[Artículo] Intereses civiles y eclesiásticos, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 15 de agosto de 1884.

I

Tiempo hace que nuestro Municipio tiene proyectada la construcción de una gran Necrópolis. Esta gigantesca obra no se ha realizado aún más que en parte. Un vasto campo de inmejorables condiciones para el objeto ha sido dispuesto para recibir los despojos de la vida humana. Se le llama cementerio de epidemias, y como ahora estamos amenazados del cólera, nuestro ministro de la Gobernación dispone que desde el 1.°de septiembre se cierren todos los cementerios enclavados al Norte de la población y comiencen en la misma fecha las inhumaciones en el camposanto municipal, situado en término de Vicálvaro.

Es de suponer la polvareda que esta Real orden levanta en el gremio eclesiástico fúnebre, es decir, entre los individuos que componen las sociedades comanditarias de los antiguos cementerios, llamadas sacramentales no sé por qué. La Prensa ultramontana truena contra el Gobierno, éste se mantiene firme y acude al cardenal primado de las Españas rogándole que bendiga el nuevo cementerio, con cuya bendición las empresas de los antiguos recibirán el golpe de gracia.

Como se comprende, en esto de la bendición estriba todo, y ella es la clave del conflicto. Porque si el nuevo camposanto no es bendecido, las sacramentales triunfan y tienen asegurado su monopolio por un plazo largo, por lo menos hasta que las naciones católicas entren resueltamente en la vía de la secularización.

¿Bendecirá la eminencia o no bendecirá? Esta ha sido la pregunta de cajón durante los últimos días. Tranquilizáos, almas timoratas. El cardenal primado está dispuesto a bendecir, en nombre de la Iglesia, todas las necrópolis habidas y por haber… con ciertas condiciones, en lo cual prueba su alta perspicacia. No pide nada el ilustre purpurado en gracia de Dios, no pide más sino que el nuevo cementerio sea cedido a la Iglesia, para que continúe en él la explotación ejercida en los antiguos. ¡Y para éste ha gastado la villa de Madrid cuatro millones!

La cuestión, agitada diariamente en la Prensa, llegaría a agravarse si el Gobierno y el cardenal, deseando una transacción, no hicieran esfuerzos por reconciliar lo civil y lo eclesiástico en este embrollado asunto. Es la cuestión secular, la cuestión histórica, siempre planteada y jamás resuelta, que surge en todos los actos de la vida humana y parece agudizarse en la conclusión de la vida misma, en presencia de los pavorosos problemas de ultratumba.

No siendo posible su acuerdo perfecto, celebrare- naos que al fin se entiendan el poder civil y el eclesiástico, estableciendo un modus vivendi entre la muerte y la religión. Muchos creen que el resultado de la contienda entre el Municipio y las Sacramentales será el encarecimiento de las sepulturas. «Aquí—decía hace poco un diario—ya sólo podrán morirse los ricos», y otro: «Sólo faltan quince días Para poderse morir barato.»

En Madrid, a pesar de las vacaciones, no es todo calma, y ha sobrevenido una cuestión que, aunque sin consecuencia por el momento, tiene gran importancia. La cuestión de los cementerios plantea de nuevo el peligrosísimo y siempre temeroso problema de la lucha entre el poder civil y el eclesiástico. Tenemos en Madrid unos doce lugares consagrados a soterrar los muertos. Muchos de estos cementerios han quedado, con el ensanche del caserío, comprendidos dentro de la población, poniendo en peligro la salud de barrios muy extensos y contraviniendo los más elementales preceptos de la higiene. Pertenecientes a poderosas sociedades clericales. estos cementerios se han defendido durante mucho tiempo de la invasión reformista. Han sido y son un pingüe negocio. ¿Cómo resignarse a la ruina, abandonando la explotación cadavérica?

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