[Artículo] El hijo del Ganges, de Benito Pérez Galdós

Madrid, 27 de julio de de 1884.

I

Son enormes los trastornos que la aparición del cólera en Europa ha producido en todos los órdenes de la actividad. Hasta ahora, Francia es el único país invadido; pero las consecuencias las sufre toda Europa, y a nosotros nos afecta el mal en primer término por la paralización de nuestras relaciones mercantiles con aquel país. En esfera más baja, aunque no despreciable, los trastornos son también grandes. Una parte no pequeña de la sociedad española se ve privada de los viajes a Francia, costumbre que venía a ser, para muchas personas, como una imprescindible función de la vida. Da dolor ver cómo están condenadas al calor de Madrid las interesantes personas que han sido, en los años anteriores, el mejor ornamento de Biarritz o de San Juan de Luz. Los biliosos, los hepáticos y los que padecen rebeldes dispepsias, tienen que contentarse con saludar a Vichy desde la parte acá del Pirineo.

Según dicen, la elegante villa de Pau y el fastuoso puebiecillo de Arcachón están vacíos. En toda la región Pirenaica se echa de menos la inmigración española, que tan buenos dineros dejaba. Los franceses truenan además contra las cuarentenas y los acordonamientos que ha establecido nuestro Gobierno; pero, |qué le hemos de hacer! Es ley eterna la conservación, y las naciones la acatan como los individuos, apelando para obtenerla en este caso a recursos tan poco eficaces, al decir de muchos, como las cuarentenas. Va cundiendo la idea de la inutilidad de las medidas sanitarias en los puertos, pues, generalmente, parecen no tener más objeto que molestar a los pasajeros, vejar al comercio y extraer de aquéllos y de éste fuertes sumas destinadas a dar de comer a una multitud de médicos que no tendrían nada que hacer si no existieran las plazas oficiales en los lazaretos y Juntas de sanidad.

Entretanto, aquí no se habla más que del famoso microbio, origen y simiente de la temida enfermedad, ser tan pequeño como maligno, que unos tienen por vegetal y otros por animal. Sea lo que quiera, el tal es de lo más malo que la divinidad ha echado a este mundo para castigo de nuestras culpas. No acabaría nunca si reseñara aquí todo lo que en este mes se ha escrito en la prensa española y francesa acerca de las condiciones biológicas del tal ser, de cómo se propaga, de los medios y elementos que son más favorables a su desarrollo. No sólo han hablado las lumbreras de la ciencia, sino también las medianías, y tras éstas han venido también los charlatanes y curanderos explicando a su manera la naturaleza del microbio y ofreciendo que acabarán con él en menos que canta un gallo.

II

Un sabio alemán, el doctor Koch, que estudió el cólera en Alejandría el año pasado, que pasó después con el mismo objeto a la propia cuna de la epidemia, el delta del Ganges, ha visitado últimamente las ciudades de Marsella y Tolón, observando diversidad de casos, haciendo autopsias y estudiando el mal con todos los medios que hoy ofrecen la histología y la química. Las conferencias de este eminente profesor han sido transmitidas por telégrafo a toda la prensa de Europa, y luego publicadas íntegramente. Son, a la verdad muy interesantes, aunque no de una novedad completa. La opinión de que el microbio se propaga por las deyecciones de los coléricos, y de que la humedad favorece su desarrollo, viene dominando en las escuelas médicas desde las primeras invasiones del cólera en Europa. Los desinfectantes recomendados por Koch son, con corta diferencia, los mismos que se han empleado hasta hoy. El célebre doctor francés M. Pasteur ha combatido algunas de las aseveraciones del alemán, y como ambos son notabilidades en su ciencia y gozan de grandísima nombradía, no sabe uno a qué carta quedarse. De lo que uno y otro han dicho, viene a deducirse que estamos donde mismo estábamos, y que lo mejor será pedir a Dios con toda nuestra alma que aparte de nosotros al tal microbio, porque si viene mientras se ensaya contra él este o el otro sistema, diezmará nuestras poblaciones, y cuando se marche, fatigado de tantos estragos, nos quedarán dos cosas igualmente lastimosas: un montón de cadáveres y otro montón de folletos sobre patología colérica. Aparte Dios de nosotros el doble azote de la epidemia y de la pedantería médica.

Es un consuelo para nosotros, en las circunstancias presentes, el considerar que las invasiones coléricas que hemos sufrido desde 1835 han sido cada vez menos enérgicas. La del 65 fué más benigna que la anterior, y hay motivos para creer que la presente, si al fin y por desgracia es un hecho, hará menor número de víctimas que las precedentes. Las epidemias, por lo visto, sienten también su decadencia, como las razas reales y aun las plebeyas, lo cual sería un gran consuelo para la humanidad si la historia no nos enseñara que tras el acabamiento de una peste viene la aparición de otra, así como en distinto orden de cosas, la extinción de una tiranía suele coincidir con el nacimiento de otras nuevas no menos calamitosas, llámense populares o autocráticas.

III

Hemos visto al cólera recoger la terrible herencia de las antiguas asoladoras pestes y hemos visto a las oligarquías recogiendo el azote de las heladas manos del absolutismo. Váyase, pues, lo uno por lo otro. Debemos siempre creer que el progreso no se desmiente y que estamos mejor que estábamos, verdad que es forzoso admitir aunque no sea sino como una defensa contra la desesperación. Y debo hacer constar que una eminencia médica, cuyo nombre no recuerdo, ha sostenido esta misma idea en el caso concreto de epidemia que estamos esperando. El tal sabio llega, en su optimismo, a asegurar que el cólera es bueno. Según dicho señor, nos trae el incalculable beneficio de descargar a la humanidad de todos los individuos débiles y raquíticos y de los ancianos y valetudinarios. Además, después de un período epidémico, hay siempre una salud inmejorable, la cual dura largo plazo; hay también buenas cosechas, lo cual parece significar que el microbio se lleva consigo todo lo insalubre e intoxicante que hay en la atmósfera, limpiándola por mucho tiempo. Nos trae el beneficio, según la tal eminencia, de aligerar la población allí donde es excesiva y de favorecer su ulterior desarrollo con gran lozanía, pues ha observado (me refiero siempre al sabio cuyo nombre no recuerdo) que después de las invasiones hay un número considerable de nacimientos, y en ambos sexos una tendencia poderosa a contraer matrimonio. Para que el cólera fuera un encanto no le faltaba más que añadir a estas ventajas la de extender sus caracteres de selección al orden moral, espurgando a la humanidad de todo lo malo, hiriendo no sólo a los débiles y raquíticos, sino también a todos los perdidos, vagos, tramposos, a los conspiradores de oficio, a los adúlteros de ambos sexos y, en suma, a todos los que no sirven más que para estorbo. La experiencia, ¡ay!, dice que no debemos esperar del microbio ningún acierto en la elección de sus víctimas ni en el orden moral ni en otro alguno, pues no es cierto tampoco que escoja sus victimas entre los cacoquimios y ancianos inútiles. Aunque así fuera, las familias seguramente no habían de conformarse con las intenciones benéficas que el tal doctor quiere atribuir al hijo del Ganges. Lo repito: roguemos a Dios que no venga y dejemos a los médicos que discutan todo lo que quieran. Tan contradictorias son las opiniones de éstos sobre la manera de curarlo, que si ahora nos viéramos acometidos de tan terrible mal, no sabríamos si combatirlo por la vía húmeda o por la ígnea.

¿Las lociones internas y externas nos salvarían? ¿Obtendríamos este resultado administrándonos una temperatura de cien grados, como recomienda otro célebre doctor, de cuyo nombre tampoco me acuerdo? Entre la estufa y la hidroterapia, ¿cuál,será el mejor sistema? ¿Será más eficaz la homeopatía? ¿Huirá el microbio ante el glóbulo o ante el calor? ¿Le ahuyenta el oxígeno o el ázoe? Hay quien dice que siendo el cólera la vegetalización de nuestro ser, nos conviene asimilarnos todo el nitrógeno que podamos, para lo cual conviene vivir entre animales putrefactos, o en las cercanías de los mataderos… Lo dicho…, lo mejor es que no venga por acá, pues de lo contrario, hará victimas alopática y homeopáticamente, por el sistema vegetativo y por el animal, y unos perecerán en las agonías del ensayo de la estufa, otros entre los retortijones producidos por el agua helada. Los esfuerzos de la patología moderna, con ser tantos y tan meritorios, dirigidos por verdaderas eminencias (tengo buen cuidado de descartar aquí a los charlatanes) no han conseguido aún arrancar la máscara con que cubre su faz el espantoso verdugo asiático.

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