[Artículo] El crimen de la calle Fuencarral, de Benito Pérez Galdós
En 1888 se perpetró en Madrid un crimen que provocó altercados callejeros, el seguimiento diario de la prensa, implicación de corruptos, dimisiones del director de la cárcel y del presidente del Tribunal Supremo, la interpretación del juicio en clave de lucha de clases y la última ejecución pública por garrote vil. Atrajo la atención de Galdós, que envió varias crónicas al diario argentino La Prensa, cuyo estilo, comparable al de Dashiell Hammett, muestra a un Galdós pionero en el género policíaco, apenas frecuentado hasta entonces en la literatura española.
Para los tertulianos de los cafés, la criada representaba el desamparo del proletariado y el hijo de la víctima era la imagen del «señorito golfo» y vicioso, «característico de las clases burguesas».
La sociedad de Madrid discutió acaloradamente este suceso en los cafés de tertulia y se dividió en bandos opuestos, en función del acusado al que defendiesen. se producen dos bandos opuestos.
El largo proceso, que comenzara el 26 de marzo de 1889, para terminar el 25 de mayo del mismo año, acaloró las opiniones públicas madrileñas y, por extensión, las españolas.
El crimen de la calle Fuencarral, Benito Pérez Galdós
Madrid, 19 de julio de 1888.
I
Estamos ahora los españoles bajo la influencia de un signo trágico. Los grandes crímenes menudean. En vano se buscarían en la prensa acontecimientos políticos o literarios. Los periódicos llenan las columnas con relatos del crimen de la calle de Fuencarral, del crimen de Valencia, del crimen de Málaga, los reporters y noticieros, en vez de pasarse la vida en el salón de conferencias, visitan los juzgados a todas horas, acometen a los curiales atosigándoles a preguntas, y con los datos que adquieren, construyen luego la historia más o menos fantaseada y novelesca del espantoso drama. Últimamente la prensa ha hecho algo más que informar al público de los hechos conocidos, y ha tomado parte importantísima en la investigación de la verdad. De tal modo ha conmovido a la opinión pública en Madrid, y aun de toda España, el misterioso crimen de la calle de Fuencarral, que la prensa no ha podido concretarse a sus funciones de simple informadora de los sucesos; ha tomado una parte activa en la instrucción del proceso, ayudando a los jueces, arrojando toda la luz posible sobre el hecho nebuloso, recibiendo del público datos, antecedentes, noticias; procurando indagar la pista de los criminales; recibiendo todo lo que puede contribuir al exclarecimiento de la verdad oscura. Cierto que gran parte de los datos y advertencias suministrados por la prensa no son utilizables; pero en medio de la confusión de sus referencias hay algo que parece indicar una dirección determinada. Esta dirección, a manera de un rastro de sangre, persiste al través de las contradictorias indicaciones; este rastro señalado por la conciencia pública es la única orientación que persiste tras tantas vacilaciones, y en el caso concreto del crimen de la calle de Fuencarral, no es aventurado afirmar que los adelantos del proceso son debidos a la insistencia con que la opinión pública por conducto de la prensa ha señalado el camino de la verdad.
Imposible que mis lectores dejen de conocer el horrible crimen de que se trata, perpetrado el 1.º de julio, y que en los días que van transcurridos del presente mes ha adquirido tan triste celebridad. Seguramente la revelación del asesinato de la viuda de Varela, mejor dicho, del descubrimiento del cadáver en la madrugada del día 2, ha recorrido todos los periódicos del mundo. Dicha señora era rica, un poco extravagante, medrosa y avara, y vivía sola en compañía de una criada. Lo tremendo del caso es que desde los primeros momentos recayeron sospechas vehementes sobre el hijo de la víctima, José Vázquez Varela, a la sazón preso en la Cárcel Modelo por robo de una capa.
¿Qué motivaba estas sospechas, que casi han sido y son unánime juicio? Los antecedentes del hijo, quien hace dos años acometió a su madre infiriéndola graves heridas de arma blanca; la malísima reputación de que el mancebo goza; sus costumbres perversas, conocidas de todo Madrid; su holgazanería; sus relaciones con gente de muy mala conducta. El joven Varela tiene veintitrés años. Los vecinos de la casa que la víctima habitaba declaran que un día sí y otro también ocurrían grandes escándalos entre la madre y el hijo; éste pidiéndola dinero brutalmente y aquélla negándoselo con objeto de poner coto a sus vicios.
La viuda de Varela era suspicaz y desconfiaba de todo el mundo. Tenía, sin duda, presentimiento de su fin desastroso; escondía el dinero en lugares secretos, y a veces llevaba en el seno grandes sumas de billetes de Banco. Temerosa de que la envenenaran, se confeccionaba su alimento. Al propio tiempo que deploraba las consecuencias de la malísima educación dada a su hijo, le quería entrañablemente, y hace dos años, cuando aquel desnaturalizado monstruo atropelló a la que le había dado el ser, la infeliz madre declaró ante el juez que se había ocasionado las heridas por un accidente fortuito, librando de este modo al criminal de la pena que merecía.
Las primeras actuaciones no produjeron más que confusión. La voz pública se inclinaba a declarar inocente al hijo de la víctima por hallarse cumpliendo condena en la Cárcel Modelo. La persona en quien se fija la atención es la criada, Higinia Balaguer, encontrada en la casa al descubrir el crimen.
Higinia Balaguer fué en los primeros días la figura saliente de este trágico cuadro, mujer impasible, afectando o sintiendo quizá una impavidez inconcebible. Luego se ha sabido que esta mujer había vivido en comunicación casi constante con criminales, que había tenido puesto de bebidas en las inmediaciones de la cárcel, y en el curso de sus declaraciones ha revelado ese conocimiento del Código penal, que es común entre personas íntimamente relacionadas con los que viven infringiéndolo.
Higinia Balaguer fué considerada desde el principio como la clave de la instrucción, y en ella se fijaron todas las miradas. Primeramente se declaró ignorante del suceso. Hubo de comprender que esta versión era insostenible, y luego se declaró autora única del crimen, describiéndolo como resultado de un arrebato de ira. Poco crédito se dió a esta declaración. Imposible que Higinia cometiese sola un crimen que revelaba, además de minuciosas precauciones, un esfuerzo varonil.
La tercera declaración de la criada puso la cuestión en nuevo terreno, dando al proceso dramático interés. Señaló como autor material del crimen al hijo de la víctima, presentándose a sí misma como simple auxiliar, movida del terror y algo también de la codicia, pues el asesino, al paso que la amenazaba con la muerte, le ofrecía asegurar su porvenir si le ayudaba a ocultar el crimen. La descripción que hace Higinia de los pormenores del asesinato son de tal naturaleza y revelan un tan alto grado de pervesión, que la conciencia humana repugnaba el admitirlos. Parece que tanta maldad no cabe en lo posible. La serenidad y aplomo con que el asesino, después de quitar la vida a la infortunada doña Luciana, dispuso lo necesario para pegar fuego al cadáver con petróleo, a fin de borrar las huellas de su atroz delito, revelan el corazón más duro y empedernido, un monstruo sin ejemplo ni precedente, si conforme a la declaración de Higinia, el asesino es el hijo de la víctima, un joven de veintitrés años. Desde que esta manifestación se hizo pública, las opiniones de dividieron: muchos la aceptaban, fundándose en los antecentes de José Varela: otros la ponían en duda, repugnando admitir la barbarie tan grande e inaudita, que parece rebasar los límites de la crueldad humana.
Y aquí entra la parte más dramática del misterioso crimen de la calle Fuencarral. Si el asesino es José Varela, ¿cómo salió de la cárcel, donde estaba cumpliendo condena? El director y empleados de la cárcel niegan en absoluto que Varela haya abandonado su prisión ni el día 1.º de julio ni en ninguno otro. ¿Cómo se concuerda esto con la declaración de la Balaguer? La confusión que de esto resulta, es extraordinaria, y la opinión pública, vivamente excitada, continúa señalando a Varela como autor del crimen. Toda la prensa afirma que existen numerosas personas que han visto al joven en la calle en los últimos ocho días de junio. Hay quien dice haberle visto en algún café, en los toros y hasta en la butaca de un teatro. El Juzgado llama a declarar a gran número de personas. Declaran también los empleados de la cárcel y su director, el cual parecía ayudar al Juez desde el primer día en el esclarecimiento del maldito crimen.
La gran sorpresa y sensación se produjo el día en que el Juez detuvo e incomunicó al director de la cárcel señor Millán Astray. Fué esto consecuencia de una nueva declaración y ratificación de Higinia, quien aseguró haber sido sugerida por Millán Astray para dar a sus primeras declaraciones un determinado sentido. Al afirmar la criada que el director de la cárcel le había dicho que necesitaba salvar a Varela, al jurarlo delante del mismo señor Millán añadiendo varias particularidades de suma importancia, elevó a su mayor grado el interés del proceso: Millán Astray, al verse acusado, sufrió un ataque al corazón que puso en peligro su vida. Repuesto del accidente negó de la manera más rotunda las aseveraciones de Higinia. Y al propio tiempo continuaban en la prensa las manifestaciones anónimas de diversas personas que afirmaban haber visto a Varela en la calle en los días que precedieron al crimen.
Millán Astray, director interino de la cárcel, es joven: pertenece al Cuerpo de empleados de establecimientos penales, en el cual ha demostrado inteligencia y buena voluntad. Recientemente prestó servicios de importancia en la averiguación de diferentes delitos. Es hombre simpático, instruido, ha sido periodista, y tiene en Madrid muchos amigos. Estos, aún admitiendo el quebrantamiento de clausura del joven Varela, no ven culpabilidad en Millán Astray. Pudo el asesino escaparse sin que de ello tuviera conocimiento el director del establecimiento. Siendo así, Millán no puede ser acusado más que de negligencia; pero las declaraciones de Higinia Balaguer van más allá, y presentan al director como encubridor del delito y amparador del asesino. La opinión, en verdad sea dicho, rechaza hasta ahora semejante idea. Si Higinia ha mentido con objeto de embrollar a la justicia, lanzándola a un laberinto de oscuridades, fuerza es reconocer en esta mujer un monstruo de astucia y marrullería, capaz de volver locos a todos los Jueces que en el mundo existen.
La comprobación de este término del proceso se presenta laboriosa y difícil. Todas aquellas personas que en la prensa manifestaron anónimamente que habían visto en la calle a José Varela, al ir ante el Juzgado o lo niegan o declaran simplemente que creyeron haberlo visto. Los mozos y mozas de café también niegan. Unicamente un joven militar parece haber afirmado que vió al hijo de doña Luciana, ratificándose en ello delante del interfecto. Pero esto no podemos afirmarlo, porque el Juzgado, que no ve con buenos ojos la excesiva publicidad del sumario, ha puesto coto a la curiosidad periodista, negándose a suministrar noticia alguna. Todos los empleados de la cárcel niegan asimismo que Varela saliese. Cuando parecía que iba a resplandecer la verdad, ésta se oscurece más y aumentan en el público las conjeturas, las versiones fantásticas y las interpretaciones absurdas.
Debo apuntar ciertos antecedentes de algún valor. Higinia Balaguer sirvió en la casa del señor Mi-llán Astray, aunque no mucho tiempo, y parece fué despedida por su conducta un tanto irregular. Vivía maritalmente con un lisiado, que la dejó viuda hace poco. Ignórase quién la llevó a la casa de la señora de Varela, aunque parece averiguado que entró a servir en ella con cédula falsa. Ignórase también cómo doña Luciana, tan suspicaz y medrosa, admitió en su casa a una mujer desconocida sin averiguar sus antecedentes. Alguien asegura, no sé con qué fundamento, que la desgraciada víctima conoció a la Balaguer en casa de Millán Astray, con cuya familia tenía amistad.
No habiéndose comprobado aún que Varela quebrantase la clausura penitenciaria, las diligencias del Juzgado se encaminan ahora, según parece, a esclarecer las relaciones de Higinia con otros individuos que figuran en el proceso, Evaristo Medero y Avelino Gallego, ambos detenidos e incomunicados. Estos son los amigos íntimos de José Varela, sus compañeros de francachelas, los que le ayudaban a gastar el dinero que, con amenazas, arrancaba a su madre aquel hijo desnaturalizado. Ambos son personas de malísimos antecedentes, familiarizados con las celdas de la cárcel, entregados a una vida licenciosa y criminal, y con mucha destreza para burlar a la policía y afrontar las vicisitudes de un proceso. También están presas dos o tres mujeres de mala vida, con quienes Varela y sus amigotes tenían trato frecuente.
* * *
Al llegar aquí, verificase un cambio completo y brusco en la instrucción del sumario, a semejanza de una mutación escénica en los dramas de muchos lances escritos con el único fin de mantener siempre despierta la atención y curiosidad del público. El Juzgado, después de emplear todos los medios para poner en claro la salida de Varela de la cárcel, después de tomar declaración a cuantas personas sostuvieron haberle visto, no halla bastante fundamento para evidenciar la evasión, y dirige sus medios de prueba a otro terreno. El señor Millán Astray es puesto en libertad, lo que significa para la generalidad del público la inocencia de Varela, al menos en cuanto al hecho material del crimen. «Si el director de la cárcel es declarado irresponsable, dicen, resulta que la clausura del preso no ha sido quebrantada, y en este caso el joven Varela no puede ser el asesino, puesto que en el día y noche del 1.º de julio estaba en su celda. Cae, pues, por su base la relación de Higinia Balaguer.»
No puede ocultarse que la opinión se ha excitado extraordinariamente al saber que Millán ha sido puesto en libertad. Y es que ha echado tales raíces en la conciencia pública la presunción vehemente de la culpabilidad del hijo, que es difícil tome nueva dirección del sentimiento popular. Algunos periódicos van más allá de lo que en este punto exigen la discreción y el respeto a la justicia, y suponen que el hijo de la víctima tiene altas protecciones y cuenta con la impunidad. Anuncian que el proceso será interminable y que nunca se sabrá la verdad. Siguen acusando a Varela y dando por cierta su salida de la cárcel, lo que ha motivado que muchos de sus redactores hayan sido llamados a declarar y algunos reducidos a la prisión. Lo peor de esto es la viciosa tendencia a mezclar la política con la justicia, achaque frecuente en la prensa, exigiendo responsabilidades a quien no las tiene.
En tanto el Juzgado dirige sus investigaciones a esclarecer las relaciones de Higinia Balaguer con uno de los procesados, Evaristo Medero, amigo íntimo de Varela. Bien examinada la tercera declaración de Higinia, o sea aquella en que acusó a Varela, se ve que hay en ella mucho de fantástica. Además, parece comprobado que el crimen no se cometió por la tarde, según la manifestación de la cómplice, sino de noche. En cuanto a las relaciones de la Balaguer con Medero, parece que eran amorosas y que llevan diez años de duración. Dícese que el Juzgado posee datos interesantísimos sobre este particular. Todas las miradas dirígense ahora a este grave punto, en el cual quizás aparezca la anhelada verdad. También parece que hay indicios de haberse efectuado un robo de consideración, el cual, lo mismo que el asesinato, revela la destreza de los criminales.
Ultimamente, el juez instructor ha tomado las medidas convenientes para que el secreto del sumario no sea comunicado a los periódicos, a fin de evitar que se den al público versiones alteradas e incompletas, extraviando la opinión y entorpeciendo la acción de la justicia. Es evidente que la excesiva publicidad que a este proceso se ha dado ha producido cierta confusión, causa tal vez de la ineficacia de las investigaciones. La prensa busca, en primer lugar, emociones con que saciar la voracidad de sus lectores; procura dar a éstos cada día noticias estupendas. En cuanto al auxilio que los periódicos y el público pueden prestar a la justicia, no hay duda que puede ser eficacísimo, siempre que las noticias sean ciertas, siempre que las personas que las suministran tengan el valor de sostenerlas ante el Juzgado. Esto de que la prensa dé cabida en sus columnas a insustanciales .charlas de café, presentándolas con la autoridad de cosa juzgada, nos parece deplorable, mayormente cuando viene a resultar que los que en un círculo de amigos hicieron determinada afirmación, a! ser llamados como testigos a ilustrar a la justicia, niegan cuanto dijeron.
Una de dos: o hablaron faltando a la verdad por fanfarronería y charlatanismo, o carecieron de valor cívico para sostener delante de un juez lo propalado privadamente.
Sea lo que quiera, aguardamos con impaciencia el desarrollo de este grave proceso en la nueva fase que ha tomado ahora. Hemos oído asegurar que el Juzgado tiene en su mano todos los hilos de la trama. Ojalá sea verdad, para que actos de tan espantosa depravación no queden impunes.
II
El sumario ha adelantado bastante desde que escribí la primera parte de esta crónica. Y por cierto que los juicios expresados en los últimos párrafos de ella exigen rectificaciones importantes. Dije que la justicia indagaba las relaciones de Higinia Balaguer con Evaristo Medero, creyendo encontrar en ellas la clave del delito. Públicamente se decía entonces que el autor del hecho material era uno de los amigos de Varela, en connivencia con la criada. Esta versión perdió terreno a los pocos días. Avelino Gallego es considerado inocente, y en cuanto a Medero, se cree que su participación en el crimen, si alguna tiene, es puramente moral. A punto de terminar las indagaciones sumariales, parece comprobado o casi comprobado que Higinia Balaguer es la única culpable en la perpetración material del asesinato, teniendo por cómplice, o más bien por encubridora, a Dolores Ávila, una de las mujeres presas. Lo que no ha podido encontrarse hasta hoy, al parecer, es el rastro del dinero robado, y la justicia no descansa hasta conseguirlo.
La declaración de Higinia acusando al hijo de la victima se considera contraria a la verdad con el fin de despistar a la justicia, de embrollar el asunto y de ganar tiempo, aunque no es unánime la opinión en este particular, pues algunas personas continúan inculpando a Varela. Sobre la cuestión previa de si éste salió o no salió de la cárcel, hay todavía algunas oscuridades, o al menos la opinión pública no está satisfecha ni menos convencida de que la reclusión fuera absoluta. Dícese que el Juzgado tiene prueba plena de que no salió el día del crimen; pero que no puede asegurar lo mismo respecto a los días que precedieron al 1.° de julio.
Algunos periódicos publicaron la cuarta declaración de Higinia, acusando a Medero; pero esta declaración era puramente fantástica.
Higinia se ratifica en lo que expuso contra Varela, si bien resulta una gran confusión en sus dichos y aún contradicciones manifiestas. Esta mujer, dotada de gran serenidad, contesta con la sonrisa en los labios a las preguntas del juez, y cuando se ve comprometida por la ambigüedad de sus respuestas, se encierra en discreto silencio. Su cómplice, Dolores Ávila, es mujer de malos antecedentes. Está probado que ambas se vieron y platicaron largamente el día 1.° de julio, no se sabe si antes o después del crimen. Pero se ignora en absoluto el paradero de las alhajas y dinero robado. La Ávila niega su participación en el crimen; pero no tiene la entereza de su compinche, y se espera que sus ulteriores declaraciones darán mucha luz.
El dictamen acusativo respecto al bulldog demuestra que a éste se le administró un narcótico o anestésico. Ya está completamente restablecido el noble animal, y es objeto de la curiosidad de todo Madrid. Persona hay que ha querido comprarlo, ofreciendo por él enorme cantidad. El juez ha encargado de su custodia a una tal Lola la Billetera, amiga de Varela, y hasta lo pasea por Madrid en medio de la estupefacción general. Varela continúa preso, aunque no incomunicado; dícese que confía en ser absuelto libremente, y hasta ha amenazado, según parece, con desafiar a los periodistas que han puesto en duda su inocencia. Se ha hecho notar como un dato moral elocuente que nadie va a visitarle durante su clausura, que al permitírsele la comunicación personal, persona alguna, con excepción de Lola la Billetera, se ha acercado a los locutorios con el fin humanitario de interrogarle por su salud, demostrarle amistad o interés. Es un ser que, después del trágico fin de su infeliz madre, ha quedado absolutamente aislado en la sociedad. Sus amigos le abandonan, mejor dicho, nadie quiere ser su amigo. Esto ha de influir necesariamente en su ánimo, haciéndole ver la tristísima situación a que le han traído sus vicios, pues si se le ha señalado como parricida débelo a sus perversos antecedentes. La misma Higinia ha demostrado, al acusarle, un gran conocimiento de ia sociedad y del corazón humano. De modo que si al fin el joven Varela logra probar su inocencia, es imposible que esta lección tremenda deje de influir en su conducta futura.
Los testimonios que diariamente se producen en pro y en contra de sus furtivas escapatorias de la cárcel son interesantísimos. Cierto que todas las personas que privadamente manifestaron haberle visto, no lo han sostenido delante del Juez o por miedo o por falta de convicción. Pero las afirmaciones de los empleados de la cárcel sosteniendo la imposibilidad de la salida tienen poca fuerza moral, y alguien sostiene que las declaraciones de los carceleros son recusables en rigor de derecho. Dícese que un sastre, llamado Nieto, ha sido la única persona que ha declarado haber visto al reo en los toros un día del mes de junio, añadiendo el detalle importante de haber reconocido la ropa, procedente de su establecimiento. Si esto es cierto, no hay duda que tal manifestación ha de pesar mucho en el proceso.
* * *
Continúa la prensa consagrada casi exclusivamente a esclarecer las oscuridades de este espantoso crimen. Pero hay que reconocer que los periódicos que con más calor han tomado este asunto, lejos de dar luz con sus reiteradas denuncias, lo que hacen es prolongar el sumario más de la cuenta y aumentar las tinieblas que envuelven los móviles del hecho.
El auxilio de la Prensa será eficacísimo si se contrae a allegar datos y elementos varios para el descubrimiento de la verdad. Pero me parece deplorable la campaña de algunos periódicos que han hecho una reconstitución arbitraria del crimen y a ella se atienen, no admitiendo nada desfavorable a su tesis, y acogiendo con demasiado calor cuantos rumores y denuncias anónimas pueden dar aparente fuerza al criterio que se han impuesto.
Para estos diarios, el asesino es Varela, y no hay quien les convenza de lo contrario. Persiguen con verdadera saña todos los indicios que perjudican al hijo de la infortunada viuda, y anotan prolijamente todos los vergonzosos antecedentes de su vida escandalosa. Otros periódicos, más sensatos, sin prejuzgar nada y fiando en que el Juez ha de presentar los hechos completamente esclarecidos, no tratan de ennegrecer la poco simpática figura del hijo de doña Luciana Borcino. Entre unos y otros órganos de la Prensa se cruzan frases bastante duras acusando éstos a aquéllos de que quieren disputar al verdugo su odioso papel.
¿Quién se equivoca? No lo sabemos.
Él error en estas materias no es tan grave cuando se exculpa al criminal como cuando se condena el inocente. Repugnante y horrible seria la figura de José Varela criminal, impune y libre de toda pena: la sociedad que tal consintiera sería una sociedad desquiciada. Pero imagínese a Varela inocente y condenado a muerte por una de esas irresistibles sugestiones de la opinión caldeada por la Prensa. Esto sería mucho peor que la impunidad.
Lo que resulta de todo esto es que conviene andar con mucho pulso en materias tan delicadas. La conciencia pública sufre lamentables extravíos, lo mismo que la conciencia privada. Sin confiar demasiado en la administración de justicia, que también suele padecer errores, debemos esperar que manifieste el resultado de sus trabajos; pero anticipar una sentencia cuando carecemos de datos para formularla, y sólo tenemos presunciones vagas de los hechos comprobados por el sumario, es peligroso sistema que podría traer deplorables consecuencias. El Juez que entiende en esta causa y que se consagra a ella con actividad febril, es persona de cuya rectitud no podemos dudar. Dícese ha reconstituido el crimen y que sus conclusiones esclarecen este asunto tenebroso. Ya habría dado por concluido el sumario, si las diarias denuncias de algunos periódicos no exigieran el llamamiento de nuevos testigos y la adición de nuevas piezas al ya voluminoso proceso. De una manera o de otra, pronto hemos de ver terminada la instrucción, y cuando la causa pase al juicio oral, la verdad resplandecerá limpia de toda duda. Por cierto que este juicio oral será de tal modo interesante y dramático, que por penetrar en la sala de audiencia darían algunos cantidades fabulosas si se pagasen los asientos.
A medida que escribo, van cundiendo noticias que modifican opiniones expresadas poco ha. En los primeros días se creyó que Varela salía de la cárcel; después perdió terreno esta idea, en virtud del resultado de las indagaciones. Pero últimamente, y mientras escribo la presente, prevalece de nuevo la idea de las evasiones del hijo de doña Luciana. Si no está probado plenamente, hay indicios vehementísimos de ello. Estos indicios se refieren a los días 20 ó 22 de junio. Independientemente del crimen del 1.° de julio y de la participación que Varela pudiera tener en él, moral o materialmente, el hecho de sus escapadas de la cárcel es gravísimo, y aun cuando se considere que solo sufría prisión correccional, están muy comprometidos los funcionarios encargados de la custodia de aquel vasto edificio. Ya vuelve a decirse que al señor Millán Astray se le formará expediente y que será suspendido en las funciones que desempeña en el cuerpo penitenciario.
Y para agravar su situación, aparecen en la prensa de Madrid y provincias comunicados denunciando abusos cometidos en el penal de Zaragoza cuando el señor Millán Astray lo dirigía. Cierto que hay que oír a ambas partes, antes de sentenciar en asuntos tan delicados. El aludido se defenderá y se defenderá bien. Pero de todo ello se desprende que nuestro régimen carcelario no es un modelo, que está lleno de vicios, y pidiendo a voz en grito una mano enérgica que lo reforme radicalmente.
En este punto se inicia la aparición de un nuevo personaje, que parece llamado a desempeñar papel importantísimo en este sangriento drama. Es un sueto desconocido, un alguien, una X, que el Juez y la opinión repetían sin tener noticias de él. Así como el astrónomo Le Verrier descubrió el planeta Neptuno sin verle, por el puro cálculo y estudiando las desviaciones de las órbitas de los demás planetas, así el Juez que en esta causa entiende debió presentir la existencia de un factor importante, que no figuraba entre los primeramente detenidos. Lo que era simple presunción o sospecha, parece que va hoy en camino de la certeza. Existe una personalidad, un elemento nuevo. En el estudio del mecanismo, digámoslo así, del crimen, se advirtió que faltaba una fuerza, sin la cual el equilibrio lógico no podía sustentarse. Era preciso descubrir esa fuerza, y a esto se han dirigido con actividad los trabajos de la justicia.
Parece que al fin se ha comprobado la complicidad de este personaje hasta hoy anónimo, al menos para el público, pues si el Juez conoce su nombre, lo recata cuidadosamente de la insaciable curiosidad de los periodistas. Dícese que pocos días antes del crimen, doña Luciana retiró del Banco una fuerte suma con objeto de emplearla en un negocio; que arrepentida después o no creyendo el negocio seguro, guardó dicha suma en billetes. ¿Es esta la cantidad que llevaba en el seno? ¿Es este el grueso paquete de billetes de Banco que, según Higinia, le fué arrebatada a la víctima por el asesino? ¿Qué negocio era ese en que doña Luciana pensó tener participación? ¿Quién lo dirigía? Háblase de la detención de alguna persona que tuvo conocimiento del caudal extraído del Banco por la víctima y guardado después imprudentemente durante muchos días. Cierto que no pueden recaer sospechas sobre individuos respetables que tuvieron noticia de la imprevisión de doña Luciana y le aconsejaron devolviera la cantidad a las cajas del Banco. Las indagaciones se dirigen contra algún sujeto que parece la instó reiteradamente para que le hiciera depositario de aquella suma sin conseguir su asentimiento. Las últimas noticias son que el Juzgado ha descubierto el rastro de esta persona, no sé si en Madrid o en provincias. Hay quien asegura que está ya detenida. Pero su nombre se ignora. Difícil me parece que sabiéndolo el Juzgado lo desconozca la prensa, pues la diligencia de los periodistas para cazar noticias es febril. Algunos han dado a conocer cualidades tan relevantes de astucia policial, que si la justicia les utilizara en averiguación de los hechos oscuros, obtendría mejor resultado que con los actuales delegados.
En cuanto se indica que tal o cual persona va a ser interrogada por el Juez, los periodistas buscan su domicilio, le encuentran, se encaran con la persona, la acosan a preguntas y no vuelven a la redacción sin un caudal más o menos auténtico de noticias. Al propio tiempo, estos mismos reporters espían los pasos del Juez, le siguen en coche al través de las calles, atisban las casas donde entra, con quién habla, el restaurant donde come, y examinan, en fin, la cara que tiene, deduciendo de su expresión regocijada o meditabunda el estado de su ánimo, y por éste juzgando de la buena o mala marcha del sumario.
En resumen, la última apreciación con visos de exactitud que puede darse hoy por hoy, es que son autores materiales del crimen Higinia Balaguer y Dolores Avila, e instigador y encubridor el personaje anónimo de quien hablo más arriba. En el día presente la culpabilidad de Varela es admitida por muy pocas personas, aunque parte de la prensa continúa cultivando, digámoslo así, esta versión.
Pero si la idea de su culpabilidad ha perdido terreno, en cambio lo gana la del quebrantamiento de reclusión. Que Varela salía de la cárcel, parece cosa averiguada; mas la circunstancia de haberse mostrado en cafés, tabernas y aun en la plaza de toros de una manera descarada, hace suponer que no tuvo participación en el crimen, al menos material. Pero el argumento principal con que exculpan a Varela los que no creen en el tremendo parricidio, es el siguiente: Toda la fortuna de doña Luciana era de su hijo, el cual, antes de dos años, cuando entrase en la mayor edad, había de entrar en posesión de ella. No se comprende que por adelantar algún tiempo la posesión del pingüe caudal, se cometa un crimen tan espantoso, con premeditación y otras circunstancias horribles, exponiéndose a perderlo todo, incluso la vida.
Pero es lo cierto que a medida que se allegan nuevos datos, parece que aumentan las oscuridades que envuelven esta famosa causa. Las investigaciones más recientes permiten asegurar que está casi plenamente probado el quebrantamiento de condena. Cada día aparecen nuevos testimonios de este delito que compromete, no solo al que era director interino de la cárcel, sino a una gran parte de sus empleados. Que Varela figuró en una bronca a mediados de mayo en la pradera de San Isidro, es cosa que ya no puede dudarse, en vista de las declaraciones que lo atestiguan. Han depuesto en este sentido diferentes personas. También se le vió en los toros en la segunda quincena de junio. De lo que no hay pruebas, es de que saliera el 1.° de julio. Pero tenga o no responsabilidad en el asesinato de doña Luciana, el solo hecho de romper su clausura es tan grave como el crimen mismo, más grave quizás, porque implica una perturbación social de grandísima trascendencia, si no se pone mano en ella. Si el Estado que se encarga de custodiar a los criminales, no alcanza a dar a la sociedad esta garantía, todo el organismo de la justicia penal cae por su base. Háblase ya otra vez de que el señor Millán Astray será preso nuevamente y que varios empleados de la cárcel serán sometidos a un proceso.
Al propio tiempo dícese que en la cárcel de mujeres, edificio destartalado, sin condiciones de seguridad, la incomunicación de las presas no es absoluta. Sospéchase que Higinia Balaguer recibe desde fuera de la prisión noticias del estado del proceso, y que a ellas obedece la estudiada confusión de sus últimas declaraciones. Dícese también que la persona que se busca, ese factor aun anónimo, esa fuerza comprobada, pero cuya personalidad es aun desconocida, es el último amante de Higinia, y pierde terreno la idea de que fuera hombre de negocios, consejero de doña Luciana en el empleo que ésta debía de dar a su dinero. El tal personaje es el depositario de la cantidad robada. ¿Pero en dónde está? Tan pronto se dice que ha sido preso en Vigo o en la Coruña, como se le da por residente en Madrid. Alguien, no obstante, duda de la existencia de tal personaje. El secreto que guardan los encargados de la sumaria es causa de que se forjen novelas dignas de la fantasía de Ponson du Terrail o de Montepío.
III
Hace unos días tomó cuerpo la creencia de la culpabilidad de Varela, cuyas salidas de la cárcel parecían probadas, aun en el día mismo del crimen. No he visto,nunca mayor excitación en Madrid por un asunto de esta naturaleza. Por las noches, un gentío inmenso aguarda la salida de los periódicos en las inmediaciones de las oficinas de éstos. No se habla de otra cosa en círculos y cafés. La prensa consagra al proceso la mayor parte de sus columnas, y no puede negarse que ha prestado alguna ayuda a la justicia.
Lo más importante que debe consignarse es que no resulta nada contra el amante de Higinia, que es aquel personaje misterioso a quien se buscaba y que al fin pareció en Oviedo. Fernando Blanco, que así se llama el tal, ha probado que no se hallaba en Madrid el día del crimen. Sus declaraciones comprometen gravemente a Higinia, pues ésta le manifestó en mayo o junio sus proyectos de un arriesgado negocio que le produciría bastante dinero.
Pero el suceso de más sensación es el testimonio de un empleado de la cárcel llamado Ramos, el cual manifiesta que Varela salió el 1.° de julio con consentimiento del director de la cárcel, señor Millán Astray, y añade haber oído de labios del mismo Varela el relato del crimen. Muchos consideran falso o exagerado este testimonio, y otros lo dan como artículo de fe. Examinada imparcialmente la manifestación de Ramos, no puede negarse su inverosimilitud. Según este individuo, Varela entró en la cárcel borracho en la madrugada del día 2 de julio. De buenas a primeras, refiere a otros presos el asesinato de su madre, perpetrado por él mismo, con ayuda de sus amigos, y con circunstancias tan atroces y repugnantes que no parecen caber dentro de los límites de lo posible. Además la relación atribuida por Ramos al desnaturalizado hijo, está en contradicción manifiesta con lo declarado por Higinia Balaguer al acusar al hijo de la víctima.
Se generaliza bastante la creencia de que Higinia y Dolores Avila fueron únicas autoras del crimen. No se concibe, en efecto, que si consumó el atroz delito un hombre avezado a estos horrores, dejara viva a la criada. Ni es creíble que ésta, si no estaba en connivencia con el asesino, presenciara con tanta tranquilidad la escena, saliese a la calle en busca del petróleo y volviese a la casa sin temor de que el autor de la muerte de doña Luciana matase también a la criada para hacer desaparecer el único testigo presencial del caso. La relación de la Balaguer, así como la que Ramos atribuye al propio Varela, tienen todas las apariencias de cosa fantástica y mal compuesta para salir del paso.
¿Pero qué motivos pueden haber inducido a Ramos para inventar semejante historia? Esto no se lo explica nadie; este es otro de los misterios que envuelven al horroroso crimen. La complicación personal del director de la cárcel en este asunto le da los más dramáticos caracteres. La manifestación de Ramos es considerada por algunos como un arma que dirigen contra Millán Astray sus enemigos. La rivalidad entre el último director de la cárcel y su predecesor, parece que es una de las principales fuerzas que secretamente actúan en la doble instrucción del proceso, la instrucción judicial y la de la prensa. Convendría que se depurase «este punto, averiguando si las declaraciones de los empleados de la cárcel son sugeridas o no por alguna entidad desconocida que desee salvar o se proponga perder a toda costa al señor Millán Astray, quien se halla en las prisiones militares y cuya situación es bastante comprometida. Levantada la incomunicación a todos les presos, los periodistas se han apresurado a departir con ellos, interrogándoles con febril ardor. Todos los periódicos traen extensos coloquios con Higinia, Varela y Millán Astray, en los cuales cada uno de los procesados se mantiene en la posición en que parece presentarle el sumario. La criada repite ante los periodistas su cuarta declaración, añadiéndole algunos pormenores, y Millán Astray protesta de su inocencia, dando a entender que es victima de maquinación infame.
Por fin, el Juez da por terminado el sumario y lo eleva a la Audiencia. Aún no lo conocemos; pero por las referencias que del voluminoso escrito se hacen, parece que no resulta nada contra Medero, Lossa y Gallego. Quedan presos, a disposición de la Audiencia, la Balaguer, Dolores Avila, Varela y Millán Astray. En cuanto a las dos primeras, no cabe duda de su participación en el crimen; sobre el hijo de la víctima recaen vehementes sospechas de complicidad moral o material; pero con respecto a Millán, no sabemos si su culpabilidad se relaciona con el crimen o está simplemente circunscrita al caso de infidencia por el levantamiento de condena.
El interés que esta célebre causa despierta en el público de Madrid y de toda España, lejos de enfriarse aumenta y se acalora de día en día. Nadie habla de otra cosa. Desearíamos todos que la luz se hiciese y que desaparecieran todas las sombras que envuelven el sangriento suceso. Pero las sombras no se disipan y hemos llegado al fin del sumario después de cuarenta días de indagaciones v aún no podemos fundar nuestro juicio en nada sólido. Todo se vuelve conjeturas más o menos razonables, cálculos y estudios psicológicos de los personajes del drama, sin llegar nunca a desentrañar el argumento.
* * *
Terminado el sumario, produce cierta excitación el hecho de ser puestos en libertad Medero, Lossa y Gallego, quedando presos y sujetos a las resultas del proceso Higinia, Dolores Avila, José Vázquez, Varela y Millán Astray. Contra los primeros parece no resultar nada fundado. Respecto a los segundos, no se ha puesto en claro la culpabilidad de algunos, pero tampoco está demostrada su inocencia.
Apenas levantada la incomunicación de los cuatro procesados, apresúranse los periodistas a conferenciar con los presos, siendo Higinia la que con más afabilidad se presta a contestar a cuantas preguntas se le hacen y a referir pormenores del crimen en que tomó parte. Esta singular mujer no abandona un momento su sonrisa complaciente y bondadosa, su serena actitud y la expresión de conformidad que en otros caracteres son señales de una conciencia tranquila. En ella es quizá el arte del disimulo llevado a sus mayores refinamientos.
Lo más digno de notarse, después de la terminación del sumario, ha sido el propósito de ejercer la
acción pública que el Código autoriza. Los periódicos que desde la perpretación del crimen vienen trabajando con más o menos éxito por su esclarecimiento son los que toman la iniciativa en este asunto. La asociación de todos los periódicos para este fin no ha sido completa, ni el propósito de ellos unánime, pues algunos diarios, entre ellos dos o tres de mucha circulación, dejaron de asistir a la reunión preparatoria con tal motivo celebrada en la redacción de El Liberal. Verdaderamente, las personas que juzgaron este asunto con imparcialidad, no se explican el ejercicio de la acción pública. Antes del establecimiento del juicio oral, la eficacia de dicha acción habría sido quizá notoria en determinados asuntos. Pero la vista pública y oral excluye de una manera absoluta todo amaño que intentarse pudiera. Por mucha que sea la desconfianza tradicional de la imparcialidad de los Tribunales, no es posible que esa desconfianza persista ante el procedimiento que hoy se emplea para el esclarecimiento de los hechos. Al juicio han de ir los cuatro procesados con sus respectivos letrados, los cuales, en defensa de los contrapuestos intereses que representan, han de buscar la verdad. El debate contradictorio que las cuatro partes, el fiscal y el acusador privado han de entablar sobre los hechos conocidos; los testimonios de innumerables testigos de cargo y descargo tienen que producir la luz al cabo, y es dudoso que el representante de la acción pública, por grande que sea su habilidad, consiga más de lo que el mecanismo del juicio oral ha de dar por sí.
Lo peor en este asunto es que se ha querido darle carácter político, por más que lo nieguen reiteradamente los iniciados de la acción popular. Se trata de hacer atmósfera en contra de la justicia que han dado en llamar historia, de motejarla y rebajar su prestigio, considerando que el descrédito de la justicia ha de traer el de todos los altos poderes del Estado. Los defectos que indudablemente tiene aún el procedimiento judicial no se corrigen inculcando en el pueblo la idea de que la propiedad, la vida y el honor de los ciudadanos están a merced de una curia viciada y perezosa, que no persigue a los criminales y a veces los ampara.
En la primera reunión de la Prensa se ofreció la representación de la acción pública a uno de los más ilustres letrados de España, don Francisco Silvela. Como éste es además importantísimo personaje del partido conservador, lugarteniente del señor Cánovas del Castillo, la simple designación de letrado implicaba ya una tendencia política. El señor Silvela aceptó con júbilo, pero como indicara que deseaba consultar con su jefe, bastó esta insinuación para que los periódicos le retirasen su representación. Los conservadores simpatizaban, pues, con el movimiento un tanto anárquico de la Prensa criminalista y han dejado entrever que habrían coadyuvado a la campaña, si los hubieran dejado, error grande que purgarán en su día. El estado de la cuestión nos es por demás confuso. Eliminado el señor Silvela, y habiéndose clareado que en el fondo del asunto no hay más que una coalición más o menos bien encubierta contra el partido liberal, es dudoso que se encargue de sostener la acción popular un abogado de nota. Casi todos los que se pueden clasificar en primera línea son políticos, diputados o senadores y más o menos ligados con los partidos en pugna. Lo más probable es que el plan de la Prensa fracase, primero, por la no cooperación de diarios muy importantes; segundo, por la facilidad con que el asunto se convierte en político, contra la voluntad quizá de sus iniciadores.
A medida que el tiempo pasa, se va conociendo que el papel de la prensa en este célebre proceso es muy discutible. Cierto que los periódicos prestaron ayuda eficaz en la indagatoria referente al quebrantamiento de condena, pero las versiones fantásticas que del sumario publicaban, las reseñas de casos y declaraciones puramente novelescas, lejos de aclarar el sumario judicial, lo han oscurecido y prolongado más de lo necesario. El descubrimiento de la verdad es asunto que afecta al honor y a la vida de las personas y aún siendo estos presuntos criminales, no es cosa que se puede conducir con la impaciencia y el ardor insano que la prensa pone comúnmente en los asuntos que excitan a la opinión. En vez de ser ésta la inspiradora de la prensa, era por ella inspirada y guiada a determinadas conclusiones. La justicia histórica no puede proceder de esta manera, y hace muy bien. Tiene que despojarse de toda pasión y examinar fríamente los hechos. La prensa, por el contrario, obligada cada día a sostener y apacentar la curiosidad del público, no puede ejercer de fiscal ni menos de Juez en asuntos criminales sin exponerse a cometer grandes e irreparables injusticias. Bueno que trabajen en aquilatar los hechos, en depurarlos y en la investigación de pormenores que arrojen luz sobre ellos; pero reservando la facultad de sentenciar a quien tiene de la sociedad el encargo de hacerlo.
* * *
Pasado el verano, y cuando ya se habían enfriado los ánimos y esperábamos el completo esclarecimiento del enigma en el juicio oral, una nueva declaración de Higinia Balaguer devuelve a este olvidado drama todo su interés.
La célebre criada de la infeliz doña Luciana Borcino, se ha declarado única autora del crimen, motrándose arrepentida y exculpando sin género alguno de atenuación al hijo de la victima y a los demás sobre quienes caían sospechas de complicidad. Ya antes de esta declaración, había ganado mucho terreno la idea de que Higinia era la única culpable.
Son ya muy pocas las personas que persisten en acusar a Varela.
Después de la manifestación de la criada, casi no hay nadie que crea en el horrible parricidio. Esto no quiere decir que se dé completo crédito a lo dicho últimamente por aquella diabólica mujer, y cuesta en efecto trabajo creer que ella sola consumara tan atroz tragedia. Queda, pues, en opinión de muchos, parte del enigma por aclarar, y el vélo que lo encubre no se ha descorrido por entero todavía. Lo que robustece esta sospecha es que Higinia declara haber procedido por arrebato y en defensa propia, en cuyo caso no hubo premeditación, y como en el sumario constan una porción de hechos que corroboran la premeditación, algunos suponen que la criminal ha dado esta nueva declaración para embrollar y despistar más a la justicia.
El abogado defensor de esta mujer presentó un escrito en la Sala haciendo constar las últimas manifestaciones de la procesada.
Pero al propio tiempo publicó un periódico la interview celebrada por uno de sus redactores con Higinia, y de la cual parece que ésta no hizo tal declaración y que obedeció a sugestiones de un abogado para tener un buen terreno en que apoyar la defensa. A consecuencia de esto el letrado señor Galiana ha demandado por injuria y calumnia al periódico, el cual dejando a salvo la consecuencia del defensor de Higinia, sostuvo en el juicio de conciliación sus afirmaciones.
Tal es el estado de la cuestión. Gana terreno la idea de la no complicidad de Varela; se cree que Higinia es autora del asesinato; pero son pocos los que entienden que pudo consumarlo sin ayuda de algún criminal de cuenta. El juicio oral, que según dicen, se celebrará en el mes próximo, lo aclarará todo, seguramente.
31 de marzo de 1889
IV
El juicio oral del crimen tristemente célebre de la calle de Fuencarral, sigue despertando enorme interés. He asistido a las cuatro vistas celebradas y pienso asistir a las restantes. El espectáculo del tribunal, el desarrollo de la causa son por todo extremo interesantes. Las enseñanzas que de ella se desprenden, grandes y provechosas. La aparición lenta de la verdad, en medio de tantas declaraciones contradictorias, y tras los embustes manifestados por los criminales, produce en el espíritu del oyente un placer saludable que le desquita del sufrimiento causado por el desfile de tantos horrores. Creo que la luz completa se hará en este misterioso crimen, y que sabremos pronto toda la verdad. A medida que el juicio avanza, gana terreno la convicción moral de que el crimen no tiene las proporciones extraordinariamente dramáticas que le dió en aquellos días la exaltada imaginación popular. Destácase en primer término en este hecho sangriento la figura de Higinia Balaguer, autora material del asesinato, según confesión propia, y de esta figura principalísima quiero trazar un breve retrato.
Si moralmente es Higinia un tipo extraño y monstruoso, en lo físico no lo es menos. Creen los que no la han visto que es una mujer corpulenta y forzuda, de tipo ordinario y basto.
No hay nada de esto: es de complexión delicada, estatura airosa, tez finísima, manos bonitas, pies pequeños, color blanco pálido, pelo negro. Su semblante es digno del mayor estudio. De frente recuerda la expresión fríamente estupefacta de las máscaras griegas que representan la tragedia. El perfil resulta siniestro, pues siendo los ojos hermosos, la nariz perfecta con el corte ideal de la estatuaria clásica, el desarrollo excesivo de la mandíbula inferior destruye el buen efecto de las demás facciones. La rente es pequeña y abovedada, la cabeza de admirable configuración. Vista de perfil y aun de frente, resulta repulsiva. La boca pequeña y fruncida, que al cerrarse parece oprimida por la elevación de la quijada, no tiene ninguna de las gracias propias del bello sexo. Estas gracias hállanse en la cabeza de configuración perfecta, en las sienes y el entrecejo, en los parietales mal cubiertos por delicados rizos negros. El frontal corresponde por su desarrollo a la mandíbula inferior y los ojos hundidos, negros, vivísimos cuando observa atenta, dormilones cuando está distraída, tienen algo del mirar del ave de rapiña.
En los días de la vista, Higinia, a causa de una afección catarral, está completamente afónica, de modo que no podemos apreciar el timbre de su voz. Lo que sí hemos podido conocer, y ¿por qué no decirlo? admirar, es su serenidad ante el tribunal que ha de juzgarla.
Esta mujer, de ánimo fuerte, que en el curso del sumario prestó tres o cuatro declaraciones distintas, ha hecho en el juicio oral una enteramente contraria a las demás, confesándose única autora del crimen, sin premeditación, ofuscada por los insultos que su ama le dirigía. No vacila un momento en lo que dice: lleva muy estudiado su papel, contesta con extraordinaria seguridad a las preguntas, cuya intención penetra al instante; no se turba jamás; todo lo prevé y a todos los argumentos tiene un argumento que oponer; sabe manifestar aflicción cuando la aflicción le conviene, y la frialdad cuando ésta es útil a su defensa. Se expresa con exactitud de frase, impropia de su condición social, pues debe advertirse, para que se juzgue de su educación, que no sabe leer ni escribir.
Dolores Avila, que, según todos los indicios resulta cómplice y encubridora del delito, aunque no
tuvo en él intervención material, difiere mucho de la principal procesada. Su figura es de las más vulgares, y su condición moral y física la coloca en las capas más bajas y más degradadas de la sociedad.
Varela, hijo de la víctima, es un joven de rostro poco simpático, en el cual se destacan los labios enormes, indicando un desmedido desarrollo de los apetitos y ansiedades materiales.
Se expresa en las declaraciones con bastante soltura, demostrando más inteligencia y mejor educación de la que se le ha atribuido antes de conocerle.
La cuestión batallona, la que da a este proceso inmenso interés, diferenciándolo de los crímenes más horribles, es ésta: «¿Tuvo alguna participación moral o material el hijo en el asesinato de la madre?» He asistido a cuatro sesiones del juicio oral, he oído las declaraciones de los procesados, los informes de los peritos, y las disposiciones de innumerables testigos, y de todo lo escuchado allí saco la impresión de que el hijo es inocente, pruébese o no se pruebe su salida de la cárcel, donde estaba preso. No afirmaré de una manera absoluta su inocencia, ni es posible afirmarla, mientras el juicio no concluya, y aún hay centenares de testigos que no han declarado: pero la misma impresión que he expuesto, la sienten cuantos asisten a la vista, con raras excepciones. Con los elementos que hasta ahora aparecen, con la luz que las declaraciones verdaderas o falsas arrojan sobre tanta oscuridad, reconstruimos la realidad del crimen, y éste se nos aparece como uno de los más vulgares. La infeliz señora de Varela fué asesinada por su sirvienta. El móvil fué el robo. Higinia cometió el crimen sola, con la ayuda puramente moral de Dolores Avila.
Las sospechas recaídas sobre el hijo se fundan en los malísimos antecedentes de éste, en ciertas irregularidades de la sumaria, en la excitación de la opinión pública y en una coincidencia fatal de extrañas circunstancias. Pronto sabremos si se confirma o no se confirma la versión apuntada más arriba. Hasta ahora, por el curso de la prueba, no existe más que una convicción moral, sin bastante fundamento para formular sentencia. Quizás la muchedumbre de testigos, la extraordinaria amplitud que se ha dado al sumario introduciendo en él elementos de prueba, que más bien oscurecen que aclaran el asunto, son causa de que no pueda demostrarse la premeditación y el robo. Pero aún ha de durar el juicio lo menos quince días, y es fácil que aparezcan testimonios menos oscuros y contradictorios.
En tanto es curiosísimo ver desfilar ante el Tribunal testigos pertenecientes a las distintas clases sociales, señores decentes y presidiarios, mujeres de mala vida, vagos de profesión, mozos de café, empleados de ambas cárceles. El aspecto de la sala es imponente, y desde muy temprano se agolpa a las puertas del Palacio de Justicia un público ansioso de presenciar la vista. Pero aunque la sala es grande, son relativamente pocos los que logran penetrar en ella.
Damas elegantes ocupan las primeras filas, y no vacilan en soportar los estrujones y el calor por ver de cerca la cara de la tremenda Higinia, oír su voz empañada y admirar la soltura de su mímica, digna de una consumada actriz. Las emociones del juicio interesan a las damas tanto como una buena ópera bien cantada.
Hay otro público, el propiamente popular, que presta febril atención al juicio. Gentes hay que se estacionan desde las primeras horas de la mañana a la puerta de la sala, formando cola, para conseguir un puesto, y se lo ganan con la larga espera, y lo defienden luego como si de cosa mayor se tratase. Cuando constituido el Tribunal, sentados en sus respectivos sitios el fiscal, los defensores de cada uno de los procesados, los de la acción privada y de la acción popular y manda el Presidente abrir la puerta del público, éste se precipita en la sala como una cascada, con ímpetu formidable, ansioso, brutal. Durante la vista expresa sus impresiones con tanta franqueza que el Presidente se ve en el caso de llamarlo al orden, imponiéndole el silencio y la compostura que exige el lugar.
Toda la Prensa asiste al acto, disponiendo de comodidades para hacer los extractos, que el público devora por la noche y a la mañana siguiente, pues el interés de este proceso no ha disminuido en los ocho meses transcurridos y se halla tan vivo como en los días que siguieron a la perpetración del crimen.
19 de abril de 1889
V
No se presenta fácilmente en la historia criminal un caso tan complejo como éste; quizás la oscuridad que reina en el proceso consiste en haberse dedicado tantas y tantas personas al descubrimiento de los criminales; quizás la multitud de pistas que se han seguido son causa de que no hayamos encontrado aún la verdad completa.
Pero algunos creen que estamos ya en la verdadera pista y que la verdad ha de lucir pronto.
En la sesión del juicio oral del día 4, Higinia Balaguer hizo una nueva declaración, que destruía todas las anteriores. El estupor que esto produjo en el Tribunal y en el público fué extraordinario. La célebre criminal se expresó con perfecto aplomo y todas las apariencias de la sinceridad. ¿Quién mató a doña Luciana Borcino? Pues según la nueva manifestación de Higinia, ésta y Dolores Avila fueron únicas autoras del crimen, con el fin de robar a la desgraciada señora de Vázquez Varela. Entre las dos concertaron el hecho y lo consumaron sin auxilio de varón, con cautela y saña, impropias del ánimo femenil, tomando, para la preparación, así como para despistar a la justicia, precauciones que denotan la experiencia y el instinto de la criminalidad.
Primera consecuencia de la declaración de Higinia fué un careo entre ésta y Dolores, que resultó la escena más dramática que he presenciado en mi vida. Las que pocos días antes aparecían juntas en el banco de los acusados, las que anteriormente se apoyaban y sostenían recíprocamente, expresándose siempre de perfecto acuerdo, revelaron, puestas frente a frente, la inmensidad del odio que las separa. De seguro que si se les permite venir a las manos en aquel instante, no quedan ni los rabos, según la gráfica frase del cuento andaluz. Higinia es nerviosa, delgada y de buena estatura; viva de genio, fácil de palabra; Dolores es biliosa, pequeña de cuerpo, grosera y desfachatada. Higinia confirmó su acusación con frase entera y enfática; Dolores negó todo resueltamente; ambas estuvieron firmes y arrogantes. En el público quedó la convicción de que Higinia había dicho la verdad; pero no toda la verdad.
Porque el público no admite que un crimen tan atrevidamente perpetrado en pleno día y con circunstancias tan aterradoras, sea obra exclusivamente de manos femeninas. La idea de que «hay pantalones» se aferra a la mente del público, y no hay manera de desecharla lógicamente.
Salvo las personas que todavía sostienen la culpabilidad de Varela, el público da crédito a la declaración de Higinia, aunque con bastante desconfianza, por haber mentido ya seis o siete veces la procesada en el curso del sumario. Hay ahora, no obstante, una razón que garantiza hasta cierto punto la verdad de lo últimamente declarado, y es que Higinia, diciendo lo que ha dicho e inculpándose como se ha inculpado, ha subido las gradas del cadalso. Pruébese o no se pruebe la culpabilidad de Dolores Avila, Higinia no tiene ya salvación ante la ley. Se comprende que los criminales mientan para librarse del castigo; pero no es verosímil que mientan para echarse en brazos del verdugo.
Queda la gran duda. ¿Hubo hombres o no hubo hombres en el acto tremendo del 1.° de julio? La mayoría del público se inclina a creer que sí, y que Higinia no los quiere revelar. La mujer más criminal y empedernida es capaz de inmolarse sola antes que delatar al hombre que ama. La presencia de esos misteriosos hombres es corroborada por la declaración de una criada de la casa de enfrente, que, según dijo en el juicio, vió a Higinia hacer señas desde el balcón a «dos hombres». Higinia lo niega. La seña fué hecha a Dolores Avila, que estaba en la calle y en la acera de enfrente.
¿No podía alucinarse la criada? Aquí de las conjeturas, de las discusiones y de los quebraderos de cabeza para averiguar si los hombres aquellos fueron alucinación de Gregoria Parejo, que así se llama la criada en cuestión, o si tienen existencia real y la procesada quiere a todo trance salvar de la última pena a tan respetables personas.
Apretada luego Higinia por su abogado y por el juez, amplió su declaración, señalando la intervención de criminales del sexo masculino. Pero éstos no tomaron parte en el crimen. La Dolores les pío- puso el «negocio» y no lo quisieron aceptar. Se suspende el juicio oral y comienza la sumaria indagatoria para comprobar la declaración de la Balaguer. Al principio surgen dudas y se entablan en la prensa vivísimas discusiones sobre si es verdadera o falsa la pista que ahora se trata de seguir.
La comprobación se tunda en las propuestas que parece hizo Dolores a varios ladrones de profesión y en la relación de Higinia respecto a lo que hicieron ambas criminales después de cometido el crimen en la tarde del 1.° de julio.
Según la declarante, fueron a cambiar un billete de mil pesetas (de los robados a doña Luciana) a una casa de cambio muy conocida; después comieron en un restaurante popular que se llama el «Sótano H»; luego compraron bollos, y, por fin, tomaron un coche simón y se fueron a dar un paseíto por la Castellana y el Hipódromo.
Antes, y esto es muy esencial, depositaron el dinero robado en una casa que alquilaron para el caso, y cuyas llaves les entregó el portero después de cobrar el importe de dos mensualidades.
Pues la comprobación abrazó, como he dicho, estos extremos. Gentío inmenso seguía a Higinia y al Juzgado cuando la llevaron a reconocer la casa de cambio, el «Sótano H» y la bollería. Sin la custodia de la Guardia civil, la famosa criminal habría recibido más de un arañazo de la irritada muchedumbre. Hay mucha gente que no ve en esta desdichada Higinia sino una gran embustera, una consumada histrionisa, que antes acusó a Varela y Millán Astray y ahora los exculpa, para arrojar toda la infamia del crimen sobre Dolores Avila. Hay quien cree a ésta inocente, y por esto los trámites de la comprobación han sido seguidos con tan vivo interés por el público. No falta quien califique de farsa la declaración afirmativa de los porteros de la casa alquilada para ocultar el robo, y la de los ladrones que confirman la proposición hecha por Dolores, y aun la del cochero que condujo a las dos mujeres al Hipódromo. Pero, al fin, en el ánimo de la mayoría del público ha ido ganando terreno la formalidad de la indagatoria, y la opinión hoy da por cierta la revelación de Higinia, si bien se inclina a creer que hay algo todavía que la astuta criminal se guarda para mejor ocasión.
A pesar de lo que se ha adelantado estos últimos días en la prueba, parte de la opinión continúa preguntando: «Pero, esos hombres, ¿dónde están?» Higinia jura y perjura que «ellas dos solas» mataron a la señora. Resulta ella, de su propia declaración, menos culpable que la otra, pues cedió a sus amenazas y no hizo más que sujetar a la víctima por el cuello mientras la otra le metía en la boca un pañuelo con nudos. Cuenta que Dolores la hirió con una navaja, rematándola brevemente. Cuenta además que, sintiendo horror y repugnancia ante tamaña atrocidad, se retiró a la cocina, y que al volver a la sala vió a Dolores sentada con un gran bolso en la falda, del cual sacaba billetes y monedas de oro. Dice ignorar de dónde sacó Dolores el dinero; no sabe si la víctima lo llevaba en el seno. Una de las cosas que el público no comprende fácilmente es cómo Higinia, una vez en la calle y después de dar el paseo en coche por el Hipódromo, tuvo alma y valor para volver a la casa del crimen, para soportar la vista del cadáver de su señora, para pegarle fuego después de haberle rociado con petróleo, para echar el cerrojo y acostarse después.
Pero ella explica esta serie de actos por la sugestión de Dolores, quien durante el paseo en coche la convenció, no sin trabajo, de que la mejor manera de borrar las huellas del crimen era incendiar el cadáver, y de que volviendo a la casa, y destruidas por el fuego las señales de las heridas en el cuerpo de doña Luciana, y acostándose luego, y haciendo el papel de que se quemaba la casa, no recaerían en ella sospechas. Verosímil es, sin duda, esta obcecación de los criminales y la facilidad con que se forjan ilusiones respecto a los medios de engañar a la justicia; pero aún así, no es extraño que subsistan dudas acerca de extremos tan importantes. ¿Pero hubo o no hubo hombres en la tragedia aquella? ¿Son capaces dos mujeres solas de consumar actos tan terribles, y el acto del incendio cabe en los medios de acción de una mujer sola? Este es el enigma que no se ha aclarado aún y que esperamos ver aclarado cuando se reanude el juicio oral, el día 24 del presente mes.
* * *
Difícilmente podré dar idea del interés que en Madrid despierta este asunto y del calor que han llegado a tomar las diferentes opiniones sobre el resultado probable del juicio. La Prensa está dividida; parte de ella se adhiere a las diligencias practicadas por la justicia y reseña los trámites de la indagatoria sin comentarios; otra parte se revuelve airada contra la justicia histórica, censura todos sus actos, recusa todos los testimonios y no admite más prueba que la que le conviene. De la discusión entre los órganos de estas dos tendencias han salido las denominaciones de sensatos e insensatos, con que los periódicos de uno y otro bando se designan.
El público está también dividido. Hay mucha gente que se encariñó con la idea de la culpabilidad de Varela, y no se da a partido. Para éstos, Varela salió de la cárcel, mató tranquilamente a su madre, ayudado por Higinia, y se volvió tan campante a su celda, protegido por Millán Astray. Los que tal sostienen, se fundan en los antecedentes deplorables del desdichado joven, en el testimonio de los que aseguran haberlo visto en las calles de Madrid por aquellos días, y sobre todo en esa inexplicable adivinación del sentimiento popular, que si algunas veces acierta, otras se equivoca. Entre los varelistas los hay tan fanáticos que no vacilan en invocar testimonios y aducir pruebas de aparente fuerza. Hay que convenir en que algunos obran de buena fe, y en que la fascinación popular, ese fenómeno histórico que tanta parte tiene en las creencias y en los movimientos de la plebe, se presenta aquí con los caracteres de siempre. Para éstos, Higinia miente al acusarse a sí propia con circunstancias agravantes, condenándose a muerte. Se les pregunta; «¿Qué interés puede tener esa mujer en asumir la responsabilidad del crimen, exculpando al delincuente, cuando le habría sido tan fácil aprovechar en beneficio suyo la hostilidad del público contra Varela y seguir acusándole como le acusó en los primeros días?»
A esto responden que Higinia obedece a una voluntad misteriosa que dirige todo este lío, a una entidad desconocida y poderosísima que se propone salvar a Varela, y que salvará también a Higinia. Puesta la cuestión en el terreno de lo novelesco y maravilloso, pierde, al menos para mí, todo su interés, pues no creo en tales paparruchas, ni nada contrario a la lógica ni al sentido común, entra fácilmente en mi cabeza. Reconozco, y lo reconozco como un mal, que esas estupendas y maravillosas máquinas gozan, por su propia falta de lógica, de todo el favor de las imaginaciones de esta raza. Creo que es deber de todos corregir ese amor a lo inverosímil en vez de fomentarlo. Y las imperfecciones evidentes de nuestros tribunales, y nuestra defectuosísima manera de enjuiciar no se corregirá desprestigiando a los tribunales y enseñando al pueblo a ver siempre en ellos lo contrario de la verdad y la sinceridad.
Entre los llamados sensatos, también se advierten obsesiones que son el tema obligado de ardientes disputas. La idea de que necesariamente hubo mano de hombre en el crimen está tan arraigada,
que no obtienen fácil crédito las pruebas en contrario. Se hacen mil cálculos respecto a quién o quiénes serían los tales individuos del sexo fuerte, y como los hombres no parecen, por más que se les busca, es cosa ya de preguntar a todo el mundo. No es de extrañar, pues, que yendo uno muy tranquilo por la calle se tropiece con un amigo de estos que están trastornados con el crimen y nos diga:
—-Es usted por casualidad el hombre?
—¿Qué hombre?
—Hombre, bien me entiende usted: el hombre ese que necesariamente ayudó a la Dolores y a la Higinia. Porque, ¿en qué juicio cabe que dos mujeres solas, la una delgada y de poca fuerza, la otra de menguada estatura, pudieran…? Ha llegado el momento de la sinceridad, y de despejar la incógnita, y de pronunciar la clave del enigma. Toda persona honrada que en conciencia crea ver el tal hombre que la justicia busca, debe declararlo. Ayudar a los tribunales es deber de todo buen ciudadano. Y si por casualidad es usted el asesino, ¿por qué no decirlo y sacarnos de dudas?
—Le prometo a usted que si llego a descubrir que soy yo el infame cómplice de esas malvadas mujeres y tengo plena conciencia de que mojé, he de tener también valor para delatarme a la justicia.
Hay, además, personas en quienes la sugestión obra prodigios. De tanto hablar del crimen y de tanto
leer declaraciones de testigos llegan a creerse también testigos, sueñan que han visto algo y concluyen por creérselo. De aquí proceden esas afirmaciones vagas y nebulosas que corren de boca en boca por los cafés y por todos los lugares donde la única ocupación de las gentes es hablar y hablar mucho.
A lo mejor sale un individuo diciendo que en la tarde del primero de julio vió a un hombre en la calle de Fuencarral esquina a la del Divino Pastor, y que le pidió fuego para encender el cigarro y se lo dió. ¿Quién era aquel hombre?… A esta pregunta siguen los puntos suspensivos, que encienden la curiosidad y llevan la imaginación de los oyentes al campo inmenso de las más extrañas conjeturas.
Otros cuentan que vieron un grupo de hombres en cierto café, grupo sospechoso se entiende, con la particularidad de que las caras de aquellos hombres revelaban la más viva ansiedad. Al grupo se acerca una mujer que dice algo como «ya está hecho todo», y les entrega un bulto, que debe de ser el dinero de doña Luciana.
Sobre esto de la fortuna de la infeliz víctima, la imaginación popular emula con la del fecundo creador de las Mil y una noches. De la sumaria se desprende que la fortuna heredada por Vázquez Varela asciendo a 150.000 duros próximamente, y que puede disfrutar de una renta de cuarenta y cinco a cincuenta mil reales. Pues hay quien asegura y ofrece probarlo que doña Luciana tenía en su casa el día del crimen 70.000 duros en metálico. Claro es que tal cosa no se prueba, pero la especie corre, y muchos la creen, porque estas hipérboles de dinerales escondidos en casa del avaro tienen siempre gran aceptación.
¿Que mucho que la novela de los 70.000 duros guardados por doña Luciana en guantes viejos haya servido de fundamento a su otra novela folletinesca de la mano misteriosa que dirige en el misterio toda esta máquina de la poderosa influencia que hace declarar a Higinia hoy una cosa y mañana otra con el fin de embrollar la causa y obtener al fin la mayor de las oscuridades?
Pero en medio de estas confusiones de la opinión, hay un rastro, un orden de hechos probables: la declaración última de Higinia. Si se comprueba plenamente, todas las novelas se disiparán como el humo. En cuanto a Dolores Avila, es mujer de carácter entero, muy práctica en el crimen, muy conocedora de las triquiñuelas del Código penal, y no confesará nunca su culpabilidad. Higinia, su cómplice y amiga, que la conoce bien, decía hace pocas tardes en un coloquio que tuvo con varias personas: «Esa no dirá nunca la verdad; irá al palo diciendo que es inocente».
30 de mayo de 1889.
VI
Ya se ha dictado sentencia en el célebre crimen de la calle de Fuencarral. Varela y Millán Astray han sido absueltos libremente por no resultar nada contra ellos, sin perjuicio de abrirles nuevo proceso por quebrantamiento de condena. Higinia es condenada a muerte por estar convicta y confesa del asesinato de doña Luciana, y Dolores, a diez y ocho años de reclusión por cómplice y encubridora.
Sabido es que la versión de la culpabilidad de Varela ha sido popular, y aun lo es todavía, aunque no tanto como en los pasados meses. El juicio no ha hecho luz completa sobre todos los pormenores del crimen.
Para algunas personas la curiosidad sigue siendo completa. A mi juicio, se sabe lo esencial, aunque ciertas particularidades no se vean claras. La famosa declaración de Higinia culpándose a sí misma en unión de Dolores Avila, me parece, si no verdadera en todas sus partes, de una gran verosimilitud. Do-lores se ha encerrado en tenaz negativa, y como no se le ha podido probar la participación en el hecho material del asesinato, la Sala ha creído que debía aminorar la pena pedida por el fiscal, que era la de muerte.
Pero la sentencia está fundada en la declaración de Higinia; la confesión de ésta resulta severamente castigada, y el silencio de Dolores premiado, porque gracias a él ha podido salvar la pelleja. He aquí un veredicto que no satisface a nadie, pues los que negaban veracidad al relato de Higinia, llevan a mal que ésta sea condenada, y los que creían en él no hallan justo que la iniciadora del crimen quede sin castigo mientras lo tiene tan cruel la que fué a él sugestionada por su compañera. Veremos si el Supremo confirma la sentencia. Aún hay quien dice que este proceso dará mucho que hablar todavía; que ofrecerá nuevas peripecias; que ha de abrirse un nuevo período de prueba; que Higinia o Dolores o las dos juntas han de hacer,’cuando menos se piense, nuevas e importantes revelaciones. Yo no lo creo. Pero si así fuere no faltará a mis lectores relación exacta de lo que ocurra.
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