[Artículo] La especulación del miedo, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 19 de junio de 1885.

I

En estos días nuestra capital se halla agitada por una cuestión importante que apasiona todos los ánimos. ¿Hay cólera aquí? El Gobierno dice que lo hay, y lo sostiene en las columnas de ese evangelio oficial que se llama Gaceta; y el vecindario en masa sostiene que no lo hay. Los tres, cuatro o cinco casos que aparecen diariamente consignados en la estadística sanitaria, son calificados por el vulgo de insolaciones, tisis senil o tal vez de dolencias de carácter filoxérico.

También muchos de los casos coléricos de estos días se atribuyen a la inanición, por lo cual ha habido enfermos que han reaccionado fácilmente sólo con que les convidaran a almorzar. Para éstos las chuletas han sido de una eficacia probada.

Este empeño del Gobierno en que ha de haber cólera en Madrid y la tenacidad del vecindario rebelándose contra la epidemia gubernativa es de lo más extraño que he visto en mi vida. En ocasiones análogas los Gobiernos españoles, como los Gobiernos de todos los países del mundo, han tenido empeño en quitar la importancia al mal, disimulando su gravedad y mermando en lo posible el número de casos. Mas ahora ocurre todo lo contrario: tiene el Gobierno a gala el meter miedo, y sin duda obtiene no sé qué oscuras y misteriosas ventajas de la zozobra en que viven los madrileños.

He aquí la explicación que da el vulgo a esta singularísima manía de declararnos epidemizados.

Cuando el cólera empezó a arreciar en la provincia de Murcia, llegando a producir hasta doscientas invasiones diarias, o más, el Rey Alfonso manifestó deseos de ir a visitar a la desgraciada ciudad del Segura para socorrer directamente a sus afligidos habitantes y aliviar en lo posible su situación lastimosa.

Esto supo muy mal a algunos individuos del Gabinete, y ya sea por no exponer a los peligros de la epidemia a la persona del Rey, ya por no exponer la propia, pues era su obligación acompañar al soberano, discurrieron hacer cólera en Madrid para apoyar en él el argumento contrario al viaje del Monarca. Cuentan que el señor Romero Robledo tiene mucho miedo y que a él se debe esta habilidosa estratagema. «¿Para qué va el Rey a Murcia—dice el Gobierno—, si lo tenemos en Madrid, y aquí puede S. M. ejercer cuando quiera las funciones paternales y caritativas que le competen en estos casos como cabeza de la nación? Pero el cólera de Madrid no da juego; es decir, no resulta epidemia. Es simplemente una diátesis estacional determinada por la dolencia que en Medicina se llama cólico de Madrid y que proviene del abuso de las primeras frutas y de los fuertes calores del estío. Pero ocurre la particularidad de que en el presente año los cólicos ocurren en menor número que otros años, sin duda porque la población se halla en mejores condiciones higiénicas y porque el consumo de frutas es bastante menor que en otras épocas.

Los rarísimos casos calificados tímidamente por algunos médicos de cólera morbo asiático han recaído en individuos procedentes de Murcia y Valencia, y aunque el origen parece confirmar el triste diagnóstico, los facultativos ño están de acuerdo respecto a la naturaleza del mal.

Es, pues, arbitraria, torpísima y absurda la declaración de la Gaceta, cualesquiera que sean sus móviles, y nos inclinamos a suponer falsa, por respeto a los poderes constituidos, la versión vulgar que he indicado más arriba.

II

De la declaración del cólera en la Gaceta se deriva un plan completo de precauciones que a veces rayan en lo ridículo.

Todos los días ocurre un motivo más o menos cómico en las plazas de mercado, y las verduleras se sublevan contra la policía desinfectadora al grito de: «No queremos polvos».

Ya son las cigarreras de la Fábrica de Tabacos las que se resisten a ser fumigadas y rociadas con ácido fénico, y por fin el pueblo español, cediendo a sus naturales instintos, concluye por tomar a broma esto de la epidemia, que bien podría llegar a ser muy serio.

A la zozobra que hace días inquietaba a los habitantes de esta villa, ha sucedido una confianza tal, que cuando se habla de casos nadie cree en ellos, y todo se vuelve poner al Gobierno como ropa de Pascuas y echarle la culpa de los males que la epidemia oficial ocasiona al comercio y la industria.

Y que este descontento traerá malas consecuencias, lo prueba la actitud del comercio madrileño, representado por el Círculo de la Unión Mercantil.

La declaración de cólera lastima de tal modo los intereses de tan respetable clase, que han discurrido manifestar su desagrado de un modo pacífico e imponente.

Mañana, 20, es el día destinado para este acto, que, sin duda, tendrá gran resonancia y quizá consecuencias de consideración.

Se cerrarán todas las tiendas de Madrid, y las clases comerciales se dirigirán al palacio de la representación nacional a exponer sus agravios.

Una Comisión de comerciantes visitará con el mismo objeto al Rey.

Entretanto que este acto se prepara, la villa y corte no pierde su constante aspecto de animación y alegría.

Los teatros de verano están concurridísimos; los paseos rebosan de gente, .y siempre que hay toros, lo que acontece dos veces por semana, se aglomeran trece o catorce mil personas en las localidades de la plaza.

Y no reina, ciertamente, la sobriedad en esta fiesta.

A más de los excesos de palabra que allí se cometen, además de las sofoquinas que trae consigo el trágico y pintoresco espectáculo de la lidia, son frecuentísimas las filoxeras y otros abusos gastronómicos dentro de la plaza y al salir de ella.

La estadística sanitaria de todas las épocas acusa un gran recrudecimiento de enfermedades varias en los días que siguen a las corridas de toros.

El libro de entradas del Hospital general marca las fechas de las fiestas tauromáquicas casi tan claramente como los abigarrados cartelones que se fijan en las esquinas.

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