[Artículo] La gripe en Madrid, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 2 de enero de 1890.

I

Estamos en plena epidemia, y el que esto escribe no ha tenido la suerte de librarse de ella. La calamidad que nos aflige, sin ser tan grave como el cólera o el «tifus icteroides», reviste caracteres alarmantes. Toda Europa está invadida, y si al comienzo de la plaga se la miró con indiferencia y muchos la tomaron como asunto de chacota, ya las burlas se van trocando en seriedad sombría. Si no hemos llegado a los días de pánico que registra la historia clínica de nuestro siglo, nos hallamos en días de preocupación e intranquilidad.

En los primeros días, fuerza es reconocer que el dengue servía de pretexto a unos para no ir a la oficina, a otros para no contestar a la correspondencia, a los más para esquivar obligaciones fastidiosas, visitas importunas y compromisos cargantes.

Pero los estragos del mal se generalizaron, y a la propagación acompañó pronto la intensidad, originando verdaderas enfermedades graves y alteraciones de importancia en el aparato respiratorio; las bromas cesaron y el dengue recibió su nombre técnico: gripe, y con el nombre técnico la seriedad y la importancia que de derecho le corresponde.

Y por cierto que no es cosa de broma la tal gripe. No la debemos desear ni a nuestros mayores enemigos, porque habrá dolencias más penosas y de mayor peligro; pero no las hay más fatidiosas y pesadas.

Desgraciadamente, ha resultado inexacto que el trancazo no es mortal. Los organismos débiles, los que se hallan predispuestos a las perturbaciones graves del aparato respiratorio, corren grandísimo peligro. De aquí el desarrollo extraordinario y alarmante de las congestiones bronquiales y pulmonares.

La mortalidad ha crecido en Madrid de un modo alarmante, y lo mismo está pasando en toda Europa, así en las regiones húmedas como en las secas. El año 1899 se despide con bastante displicencia, y su sucesor entra ceñudo y amenazante. ¡Quiera Dios que no nos traiga nuevas calamidades!

Desde que se inició la epidemia gripal en el Norte de Europa comenzaron a circular por la prensa científica y profana hipótesis mil sobre los orígenes del mal. Su creencia más generalizada era que provenía de la persistencia de los fríos secos. En España reina desde principios de noviembre extraordinaria sequedad. Los hechos han venido luego a demostrar que los fríos secos y las heladas no han originado la epidemia, porque en algunas regiones de Europa ha nevado copiosamente, sin que la epidemia disminuyese. Más lógico aparece atribuir el mal a la falta de fuerza en las corrientes atmosféricas. Noviembre y diciembre se han señalado por la escasa violencia de los vientos. No obstante, este solo hecho no explicará satisfactoriamente la presencia de la gripe y su rápida propagación en toda Europa, sin excepción de país alguno. Por más que digan, los orígenes de estas alteraciones de la salud con carácter epidémico serán siempre un arcano para la ciencia, aunque las investigaciones de los médicos lleguen a determinar la forma y manera de producirse el mal en cada individuo. Que la propagación se verifica por la atmósfera, no hay para qué decirlo. Es una perogrullada, pues en la atmósfera están los principales elementos de nuestra vida.

No es tan claro si puede verificarse por contagio. Sobre esto hay las mismas dudas que sobre otras enfermedades más temibles. Pero no se observan en la gripe verdaderos focos de infección. Los ataques y las invasiones tienen su carácter esporádico, y, por lo tanto, caprichoso.

II

Un hecho digno de notarse, al menos en Madrid, es que las clases acomodadas han sido más rudamente atacadas que las pobres. Sin duda, hállanse más propensos al enfriamiento los que se abrigan bien y viven en habitaciones templadas, que los que exponen diariamente sus carnes al frió y están, por decirlo así, garantizados contra la baja temperatura.

Se ha observado que los mendigos, los chicos que a las horas más desapacibles de la mañana y de la noche andan por esas calles de Dios pregonando periódicos y cerillas, se han librado de la epidemia. En cambio, son poquísimas las personas de la clase de señoritos que pueden cantar victoria en esta ocasión, y la generalización de la dolencia es causa de que hasta parezca de mal tono el verse libre de ella.

Ahora seamos un poco científicos, aunque nuestra ciencia resulte de tercera o cuarta mano Pero es forzoso recoger las opiniones que, con más o menos validez, circulan por ahí, y darles publicidad, con objeto de que se prevengan los que aún no han sido invadidos. No sé si la gripe de este año pasará al hemisferio austral; pero nada tendría de particular que pasase, y bueno es que se conozca al huésped antes de tenerlo en casa. Las señas de él no son muy claras, y cada escuela médica las da según el resultado de sus investigaciones clínicas. Pero valga lo que valiere, allá van noticias, que los hechos y la experiencia ulterior modificarán o confirmarán.

Pues el trancazo, dengue o gripe tiene por causa un organismo que se llama micrococus grippe. Lo generan las vicisitudes atmosféricas, comúnmente el frío seco, en virtud de un desdoblamiento de nuestros tejidos. Esto no es claro ni mucho menos, y el micrococus no parece dispuesto a dejar descubrir los misterios de su generación y desarrollo en el organismo humano. Lo que sí sabemos es que el tal microbio es mucho más benigno, mucho más aviezo que sus colegas el bacillus kock, que determina la tisis, el vibrión séptico de la difteria, el esquisoniceta del tifus exantemático, el bacillus virgula, del cólera.

Pero no hay que fijarse de la benignidad del microcus grippe, porque hallándose sujeto, como todo organismo, a la ley de la evolución, puede muy bien ascender desde su modesta categoría a la de estaphilococus pyogono, que es el microbio de la pulmonía, y de aquí pasar al empleo inmediato, o sea a desempeñar las terribles funciones del bacilus de la tuberculosis, descubierto por Kock.

Ya sabemos que frecuentemente se origina la tisis por el descuido en curar los catarros pertinaces. Todos los tísicos, antes de serlo, suelen padecer pneumonías, y éstas tienen por preámbulos resfriados continuos fuertes. La tisis es hereditaria; pero no en el sentido de que se transmita por herencia el bacilus Kock. Lo que se hereda es la debilidad constitutiva, la predisposición, o sea la impotencia para deíenderse de los ataques del terrible microbio.

Véase por donde el inofensivo micrococus gripal, que es un diablillo travieso y sin malicia, puede llegar a ser, transformándose, uno de los demonios más malos que afligen y destruyen nuestra flaca naturaleza.

Lo que será siempre un misterio es qué condiciones atmosféricas dan vida al organismo que nos molesta primero y acaba, si lo dejamos, por aniquilarnos y dar cuenta de nosotros.

Las condiciones atmosféricas son iguales para todos, y, sin embargo, los efectos ¡cuán distintos son! De cualquier modo que sea, el peligro está en los enfriamientos bruscos, pasando de un recinto caldeado artificialmente a la intemperie fría; en la rapidez de los cambios de temperatura determinados por las variaciones del viento; en el exceso o en la falta de abrigo, que ambas cosas son malas, y en la predisposición, cuyas causas son sumamente complejas y difíciles de apreciar.

III

Para Madrid ha sido una verdadera calamidad esta epidemia de la gripe. Ha coincidido su mayor fuerza con las fiestas de Navidad, y el comercio menudo, que en estos días de expansión y de gula hace comúnmente buen negocio, ha sufrido rudísimo golpe. La mitad de la población enferma, y la otra mitad cuidándola, tenía que dar por resultado el desastre económico para aquellas industrias y aquellos tráficos que viven de los excesos gastronómicos. Losnacidos no recuerdan una Navidad tan desanimada y triste. Nadie está de humor para bromas y holgorios, y los estómagos enfermos o precavidos evitan los atracones, y todo lo que sea salir del plan ordinario.

La frugalidad ha producido inmensos males al comercio, y el duelo o las tristezas de la mayor parte de las familias, han reducido este año a proporciones mínimas la fastuosa costumbre de los regalos. El número de tarjetas cambiadas por el correo en el último y primer día del año demuestra elocuentemente que la población de Madrid se preocupa de algo más serio que las felicitaciones.

Ni en las invasiones del cólera se ha visto Madrid tan desanimado. La ciudad más alegre del mundo es hoy la más triste, y por sus calles no circula ni la mitad de gente que de ordinario las frecuenta- Si en los primeros días la enfermedad no causó verdadera inquietud, cuando se vió que la mortalidad aumentaba hasta llegar a cifras dobles y más que doble de lo común, empezó el miedo a perturbar los ánimos y a exagerar el peligro, y se han producido las alarmas propias de todo período epidémico. Inmediatamente han venido las medidas profilácticas, la creación de hospitales provisionales, las suscripciones para alivio de los enfermos pobres, la organización de juntas de socorro, con todo lo demás que da fisonomía lúgubre a las ciudades infestadas. Por fortuna, esto no ofrece ni puede ofrecer caracteres aterradores. Los casos fulminantes no existen, como en el cólera y otras pestes, y el buen régimen y las precauciones discretas dan casi siempre seguros resultados.

El número de fallecidos ha llegado a doscientos por día, cifra que se puede considerar como triple de la ordinaria; pero hace dos días que tiende a descender. Casi toda la mortalidad es ocasionada por afecciones agudas del pulmón y los bronquios, y y mientras la gripe se contiene en los límites de su constitución médica, no produce víctimas. Todos los inviernos secos y crudos dan en Madrid un contingente bastante crecido a la estadística de muertes por inflamaciones del aparato respiratorio. Este año ha sido excepcional, y las personas de constitución débil o de marcada predisposición pneumoníaca, han sufrido los terribles efectos de la sequedad glacial. Para la agricultura no es menos nocivo el estado atmosférico que para la salud pública, y si éste no cambia pronto, tendremos un año malísimo, que aumentará las tristezas del lúgubre invierno de 1889-90. El día último del año creímos que se iniciaba un saludable cambio atmosférico porque nevó con abundancia, y por primera vez, después de tanto tiempo, disfrutamos y saboreamos la humedad del ambiente; pero la nevada se contuvo: han vuelto a reinar los fríos secos, y estamos, poco más o menos, lo mismo que en los días de Navidad.

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