[Artículo] Precauciones sanitarias, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 17 de noviembre de 1884

I

Otra vez las alarmas del cólera vienen a turbar la paz y contento que son peculiares en esta capital: otra vez el terror de vernos visitados por la epidemia turba la paz de los ánimos, trastorna todos los planes, paraliza los negocios y establece los preliminares de la desgracia, que no son inferiores a la desgracia misma. Cuando nos creíamos ya seguros, al menos por este invierno, cuando los casos de Alicante y Barcelona parecían indicarnos que el mal pasaba de largo, ahora su repentina aparición en París nos demuestra que quiere establecerse en la Europa Central, y no perdonará las extremidades. Se ha fijado de tal modo en todos los espíritus la idea de que el cólera recorrerá todo el ciclo patológico europeo, que ya le consideramos como huésped seguro y nos resignamos a tenerle entre nosotros. Casi casi, deseamos que venga de una vez, pues siendo seguro el mal, lo que conviene es que pase pronto. Nos aterra la idea de que en su visita nos trate como ha tratado a Nápoles, pero al mismo tiempo confiamos en la sequedad de nuestro clima y en la altitud de nuestra situación geográfica para esperar de él una benignidad relativa.

Con la alarma ha venido también esa calamidad médico-administrativa a que se da el nombre de precauciones sanitarias. Estas parecen invención de aquellos médicos inmortalizados por Moliere y a los cuales tenía el gran poeta una malquerencia que no podía ni quería disimular. Los lazaretos marítimos y terrestres están ya instalados con sus vejámenes y atropellos.

El nadie pase sin hablar al portero se traduce en nuestra frontera por un quién vive estúpido, por encierros, fumigaciones y otras molestias cuyo verdadero fin no parece ser el de la salud pública, sino la espoliación del bolsillo de los pobres viajeros.

En tanto, aquí, las discusiones entre médicos renuevan la confusión de los días pasados. Hay un Concejo que llaman de Sanidad en el cual los contagionistas y los anticontagionistas dan una batalla cada día, tan sin fruto, que más valdría que se fueran a sus casas. Siendo aún un misterio las causas de la infección epidémica, todo lo que allí se dice sirve para aumentar el barullo y empeorar la situación.

Por lo demás, nos hemos acostumbrado ya a mirar cerca el mal, y hemos llegado a cometer la imprudencia de reírnos de él. Durante algún tiempo el tema de los microbios fué una mina muy socorrida de chistes y agudezas en la conversación matritense. El tema ha pasado a los teatros populares, precisamente en la ocasión en que se ha renovado el peligro; mas no por eso ha dejado de reír el público.

II

Se ha estrenado una pieza titulada Medidas sanitarias, en la cual se convierten en chacota las alarmas epidémicas, los lazaretos, las discusiones médicas, las fumigaciones y el celo calamitoso de los funcionarios encargados de cerrar la puerta de la frontera francesa y en los puertos de mar al viajero del Ganges. Esta pieza ha tenido un gran éxito, según dicen, y los concurrentes a ella no han cesado de reír un solo momento a expensas del Ministerio de la Gobernación, del Consejo Sanitario y de las celebridades médicas. Probablemente se representará todo el año y servirá de esparcimiento a los ánimos conturbados por la inminencia del peligro. Esto es reírse del cólera en sus barbas. Podrá no ser prudente; pero siendo la melancolía una de las más señaladas predisposiciones nerviosas en favor del mal, no se debe vituperar lo que tienda a mantener el espíritu en estado de buen temple. «Más vale escribir risas que lágrimas— dijo Rabelais—, porque lo propio del hombre es la risa.»

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