[Poesía] El pollo, El teatro nuevo y La emilianada, de Benito Pérez Galdós
1. El pollo
¿Ves ese erguido embeleco,
ese elegante sin par
que lleva el dedo pulgar
en la manga del chaleco;
que, altisonante y enfático,
dice mentiras y enredos,
agitando entre sus dedos
el bast6n aristocrático;
que estirando la cerviz
enseña los blancos dientes,
atravesando los lentes
sobre la curva nariz;
que saluda con tiesura
a todo el género humano,
y lleva siempre la mano
enclavada en la cintura;
que, más obtuso que un canto
y sin saber la cartilla,
refiere la maravilla
del combate de Lepanto;
que va al teatro y pasea
sus miradas ardorosas,
contemplando a las hermosas
jóvenes de la platea;
que aplaude mucho al tenor,
y aplaude a la Cavaletti
y critica a Donizzetti,
y al autor del Trovador;
que hallándose en la reunión.
sin modales elegantes,
se va estirando los guantes
por vía de distracción ?…
Ese estirado pimpollo
que pasea y se engalana
de la noche a la mañana:
es lo que se llama un «pollo».
4. El teatro nuevo
En una noche lóbrega,
se cierne sobre el ámbito
de la ciudad pacífica
siniestro ser fantástico.
Es el espectro fúnebre
de aquel poeta extático
que a mártires y vírgenes
y apóstoles seráficos
colores dio poéticos
con sus serenos cánticos;
de aquel cuyos volúmenes,
que algunos llaman fárragos,
contienen más esdrújulos
que gotas el Atlántico.
Al ver la chata cúspide
del coliseo náutico,
una sonrisa lúgubre
bulló en sus labios cárdenos,
y con expresión hórrida
exclama contemplándolo
¿Quién fue el patriota estúpido,
quién fue el patriota vándalo,
que imaginó las bóvedas
de ese teatro acuático?
¡Por vida de san Críspulo!
Que a genio tan lunático
merece coronársele
con ruda y con espárragos
para que el tiempo próximo
en los anales clásicos
le aclame por cuadrúpedo
con eternal escándalo.
Así dijera y súbito,
su rostro seco y pálido
tiñóse con la púrpura
del encendido gánigo,
y en los espacios célicos
corrió con vuelo rápido,
pronunciando los últimos
esdrújulos tiránicos,
que en el espacio cóncavo
repite el eco lánguido,
diciendo en voz lacónica
¡Qué bárbaros, qué bárbaros!
5. La emilianada
Un ruido sordo en el recinto suena
y los valientes de pavor transidos
contemplen todo con horrible pena
sus furores en miedo convertidos.
La herrada puerta entre sus goznes gira
y en el dintel don Lucas se abalanza
bañado el rostro, que terror inspira,
con la sonrisa cruel de la venganza.
Con ojos de Satán la turba mira,
cual tigre se apresta a la matanza,
cual hambriento cóndor que ve delante
rojo montón de carne palpitante.
Disperso corre el engreído bando
a la vista del jefe furibundo,
con vergüenza y despecho deseando
que se lo trague el ámbito profundo.
¡Esclavo sin razón!, ¿por qué combates?
Humíllate al poder de los magnates.