[Artículo] Borrás en «El abuelo», de Benito Pérez Galdós

*Artículo aparecido en el diario El Heraldo de Madrid el 13 de enero de 1910. Ortografía original no actualizada.

Agradezco mucho al querido amigo Parmeno que me haya pedido un comentario acerca del insigne Borras, y de la campaña tan brillante como provechosa de la compañía Cobeña-Oliver en el teatro Español. De algún tiempo acá he vivido tan alejado de la vida teatral, que al aproximarme de nuevo á ella, personándome en un escenario ó en una localidad de la sala, he sentido dentro de mí el paleto á quien traen del pueblo y le meten de sopetón en un vistoso recinto. Ante aquellas seductoras figuraciones de la realidad ó del ensueño, el sencillo espectador rural de todo se maravilla y de todo se asusta.

Debo decir que las causas de andar tan desviado de las casas de Talía no fueron la pereza ni los quehaceres que por mis pecados me han traído al retortero; fueron el desaliento y la falta de fe en la virtualidad artística y moral del Teatro en los últimos tiempos. Acordándome de aquellos en que me dio la mala idea de meterme á dramaturgo, consideraba que por entonces era perfectamente armónica la triada teatral, abrazo feliz de los elementos obra, intérpretes y público. La experiencia me hizo ver después que esta armonía estaba rota; teníamos cómicos excelentes, que perfeccionaban cada día sus facultades; teníamos autores de gran mérito, mantenedores de la gloriosa tradición hispana; pero el público se deshacía gradual y rápidamente, desgarrado en jirones. De una parte tiraba la gente adinerada y bien vestida; de otra, la que vive en las inferioridades económicas y quiero someter el Arte á violentas baraturas.

Viendo con pena la descomposición del público, y cómo se dispersaban sus elementos, y cómo para su solaz exclusivo erigían aquí palacios, allí covachas, pensé que autores ó intérpretes habrían de poner remedio á un mal de muerte inevitable, y así ha resultado. Las representaciones populares, una por semana en la Princesa, dos en el Español, anuncian claramente la reconstrucción del público, necesaria para la existencia de ese arte uno y trino, tan hermoso como complejo.

En una de las noches de gran moda popular en el Español he visto el gentío sintético, comprensivo de todas las clases sociales, que está en su sitio desde que suenan en la escena las primeras palabras de la obra, y en el desarrollo y accidentes de ésta pone toda su mente y su corazón, sin desviar ojos ni oídos hasta que los actores pronuncian, con la palabra postrera, el ite, misa est. El autor compone la obra; el actor, la ilustra; el público, que también es creador é intérprete, lo da la última mano. Dijérase que la obra os un dibujo; que el actor le pone el color, y el espectador sintético, con sus pasiones y su lógica suprema, le imprime el movimiento vital. Sin esta triple colaboración, los dramas .y comedias son tan sólo planes literarios más ó menos felices, que con sus tocadores guardan Talía y Melpótnene como frasquitos de esencias, que no destapan nunca.

De Borrás y de su trabajo insuperable diré que es el ejemplo más claro del arte progresivo en la interpretación ó creación de caracteres. Como gran artista, Borras labora constantemente en el modelado de las figuras escénicas, que ofrecen abundante partido á sus extraordinarias facultades físicas y mentales, á la variedad maravillosa de su registro facial, y al estupendo mecanismo de sus nervios. En tres ocasiones le vi encarnar el tipo del viejo Albrit, y en cada una da ellas daba mayor realcé á la figura con nuevos toques de idealidad ó de realismo. Afina, pulimenta y perfecciona sin cesar; expresa con el silencio tanto como con la palabra; el gesto, la actitud y la riqueza de inflexiones de voz completan su obra mágica y representativa, y elevan hasta lo increíble la emoción del espectador.

El actor que ha esculpido maravillosamente la bárbara pasión juvenil del protagonista de Tierra baja, reproduce con igual perfección la gravo terquedad justiciera del Alcalde de Zalamea y la sublime pasividad del Místico. Con igual maestría representa la exaltación de la vida y el momento agónico; la vejez y la juventud resplandecen con la misma propiedad en su máscara prodigiosa.

No puedo ocultar la satisfacción intensa con que he visto El abuelo, en el Español, en función de gran moda popular. La obra, lo digo con toda verdad, no me ha parecido mía; tan remozada la vi y tan bien perfilada y abrillantada por Borrás y sus compañeros de escena. Agradezco al gran artista que haya traído auto este público, después de darle aire en los teatros de América, esta obra que yo consideraba envejecida y que se iba borrando de mi memoria. Gracias á la perfección histriónica y al estudio minucioso de los caracteres, las obras viven más de lo que pudo creerse. Parece que se acaban, y una interpretación esmerada y un público sensible a la emoción les dan nueva vida.

La reprise ó reestreno, como ahora decimos, de El abuelo ha sido un hermoso triunfo del teatro Español. Todos los intérpretes han contribuido al admirable conjunto. Merecen calurosa ovación las dos damiselas (Srtas. Moreno v Abadía), que han revivido las tiernas figuras de las niñas de Albril. Son dos estrellitas que en su día brillarán con máximo esplendor en el ciclo del arte escénico.

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