Citas sobre Galdós I
“Galdós, generalmente, no profundiza en la vaga idealidad, sino en la vida social y en la moral, pareciéndose en esto último a muchos grandes escritores ingleses, que por cierto él estima grandemente. Los Episodios Nacionales fueron populares en seguida, porque, si no en los primores del arte que hay en muchos de ellos, en lo principal de su idea y en las brillantes, interesantísimas cualidades de su forma pudieron ser comprendidos y sentidos por el pueblo español en masa. Galdós no debe su popularidad a las vergonzosas transacciones con el mal gusto, sino al vigor de su talento, a la claridad, franqueza y sentido práctico y de justicia que revelan sus obras. En muchas de éstas hay mucho más de lo que puede ver un lector distraído, de pocos alcances en reflexión y en gusto; pero en todas hay, además, ese gran realismo del pueblo, esa feliz concordancia con lo sano y lo noble del espíritu público, que, lejos de ser una abdicación del artista verdadero, es señal de que pertenece su genio a las más altas regiones del arte, que es de aquellos que la historia consagra, porque, sin dejar de ser grandes solitarios cuando suben á las cumbres misteriosas del Sinaí de la poesía, bajan también como el Moisés de la Biblia, a comunicar con el pueblo y a revelarle la presencia de los Eloim, que han sentido en las alturas.”
(Leopoldo Alas, «Clarín»: en Galdós, Madrid, 1912, página 26.)
“En mi sentir aparece el señor Pérez Galdós como novelista de primer orden, digno de ser comparado con Balzac en Francia y con Dickens en Inglaterra, así por el esfuerzo creador con que presta movimiento, vida y carácter a sus personajes, como por la observación fiel y por la exactitud con que nos pinta el ser y el vivir de nuestra clase media.”
(Juan Valera: en Ecos Argentinos, Madrid, 1901, pág. 114.)
“Pérez Galdós, artífice valiente de un monumento que después, quizá, de la Comedia Humana, de Balzac, no tenga rival en lo copioso y vario, entre cuantos ha levantado el genio de la novela de nuestro siglo… ¡Cuánta luz, cuánta alegría, cuánto color ha puesto Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, robando el lápiz a Goya y a don Ramón de la Cruz!… Fortunata y Jacinta es un libro que da ilusión de vida: tan completamente están estudiados sus personajes y el medio ambiente. Todo es vulgar en la novela, menos el sentimiento; y, sin embargo, hay algo épico en el conjunto, por gracia, en parte, de la manera franca y valiente del narrador, pero todavía más en su peregrina aptitud para sorprender el íntimo sentimiento e interpretar las ocultas relaciones de las cosas, levantándolas de este modo a una región poética y luminosa. Por la realización natural, viviente, sincera; por el calor de humanidad que hay en ella; por la riqueza del material artístico allí acumulado. Fortunata y Jacinta es uno de los más grandes esfuerzos del ingenio español… Si alguna de las posteriores fábulas de nuestro autor pudiera rivalizar con ésta, sería, sin duda. Ángel Guerra, en la que late el sentido de la poesía arqueológica de las viejas ciudades castellanas y entra, además, no diré que con paso enteramente firme, pero sí con notable elevación de pensamiento, en un mundo de ideas espirituales y aun místicas… Diríase que estas cavernas del alma atraen a Galdós, cuyo singular talento parece formado por una mezcla de observación menuda y reflexiva y de una imaginación ardiente, con vislumbres de iluminismo…”
Marcelino Menéndez y Pelayo: en Crítica literaria, 5ª serie, 1908
“En las páginas de Galdós quedan animados de vida imperecedera las clases populares, en toda la gradación de sus penalidades, desvalimientos y miserias, y las clases medias en la azotadísima serie de sus angustias, de sus anhelos, de sus desniveles resbaladizos, de sus vergonzosas estrecheces, y también de sus bríos emprendedores; alumbrado queda y acopiado, a propósito de las gentes de toda condición, el raudal de sufrimientos, de virtudes, de heroísmos y también de bellaquerías, claudicaciones y abominaciones, que pasa, como corriente subálvea, entre los revueltos yacimientos sociales.»
Antonio Maura: en Galdós, «Boletín de la Real Academia», abril, 1920.
«Las similudes y correspondencias entre Cervantes y Galdós son tantas y tan manifiestas, que casi huelga señalarlas. Cervantes creó el género novelesco, este modo característico de la Edad Media; Galdós lo ha llevado a su término más cumplido de perfección y madurez… Cervantes y Galdós, como dos montañas, fronteras y mellizos, están separados por un hueco de tres siglos. Hay también montes muy empinados y majestuosos; pero ninguno, a lo que presumo, alcanza la altura de aquellas dos montañas, mellizos y señeras. Cervantes no llegó a ser el primer autor dramático de su época; Galdós lo es, sin disputa, y uno de los primeros entre los de cualquier época y comarca.”
(Ramón Pérez de Ayala: en Las Máscaras, tomó I.)
“La España oficial, fría, seca, protocolaria, ha estado ausente en la unánime demostración de pena provocada por la muerte de Galdós. La visita del ministro de Instrucción Pública, no basta. El pueblo, con su fina y certera perspicacia, ha advertido esa ausencia en la casa del glorioso maestro, en las listas de pésame, donde han firmado ya los hijos espirituales de don Benito, los legítimos descendientes de la duquesa Amaranta, de Gabrielillo Araceli, de Solita, de Misericordia, del doctor Centeno. Estos hombres y estas mujeres de España no podían faltar en el homenaje al patriarca. Son los otros los que han faltado. Y, ya a última hora, se ha querido remediar el olvido con un Decreto lamentable, espuma de la frivolidad oficial, ejemplo doloroso de cómo pueden cegarse, en las esferas del Poder, los manantiales de la sensibilidad. En este Decreto, en el que no hay ni una sola palabra emocionada, destacará hoy su sequedad en las columnas de los periódicos, donde palpita el dolor de todo un pueblo, donde tiemblan las frases tiernas y acongojadas de la noble España galdosiana. Acaso hubo que dictarlo ateniéndose a preceptos de protocolo. El protocolo entiende poco de distancias y equipara a Galdós con Campoamor. No hay desdén para el tierno poeta en señalar el deplorable contraste. El buen don Ramón, camarada de don Benito, hubiera sido el primero en protestar. Galdós era el genio. Campoamor, el ingenio. La España une a ambos en la hora de los falsos homenajes.»
(José Ortega y Gasset: en el tomo III de sus Obras Completas.)
«Don Benito Pérez Galdós, en suma, ha contribuido a crear la conciencia nacional; ha hecho vivir España con sus ciudades, sus pueblos, sus paisajes, sus monumentos. Cuando pasen los años, cuando transcurra el tiempo, se verá lo que España debe a tres escritores de esta época: a Menéndez y Pelayo, a Joaquín Costa y, a Pérez Galdós. El trabajo de aglutinación espiritual, de formación de una unidad ideal española, es idéntico, convergente, en estos tres grandes cerebros. La nueva generación de escritores debe a Galdós todo lo más íntimo y profundo de su ser: ha nacido y se ha desenvuelto en un medio intelectual creado por el novelista. Ha habido desde Galdós hasta ahora, y con relación a todo lo anterior a 1870, un intenso esfuerzo de acercamiento a la realidad; comparad, por ejemplo, una novela de Alarcón con otra de Pío Baraja. Se han acercado más a la realidad los nuevos escritores y han impregnado, a la vez, su realismo de un anhelo de espiritualidad… Galdós, como hemos dicho, ha hecho la obra de revelar España a los españoles. Abrid sus libros; ahí está en primer término Madrid, con su pequeña burguesía vergonzante; con su comercio de la calle de Postas y de la plaza de Santa Cruz, comercio clásico, restos de una época ya casi desaparecida; los intereses de esas casas de huéspedes; las tertulias de los Cafés; los ministerios y oficinas; Villamil, el infeliz, el bueno, el desgraciado; el amigo Manso; Manolo Infante; la de Fringas; Orozco, el grande, el magnánimo; los estrafalarios Babeles; Pepe Rey, víctima de un atroz fanatismo… Ahí está en el segundo volumen de Ángel Guerra, retratado Toledo, con sus callejuelas enrevesadas y pinas; sus comentos de monjas, con sus huertos, en que crecen cipreses y rosales; sus sosegadas iglesias de cuyos muros enjalbegados con nítida cal, penden cuadros del Greco—que allí y no en los fríos museos— tienen toda su vida; las posadas, como la de Santa Clara, la Sangre, la Sillería, con sus trajinantes y cosarios, que vienen y van a Illán, Illescas, Cebolla, Torrijas, Escalona; el Tajo, hondo y torvo; los cigarrales lejanos, en que la vegetación es melancólica, sin frondosidad; el terruño, apretado y seco… Galdós, en más de cien volúmenes, ha trabajado para que despierte España y adquiera conciencia de sí misma.»
(«Azorín»: Lecturas españolas.)