[Narración] Rura, de Benito Pérez Galdós

Volvamos á los campos, de donde salimos, para venir á embutirnos en las células de estas ciudades oprimidas, pestilentes, hospicios de la vanidad, talleres de una multitud de labores que acaban la vida antes de tiempo, y dan á la humanidad este sello de tristeza, señal de turbación, de clorosis y desequilibrio.

Sin renunciar á las luchas de la inteligencia, á las investigaciones científicas y á los afanes gloriosos de la industria y del arte, pongámonos en mejor terreno, en el terreno inicial, fecundo y primitivo, que es la sacra tierra, de donde todo sale y á donde todo ha de volver. La humanidad ha venido á ser excesivamente cerebral; la civilización no acaba de declararse satisfecha de sí pro-pia ni orgullosa de sus conquistas: amarga sus horas el reverdecimiento de luchas que parecían extinguidas y de problemas que parecían resueltos; amárgala también la nostalgia de la tierra como elemental mate­ria de trabajo. Un poderoso estímulo de atavismo despierta en ella el sentimiento de la labranza; con pena y alegría combinadas, recuerda que el labrador es el primer civilizado, y reconoce que el mejor remedio del cansancio presente es volver al origen de las humanas tareas, buscando el reposo en las fatigas elementales para constituir sociedad y fundar la riqueza.

Seamos todos un poco destripaterrones y conciliemos la vida urbana con la vida agrícola, aspirando á la suprema síntesis, que ha de alegrar nuestra existencia, restaurando la higiene cerebral, atenuando nuestro neurosismo, y haciéndonos más fuertes y al propio tiempo más religiosos, más dueños de la Naturaleza y menos accesibles á la duda y al escepticismo.

¿Y cómo elogia! é yo ahora la vida campestre? Los que esto lean me agradecerán que antes que con el entendimiento lo haga con la memoria, de la cual me salen estos versos admirables del gran Lope:

¡Gracias, inmenso cielo, á tu bondad divina!

No tanto por los bienes que me has dado,

pues todo aqueste suelo

y esta sierra vecina

cubren mis trigos, viñas y ganado,

ni por haber colmado

de casi blanco aceite

destas olivas bajas

á treinta y más tinajas,

donde nadan los quesos por deleite,

sin otras de henchir faltas

de olivas más ancianas y más altas;

no porque sus colmenas,

de nidos pequeñuelos

de tantas avecillas adornadas

de blanca miel rellenas,

que al reirse los cielos

convierteu destas llores matizadas;

ni porque estén cargadas

de montes de oro en trigo

las eras que á las trojes

sin tempestad recoges,

de quien tú que lo das eres testigo,

y yo tu mayordomo,

que mientras más adquiero menos como;

no porque los lagares

con las azules uvas

rebosen por los bordes á la tierra,

ni porque tantos pares

de bien labradas cubas

puedan bastar á lo que Octubre encierra,

no porque aquella sierra

cubra el ganado mío

que allá parecen peñas,

ni porque con mis señas

bebiendo de manera agota el río,

que en el tiempo que bebe

á pie enjuto el pastor pasar se atreve.

Las gracias más colmadas

te doy porque me has dado

contento en el estado que me has puesto.

Parezco un hombre opuesto

al cortesano triste

por honras y ambiciones,

que de tantas pasiones

el corazón y el pensamiento viste,

porque yo sin cuidado

de honor, con mis iguales vivo honrado.

Nací en aquesta aldea, dos leguas de la corte,

y no he visto la corte en sesenta años,

ni plega á Dios la vea,

aunque el vivir me importe

por casos de fortuna tan extraños.

Estos mismos castaños, que nacieron conmigo,

no he pasado en mi vida,

porque si la comida y la casa,

del hombre dulce abrigo, á donde nace tiene,

¿qué busca, á dónde va, de dónde viene?

Rióme del soldado

que como si tuviese

mil piernas y mil brazos, va á perdellos,

y el otro desdichado,

que como si no hubiese

bastante tierra, asiendo los cabellos

á la fortuna, y del los

colgado el pensamiento,

los libres mares ara, .

y aun en el mar no para,

que presume también beber el viento.

¡Ay, Dios! ¡Qué gran locura

buscar el hombre incierta sepultura!

El labrador feliz que en la comedia El villano en su rincón enaltece con hermosos versos la paz campestre, señala como enemigos de ésta la guerra, la política y el comercio, y en general detesta las ambiciones, sin considerar que también el labrador ambiciona, y por eso siembra, y que las diversas ambiciones humanas dan valor y empleo á la energía del agricultor. Si hoy viviera, reconocería el buen villano la compatibilidad del cultivo de la tierra con todas las artes, con el comercio aventurero, con la política y aun con la guerra, y dirigiría sus cargos lastimosos contra la calamidad que ahora llaman absenteísmo, y consiste en que todo villano con suerte abandone su rincón apacible para venirse á holgar en las ciudades, criando á los hijos para paseantes en corte ó para funcionarios de postiza ilustración, engrosando así la muchedumbre parasitaria que devora el cuerpo social.

El siglo que ya hemos de llamar pasado (y trabajo nos cuesta llamarlo así) nos ofrece, junto á evidentes progresos, fenómenos y casos de contracivilización. El más notorio es el creciente desmedro social de la raza labradora, y el rebajamiento del tipo del hombre de campo. Los caballeros del verde gabán han venido muy á menos, bien porque los hijos les han salido poetas medianos, bien porque han menospreciado la labranza para dedicarse á carreras facultativas, á caciques, á diputados, de los de olido, ó á otros menesteres incompatibles con el cultivo, ó más bien culto de la tierra. Ha ido ésta pasando de manos fuertes á manos débiles en el sentido social; el labrador rico no acierta á formar dinastía; los grandes propietarios, herederos de tierras ó comprado­res de las desamortizadas, huyen de ellas, entregándolas á la rutina y á la sordidez de arrendatarios que esquilman lo existente sin crear cosa alguna, ni mejorar lo que no les pertenece.

El labrador se ha declarado plebeyo sin redención posible y pobre de solemnidad. Vamos á la perdición si no impulsamos en el siglo que empieza la magna obra de ennoblecer al labrador, de armarle caballero, de hacerle rico y sabio para que constituya la Ítrímera y más poderosa de las clases sociales. Señales hay en estos tiempos de que los venideros marcarán esa dirección en los destinos de España; y si así fuere, los que empalmen el siglo XX con el XXI verán entre otras maravillas el prodigio de la Civilización Bucólica, la agricultura presidiendo todas las artes, el villano engrandecido, las ciudades estacionadas á las orillas de los campos, los palacios entre mieses, la humanidad menos triste que ahora, la tierra engalanada, cubierta de toda hermosura, más joven cuanto más arada, más linda cuanto menos virgen.

Madrid, Enero de 1901.

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