La catedral de Sigüenza: el malogrado «alcázar» del bando republicano (1936)

El asedio de la catedral de Sigüenza es una de las operaciones olvidadas de la Guerra Civil, en parte porque tuvo una importancia estratégica escasa en el desarrollo de la contienda y porque quedó en un segundo plano por los dramáticos acontecimientos de las ofensivas de las tropas sublevadas en Extremadura, Toledo y la Sierra de Guadarrama, que se produjeron al mismo tiempo.

En octubre de 1936, 500 combatientes y 200 civiles se atrincheraron en la catedral de Sigüenza con el objetivo de resistir el envite de las tropas sublevadas, esperando a que los refuerzos enviados desde Madrid rompiesen el cerco y liberasen a los sitiados, en una analogía de lo sucedido con el alcázar de Toledo una semana antes, esta vez con los milicianos sitiados y los sublevados tratando de rendir la plaza. Los refuerzos nunca llegaron, la gesta no se produjo y los hechos cayeron en el olvido.

La catedral de Sigüenza en sus años mozos

El golpe de estado del 18 de julio sorprende a la ciudad de Sigüenza sumida en la tensa calma, caracterizada por la difícil convivencia entre una población mayoritariamente conservadora y católica y varios grupos de izquierda muy activos y bien organizados. En la propia ciudad no se produce ningún levantamiento por parte de las autoridades militares o civiles. Durante los primeros días de la guerra civil, el gobierno centra sus recursos en aplastar los focos del levantamiento aún activos en Madrid, Alcalá de Henares y Guadalajara. Con la rendición de Ortiz de Zárate en en esta última ciudad, nada se opone ya al avance de las columnas republicanas hacia Sigüenza. Las tropas de los sublevados más cercanas están en Soria y no reciben órdenes de avanzar hacia el sur.

La columna de la CNT-FAI, con unos 200 hombres al mando de Feliciano Benito, es la primera en entrar en Sigüenza el 25 de julio sin encontrar oposición alguna. Horas más tarde llegan 300 voluntarios comunistas del batallón Pasionaria bajo el mando del comandante Castro, y otra columna del POUM. El 28 de julio llega el Comandante Martínez de Aragón al frente de otras dos columnas de milicianos ferroviarios de la UGT y de las JSU (Juventud Socialista Unificada). La fiesta ideológica ya estaba montada.

Al mando de las tropas leales al gobierno queda el coronel Jiménez Orge, que ya había estado al frente de las fuerzas enviadas desde Madrid para rendir las guarniciones sitiadas de Alcalá de Henares y Guadalajara el 21 y el 22 de julio.

En los días siguientes arden varias iglesias y los milicianos suben al obispo de Sigüenza, Eustaquio Nieto, a un vehículo del que lo tiran en marcha, lo tirotean, lo queman y lo arrojan por un barranco, no está muy claro en qué orden. Es el primer prelado víctima de la Guerra Civil Española.

Los sublevados no pierden el tiempo, avanzan desde Soria y Medinaceli y empiezan a tomar posiciones en torno a la ciudad. Saben que la guarnición de Sigüenza es escasa, está mal entrenada y organizada y que carece de material adecuado para repeler un asalto de infantería. Ocupan Atienza y Alcolea del Pinar. Desde esta población realizan un infructuoso intento para tomar Sigüenza el 7 de agosto.

Lejos de ponerse a la defensiva, las tropas leales se niegan a dejar pasar la iniciativa y 16 de agosto el coronel Jiménez Orge manda una columna compuesta por los milicianos del POUM del capitán Martínez Vicente, una compañía de guardias de asalto y milicianos de Sigüenza, con el objetivo de tomar Atienza. Los sublevados allí estacionados los rechazan con facilidad y empiezan a avanzar hacia Sigüenza, deteniéndose en Imón. El cerco empieza a cerrarse.

El 18 de agosto llega a Sigüenza Mika Etchebéhère. Su libro Mi guerra de España resulta esencial para reconstruir la batalla de Sigüenza y el asedio de su catedral. El día 21 vuelven a intentar parar el avance de las fuerzas rebeldes en Riba de Santiuste. La operación fracasa y en ella muere Hipólito, el marido de Mika. El día 28, milicianos de distinto signo intentan arrebatar Imón a los sublevados en una batalla que se prolonga hasta el día siguiente, sin ningún éxito. El día 2 de septiembre, las fuerzas de la columna de García Escámez toman la localidad de Huérmeces del Cerro, a 15 km al oeste de Sigüenza. El día 7 empiezan a caer los primeros proyectiles de artillería sobre la ciudad del Doncel, disparados desde Mojares por las tropas nacionales, que ya han llegado a Alcuneza, a solo 5 kilómetros de la ciudad. Los días 29 y 30, cuando la ciudad ya está prácticamente rodeada, pues solo está abierta la línea férrea a Madrid, se producen duros bombardeos de la aviación sobre la ciudad con el objetivo de “ablandar” la resistencia de los milicianos. El efecto de los bombardeos es fulminante y empiezan a cundir actos de rebeldía contra Martínez de Aragón, con un gran número de deserciones. La situación es insostenible y, según la opinión, el coronel Jiménez Orge, es necesario abandonar la ciudad si no llegan refuerzos.

Nuestra situación estratégica está empeorando, camarada comisario

Mientras tanto, los mandos de las fuerzas sublevadas se organizan para llevar a cabo el asalto a la ciudad con más eficiencia desde un mando centralizado. El 3 de octubre de crea la División Soria, a cuyo mando es nombrado, casualidades de la vida, el “coronel” (ya es general) Moscardó. Su misión es cubrir el frente entre el puerto del Reventón y Medinaceli y conforme a las órdenes del general Mola “ocupar Sigüenza y avanzar con paso seguro a situarse en la línea Jadraque-Almadrones, extendiendo su frente, si las circunstancias lo permiten, hasta Cogolludo”. La división está formada por dos columnas, la de Somosierra, al mando del Coronel García Escámez, y la de Sigüenza, al mando del Coronel Marzo.

En la cuidad, el comandante anarquista Martínez de Aragón contesta a las deserciones con un discurso que augura el final trágico de la batalla:

“Camaradas, tenemos el deber de quedarnos aquí, de combatir en la ciudad, defenderla calle por calle, y cuando se haya perdido el último palmo de terreno, nos encerraremos en la Catedral que es una fortaleza inexpugnable. Mirad los fascistas que han resistido en el Alcázar de Toledo y el prestigio que eso vale a su causa. Nuestra página de gloria será la Catedral de Sigüenza. Entre sus muros aguardaremos las tropas que mandará Madrid para salvarnos. ¡Confianza camaradas, y Viva la República”.

Comandante Martínez de Aragón
Ubicación estratégica regulera

Los oficiales al mando de las fuerzas que defienden la ciudad son conscientes de que la situación no resulta muy halagüeña: el combate urbano no es precisamente el más fácil para tropas con poca o ninguna instrucción, y el castillo, que domina la población desde las alturas, está en ruinas en 1936 y no resulta adecuado como parapeto para resistir los proyectiles de la artillería moderna. Saben que la lucha callejera durará poco y la única posibilidad es hacerse fuertes en la catedral-fortaleza a la espera de refuerzos. Al contrario que el alcázar de Toledo, una fortaleza excavada en roca y reforzada con hormigón y acero tras el incendio de 1886, la catedral de Sigüenza es un edificio de cantería íntegramente medieval que está rodeado por edificios de varias alturas en tres de los cuatro lados de su perímetro y ofrece un blanco fácil para la artillería desde las calles adyacentes y desde el parque de La Alameda, donde los sitiadores situarán varias baterías.

Casi mejor que nos quedamos en la catedral

Así pues, comienzan los preparativos para aprovisionar la improvisada fortaleza y a sus ocupantes. Martínez de Aragón da la orden de “que todo, víveres, ropa, explosivos y objetos de valor que conservan las distintas columnas le sean entregados para depositarlos en la Catedral”. La catedral de Sigüenza es un edificio íntegramente dedicado al culto, por lo que no dispone de reserva de comida alguna, al contrario que el alcázar, que en su condición de academia de infantería tiene una gran despensa (si bien en julio de 1936 está casi vacía al haber terminado el curso). Por esta razón, empiezan a entrar en la catedral coches, autocares, camiones y otros vehículos con los tanques llenos de valioso combustible (que más tarde tendrán que volcar en los sepulcros, ante el peligro de que los vehículos empiecen a arder) cargados con legumbres, latas de bonito y sardinas en escabeche y bacalao, leche en polvo y tabaco. Según Mika, entre las provisiones también hay judías y patatas, además de tres jamones. El alcázar de Toledo también tiene un establo con mulas y 190 caballos, cuya carne será el principal sustento de los sitiados.

Los milicianos también empiezan a acumular municiones, dinamita y otros pertrechos, incluidos alrededor de cincuenta mulos militares dedicados a trasladar armones de artillería, que serán empleados como parapetos frente al fuego de fusilería de las fuerzas contrarias. Eso sí, su armamento es ínfimo comparado con el arsenal con el que Moscardó y sus hombres logran hacerse fuertes en Toledo: 800.000 cartuchos de fusil y ametralladora, 1200 fusiles Mauser y mosquetones, 200 petardos pequeños de trilita, 50 granadas rompedoras de 7 cm, 50 granadas de mortero Valero de 51 cm, 50 disparos de rompedora, 13 ametralladoras Hotchkiss de 7 mm, 13 fusiles ametralladores, de la misma marca y calibre, 4 cajas (200 granadas) de granadas de mano ofensivas Lafitte modelo 1921, 2 piezas de montaña de 7 cm, 1 explosivo eléctrico, 1 mortero de 50 mm, 1 caja (25 granadas) de granadas de mano incendiarias.

Los sitiados no tienen vendas esterilizadas ni una sola botella de alcohol para limpiar las heridas. Su suministro de agua depende íntegramente del pozo situado en el claustro de la catedral, a todas luces insuficiente para proporcionar agua a más de 700 personas y susceptible de recibir fuego enemigo. El alcázar de Toledo posee un gran aljibe de agua en su interior, protegido del fuego enemigo.

En el interior de la catedral, los milicianos organizan la intendencia y aprovechan todo lo que encuentran para levantar varias fortificaciones: las pilas con los libros de la biblioteca del cabildo sirven como parapeto, al igual que las imágenes y pasos de semana santa. La mayor inquietud entre los milicianos es que apenas tienen municiones, unos veinte cartuchos por fusil. El problema se resuelve el día 2 de octubre, cuando llega a la ciudad el último tren blindado que logra pasar el bloqueo: trae munición, pero ni un solo soldado para unirse a la guarnición de la ciudad. El día 5, el comandante Martínez de Aragón abandona Sigüenza en busca de refuerzos de Madrid o Guadalajara.

Las fuerzas de los sublevados se preparan para asaltar la posición. Saben que tienen las de ganar: el ejército de África está a 40 kilómetros de Madrid en San Martín de Valdeiglesias, por lo que es muy poco probable que la República despache tropas o material que son muy necesarios para la defensa de la capital, sobre todo para socorrer a unos pocos cientos de milicianos de dudosa lealtad al mando militar único y poco valor militar. Además, si bien los formidables muros de la catedral ofrecen un baluarte prácticamente inexpugnable ante los medios de que disponen los sitiadores, un cañonazo certero hacia las delicadas bóvedas puede desatar una lluvia de piedras mortal para los sitiados.

Tras un duro bombardeo de la aviación, el asalto a la ciudad se produce el día 8 de octubre y, tal como habían temido los oficiales republicanos, salvo la catedral toda la población es rápidamente ocupada. En ella se ha encerrado un grupo de 500 milicianos y unos 200 civiles. Las tropas rebeldes lanzan varios ataques infructuosos contra el templo antes de cañonearlo para provocar su rendición.

Las tres torres de la catedral (las dos de la fachada occidental están almenadas para mayor confort de los tiradores), donde se han apostado numerosos milicianos, reciben un intenso fuego de fusilería y artillería, sus defensores no tardan en tener que abandonarlas ante semejante tormenta de acero. La artillería de los sublevados cañonea la catedral desde cuatro puntos distintos, produciendo graves daños en las bóvedas del presbiterio y del transepto, la torre derecha de la fachada occidental, pero los sitiados rechazan aceptar una posible rendición incondicional.

El desánimo cunde entre los asediados: cualquier intento de salida es rápidamente respondido con un incesante fuego de fusilería por los tiradores apostados en los edificios colindantes al templo. El único ángulo muerto es el lado oriental de la catedral, que corre parejo a la muralla medieval de la ciudad, bajo la que discurre un arroyo bordeado por árboles. El cementerio de los canónigos está en un saliente de la muralla y tras saltar su tapia, no hay más que salvar los 6 metros que hay hasta el cauce del arroyo.

El cementerio de los canónigos
El otro lado. Esta foto no le hace justicia a la altura real de la caída

Por este lugar, amparados por la oscuridad de la noche, escapa el día 10 un grupo de unos 15 hombre al mando de Feliciano Benito, que consigue llegar a las líneas republicanas. El día 12 se intentan dos salidas, que terminan sin éxito. El martes 13 los sublevados reanudan el fuego de artillería contra los muros de la catedral, produciendo importantes daños en el crucero y muchos otros puntos del templo. Ese mismo día, Mika y un pequeño grupo de milicianos del POUM consiguen evadirse tras escalar los altos muros del cementerio de los canónigos. El día 14 de octubre un grupo numeroso trata de escapar por las alcantarillas, consiguiendo algunos hombres y mujeres alcanzar el pinar situado entre Sigüenza y Barbatona, si bien las fuerzas rebeldes los capturan a todos poco después. El día 15, un grupo de dinamiteros consigue escapar abriéndose paso con cartuchos de dinamita.

Dibujo de Joaquín Valverde

Ese mismo día, los sitiados restantes, sin agua, totalmente desmoralizados y con la catedral en ruinas, (parte de la nave central y el crucero se han desplomado, así como varias zonas próximas al claustro, las letrinas y el cementerio de los canónigos, además de la torre derecha de la fachada occidental, que corre peligro de venirse abajo), deciden negociar con las fuerzas sitiadoras, que solamente están dispuestas a aceptar una rendición incondicional. Sobre las 5:30 horas comienzan a salir los primeros milicianos y civiles. Por entonces el comandante Martínez de Aragón se encuentra a menos de 20 kilómetros de la ciudad con una columna de refuerzo, que regresa a Guadalajara ante las noticias de la rendición.

El día 16, después de una semana de asedio y cientos de cañonazos, la catedral está en ruinas y cubierta de cadáveres. El asedio y batalla de Sigüenza han finalizado. El templo aún sufrirá bombardeos ocasionales de la aviación republicana, como el que destruye el brazo izquierdo del crucero del transepto y otras dependencias importantes del templo. Las labores de reconstrucción se inician durante la contienda en agosto de 1937 bajo la dirección del prestigioso arquitecto Leopoldo Torres Balbás. Antonio Labrada Chércoles asume la dirección de las obras en febrero de 1941 y las concluye en 1946.

La restauración cambia la fisionomía de la catedral de Sigüenza. El arquitecto, Antonio Labrada, le añade una linterna o cimborrio en el crucero para proporcionar más luz natural al templo, al encontrar entre los escombros baquetones que indican el proyecto de levantar una estructura similar nunca completada. También sustituye el remate de la torre lateral por una bóveda, un tejado a cuatro aguas y cuatro ventanas de arco apuntado, abriéndose a todos los vientos.

¿De dónde ha salido ese cimborrio?

¿Y qué fue de los sitiados que capitularon? El 16 de octubre, los asaltantes detuvieron a todos los ocupantes de la catedral. Hicieron una lista con 738 presos, de los que 500 eran combatientes. Según varios relatos, los prisioneros fueron trasladados atados por los codos al parque de La Alameda, siendo encerrados en el teatro Capitol, para su “clasificación” a excepción de los ancianos, mujeres y niños, que fueron inicialmente encerrados en las escuelas y puestos en libertad poco después. En el teatro quedaron 591 personas, entre miembros de las milicias republicanas y refugiados de los pueblos cercanos.

Al día siguiente, los presos del Capitol fueron trasladados a Soria en camiones de ganado, donde fueron encerrados en el convento de Santa Clara, habilitado como cuartel y prisión. Varios de estos presos fueron ejecutados por el camino en los altos de Barahona, límite entre las provincias de Guadalajara y Soria, pero la mayoría de ellos llegó a su destino.

En la segunda lista de prisioneros, redactada en Soria en enero de 1937, aparecen 333 presos, y en ella aparecen algunos nombres nuevos pues en ese periodo (octubre-enero) otros 14 presos habían llegado desde otras procedencias. Excluido este grupo y comparadas ambas listas la diferencia es de 157 presos menos en el segundo listado respecto al primero. De ellos no queda a día de hoy ningún rastro y forman parte de las víctimas olvidadas de la Guerra Civil Española. El Foro por la Memoria en Guadalajara sigue buscando a sus familiares.

Bibliografía

Martín del Moral, José Manuel. La Catedral de Sigüenza, en La Voz del Frente. Boletín de la asociación madrileña de recreación histórica Frente de Madrid (3): 4-5, 2008. ISSN 1989-6964.

Manrique, José María. Sangre en la Alcarria. Guerra en Sigüenza 1936-1939. Galland Books, 2009.

Desprèe, Jaime. La batalla de Sigüenza: diario de guerra, 14 de julio, 16 de octubre de 1936. Colección Historiadores europeos contemporáneos, 2004.

Etchebéhère, Mika. Mi guerra en España. Editorial Cambalache, 2014.

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