Antonio Dorronsoro y D. Mariano Fernández, amigos del Sr. Galdós, que se hallaban en el café de Santa Bárbara-, el maestro carpintero D, Celestino Pando, á quien D. Benito encarga algunas obras, y el Sr. Pérez Oliva, vecino de la casa.
Todos ellos, cuando oyeron la detonación, sin vacilar, inmediatamente, sospecharon que se trataba de un atentado contra Galdós. y corrieron precipitadamente en dirección al lugar de donde había partido el estruendo. Esta unanimidad en la sospecha estaba justificada por los temores de que al principio hablábamos, y mucho más si se tiene en cuenta que en uno do los pasados días, después del estreno de Electra, y estando D. Benito Pérez Galdós con su sobrino y algunas otras personas su el despacho de la Administración, á las doce de la mañana, anejaron desde la calle una piedra que rompió el cristal de una ventana y fué á caer al lado del ilustre escritor. La creencia, arraigada en los entusiastas y admiradores de Electra, de que se apelará á todos los medios para impedir las representaciones del drama, procurando hacer el vacío en el teatro, ya que no so pueda conseguir la suspensión gubernativa, hizo que todos pensaran se trataba, no sólo do producir daños materiales en la Administración, sino también de asustar á la gente para que no acuda á las representaciones de la obra, perjudicando á entidades respetables, cuyo derecho debe ser amparada Los autores del hecho no han sido vistos ni oídos (y se comprende). Como el personal de Vigilancia está tan ocupado en proteger intereses más simpáticos al Gobierno, no habrá sido posible destinar ningún dependiente de la Autoridad á la vigilancia de los intereses contrarios, y esto no tiene excusa ninguna, pues demasiado sabe que en esta lucha de pasiones tan amenazadas están unas personas como otras.
Don Bernardo Sagasta y demás amigos de Galdós fueron inmediatamente, después del suceso, al saloncillo del teatro Español, donde estaba el gran dramaturgo, quien recibió la noticia impasible, pudiendo sólo notarse en sus ojos el desprecio que tal felonía le inspiraba.
La noticia transcendió á parte del pública que asistía á la representación de Electra, y la indignación fué extraordinaria.
A la una y medía de la madrugada, según nuestras noticias, no se había presentado el Juzgado de guardia en el lugar del hecho.
Suponemos que los agentes del gobernador desplegarán, por lo menos, la misma actividad para encontrar á los autores del atentado que la que emplearon para apalear á gente indefensa por el delito de gritar: ¡Mueran los carlistas! y ¡Viva la libertad!
Y es urgente el hallar á los infames que colocaron el petardo en casa de Galdós, para que no se diga que vivimos en un país donde se atenta contra la persona y los intereses de una gloria nacional, en ]p sombra y a traición, por falta de cuidado y celo de la autoridad, ocupada entretanto en guardar las espaldas al ex jefe de Estado Mayor de D. Cario» y en perseguir á los amantes de la libertad, que no han proferido más voces que las que sirvieron de aliento y avivaron la fe para combatir durante nuestras guerras civiles en defensa de la Constitución.
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